Capítulo 15

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 Mi abrazo de despedida con la señora Petterson duró alrededor de cinco minutos. Ella había elogiado mi inteligencia en múltiples ocasiones, por lo que sabía sobre mi reciente descubrimiento. Me regaló una pulsera de plata en la que ella misma se había encargado de grabar "Al fin y al cabo, todos acabaremos encontrándonos." 

El problema no se basa en que finalmente nos reecontremos o no, si no en el tiempo que eso tardará en suceder. Nunca he temido a la muerte, temo a la soledad, a la nada. A caer por siempre en un profundo sueño, nada más allá de eso.

Jueves

 

La mañana del jueves me levanté con una presión en mi corazón. 

Pasé la semana bastante alejada de todo y de todos. Recibí diversos mensajes de Lauren y Dinah. Incluso uno de Normani. Usé copiar y pegar para responder a todos: "Simplemente me apetece desconectar. Pero estoy bien, gracias :)"

Eran las 14:09, estaba a punto de entrar en la tienda tras finalizar mi ronda de repartos, cuando una ambulancia pasó a toda velocidad a mi espalda, impulsivamente tomé mi bici de nuevo y la seguí. "¡CAMILA!" Reconocí la voz de Lauren, gritando mi nombre en el camino, no había tiempo, continué.

Mi intuición no falló, la ambulancia paró justo en la casa de Ellen, vi bajar al menos a tres enfermeros, que se comunicaban entre sí a voces. Yo miraba la escena desde un par de metros de distancia, impotente. Minutos más tarde una camilla fue introducida dentro de la vivienda, para salir a continuación con un cuerpo cubierto por una sábana. Sentí como alguien tomaba mi mano, ni siquiera tuve que ver de quien se trataba, su tacto, su olor... todo era inconfundible. 

-Llora. -me dijo.

-No puedo, no me sale. 

Entonces ella me abrazó, colocando mi cabeza en su pecho y apretando fuertemente. Simplemente me quedé quieta, con mis brazos caídos y la mirada perdida. En estos instantes no sentía nada, es como si el mundo no existiese. Odiaba cada pequeña superficie de él. Lo único que no odiaba en estos momentos era a ella.

-Le habría encantado conocerte. -susurré.

-Bueno, aquí estoy. Al menos para darle un adiós acompañado de una despedida. -acarició mi espalda. -Vamos, te acompaño a casa. -la ambulancia se había marchado hacía un segundo.

-No quiero estar sola.

-Te acompaño a mi casa entonces. 

Andamos hasta el lugar prácticamente en la misma posición, mi cabeza seguía apoyada en su pecho. Su madre nos recibió.

-¿Que pasó? -preguntó preocupada al ver mi rostro.

-Alguien importante para ella acaba de fallecer... y no podía dejarla sola.

-Entiendo. ¿Te gusta la pasta, Camila? -asentí. -Perfecto, os subiré la comida a tu habitación en cuanto esté lista. -hizo un gesto cómplice a Lauren con la cabeza. 

-Gracias, mamá. 

Al llegar a la habitación me senté en la cama y marqué el número de mi madre. 

-Mamá... la... la señora Petterson... -ahora mis lágrimas empezaron a brotar. Lauren me abrazó por el lado. -Sí... así es... sí, estoy bien. Pero voy a comer en casa de Lauren, ¿vale? Necesito estar con alguien y sé que vosotros estáis ocupados... no... no quiero molestar. -mi llanto cada vez era más angustioso. -Yo también te quiero. No te preocupes, vale, adiós. 

Al colgar el abrazo de Lauren se intensificó. Estábamos en silencio

-¿Has leído Crónicas De Una Muerte Anunciada? -pregunté de la nada. Negó sin cambiar de posición. -Sabía que esto pasaría, al igual que ella. Por eso mi ausencia estos días. Por eso su regalo. -levanté la muñeca, y Lauren miró fijamente la pulsera. -Estoy triste, a la vez que feliz. Las palabras grabadas en esta pulsera, "Al fin y al cabo, todos acabaremos encontrándonos." , me comunican dos cosas: que algún día volveré a verla, y que ahora ella está con la persona que ama, Thomas. -sonreí débilmente.

Clara entró por la puerta con una bandeja grande con dos platos y varias latas de refresco. 

-Lauren, he pensado que quizás podrías invitarla este fin de semana. -comentó. -Tienes mi permiso. -se marchó. 

-¿A qué se refiere? -pregunté.

-Bueno... -dijo tímidamente, liberando su agarre de mí. -nos vamos hasta el domingo al campo. A mis padres les gusta desconectar de la ciudad al menos una vez cada dos meses. Te vendría muy bien. 

-Me encantaría, pero... el trabajo. No puedo desaparecer tres días.

-¿No hay nadie que pueda sustituirte? -ding dong, idea.

-Dinah. -dijimos ambas al unísono.

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La repartidora (Camren)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant