🔥 Capítulo 12

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Abrí los ojos, aún un tanto adormilada después de la cabezadita que Calaham insistió en que me echara para que descansase. Me encontraba en el salón, recostada en uno de sus viejos sillones y arropada con una manta. No sabía el tiempo que había transcurrido desde entonces, pero seguro que no llevaba más de dos horas.

Respiré hondo y me estiré mientras buscaba con la mirada al mago; no estaba. Puse la vista en la mesita de centro que tenía a unos centímetros de mí y tomé uno de los tantos libros que descansaban sobre el desorden, con la intención de matar el tiempo. Lo ojeé por encima, aunque pronto me di cuenta de que no entendía nada porque estaba escrito en latín.

Lo devolví a su sitio antes de levantarme y pasearme por todo el salón, queriendo mirar cada objeto que llamaba mi atención más de cerca, como el cuadro que colgaba de una pared desierta y el cual tenía un mapa dibujado. Me aproximé a él; en lo alto ponía «Dracones» y fue lo único que comprendí, el resto era ilegible.

Fui a darme por vencida y a seguir inspeccionando otra cosa, sin embargo, en el instante en el que vi las letras desplazarse y mezclarse entre sí hasta mostrarme las mismas palabras en mi idioma, arrugué el entrecejo y me puse a leerlo todo. Dracones se dividía en ocho reinos y estos a su vez lo hacían en pequeñas ciudades o poblados. Yo me encontraba en Villa magia, situado en el Reino Terrenal.

No me dio tiempo a seguir leyendo, pues un carraspeo de garganta se hizo presente a mi espalda y me hizo darme la vuelta de inmediato. Calaham apareció parado en la entrada del salón, a unos metros de mí y con varias prendas de vestir entre sus brazos. Este sonrió al ver la sorpresa que aún emanaba de mi rostro.

—¿Cómo...? —Señalé el mapa con el pulgar.

—Es un truco bastante viejo —respondió—. Te he permitido entender nuestro idioma en cuanto a escritura se refiere. Pero como casi toda la magia que hacemos, no perdura mucho. Aprovéchalo, te durará unos minutos.

—Creí que los magos teníais otro tipo de poderes —admití—. Como lanzar conjuros o encantamientos, ya sabes.

—Eso lo hacen los hechiceros. Nosotros solo hacemos trucos de corta duración —explicó—. Preparamos pociones curativas que vendemos a las criaturas que las necesitan, así como también ofrecemos nuestra magia para tratar numerosas dolencias. Ejercemos de curanderos en algunos casos y tenemos un límite de energía que debemos de recargar. Para nosotros es todo un poco más complicado.

El hombre acortó la distancia entre nosotros a la vez que revisaba la ropa que llevaba en las manos, viendo si le faltaba algo o si estaba todo bien. Cuando se hubo posicionado a un par de pasos de mí, alzó la mirada y me la tendió.

—Te he traído algo de ropa de mi mujer para que puedas cambiarte —dijo—. La que llevas está rota y manchada de sangre y barro. Y no todos los días vemos por aquí ese tipo de vestimenta. Ten, elige lo que más te guste.

Asentí sonriente y la tomé.

—¿Dónde está tu mujer?

—La mató un licántropo hace años.

—Lo siento mucho —me disculpé de inmediato, sintiéndome fatal.

Mis ojos se posaron intuitivamente sobre su mano izquierda. Tenía dos anillos en el dedo anular; supuse que uno sería el suyo y el otro el de su esposa fallecida.

—No te preocupes —le quitó importancia con un leve movimiento de su brazo—. Te he preparado arriba el baño para que puedas asearte, yo tengo que irme a comprar algunas cosas. No tardaré. Ah, si Rem se despierta, dile que tiene la comida en la mesa.

—De acuerdo, gracias.

Calaham cogió una alforja de piel que había tirada por el suelo y salió de casa. Yo me dirigí a las escaleras y las subí con mucho cuidado para no hacer rechinar las tablillas; no quería despertar a Rem. Nada más llegar a la planta de arriba, me metí en la única estancia que tenía la puerta abierta: el cuarto de baño.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now