Capítulo 3

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¿Qué esperabas, Camila, que te esperaría toda la vida? Tendrá mi edad, le gusta salir con sus amigos, conocer gente. Es normal que quizás tenga novio. Al llegar solté bruscamente la bicicleta y entré en la tienda.

-Comemos en quince minutos. -me dijo mi madre.

-No tengo hambre. -ni siquiera la dejé seguir la conversación, atrevesé el local hasta la parte trasera, donde había un pequeño invernadero con auto riego. Me senté en una silla que estaba allí. Me sentía horrible, quería pararme delante de su puerta y decirle "QUIÉN ES ESE TAL JAMES Y POR QUÉ ESTÁS TAN ANSIOSA POR VERLO, por cierto, soy Camila, un placer".

Saqué de la mochila que siempre llevaba a la tienda un libro de poesía de autores variados, un par de poemas lamentando el sufrimiento que el amor provoca me aliviarían un poco. 

"¿Tratas de joderme como a los demás?

¿Por qué no te llevaste mejor mi dinero?"

Decía Charles Bukowski, mi autor favorito, en "A la puta que se llevó mis poemas". Eso pensaba yo, mejor en la pobreza pero con un corazón completo. Lo irónico era que ella ni siquiera podría llevarse mi dinero, cómo tomar algo que no hay.

Por suerte mis padres no volvieron a insistirme en que comiese, comprendieron que todos necesitamos nuestros momentos a solas. Mi próximo turno sería a las siete, aún faltaban cuatro horas y hasta ese momento no tenía nada que hacer allí, así que me marché.

Decidí caminar de vuelta a casa, cuando vi a una chica algo perdida mirando su móvil mientras rascaba su cabeza, era alta y tenía un voluminoso pelo rizado. Me acerqué un poco.

-Hola. -dije amistosamente. -¿Buscas algo?

-SÍ.  -se agarró a mi brazo, lo que me hizo reaccionar apartándolo rápidamente y golpeando su rostro.

-OH, DIOS, LO SIENTO MUCHO.

-Si buscase la escuela de Kárate estoy segura que sabría donde está... caray. -me sonrojé. -Es mi culpa, mi familia dice que soy demasiado cercana. Una vez lloré en el cine sujetando la mano de la chica que estaba junto a mí.

-Para eso están las amigas.

-No la conocía. -wow. -Te juro que no soy una psicópata ni nada parecido. -reí.

-Digamos que te creeré porque aún es de día y hay gente circulando por las calles, por lo que no podrías hacerme daño. ¿Qué buscas entonces?

-Floristería "Cabestro". -leyó de su móvil, entrecerrando los ojos.

-"Cabestrab". -la corregí.

-EXACTO. 

-No lo vas a creer, pero es mía, o sea de mi familia. Ahora mismo venía de allí, me toca descanso.

-¿De veras? Y... -jugaba con sus manos. -¿podrías acercarme un poco hasta ella? Estoy súper perdida, si sigo buscando voy a encontrar petróleo. -suspiré.

-Está bien, sígueme.

-EY. -se paró delante de mí. -Soy Dinah. -estiró su mano.

-Hola, Dinah, soy Camila.

No paraba de hablar, era como si estuviese obligada a ello. Me contó a qué escuela iba, tenía mi edad, amaba el rugby pero no jugaba porque la equipación le parecía muy antiestética, le gustaba un chico desde hacía cuatro años,su familia tenía más componentes que un paquete de M&M's. No tardamos mucho en llegar a nuestro destino.

-Más vale que después de este paseo que me has hecho dar compres algo. -le dije.

-Parque Jurásico se va a quedar en un desierto comparado con mi casa después de hoy, Mila. -cierto eso de que se toma confianzas. 

-Bueno, me gustaría disfrutar de las dos horas de relax que me quedan. Nos veremos otro día, espero. -sacó su móvil rápidamente.

-Apúntame tu teléfono. Quiero quedar contigo y conocerte más, chica.

-Oh... -¡AMIGA, AMIGA! CALMA, CAMILA. -claro. -hice lo que me pidió. -Nos vemos pronto, psicópata.

-Tras cada esquina te observo y si viene la poli me escondo cual ciervo. -fueron sus últimas palabras.

Pasé la tarde tirada en la cama, escuchando música. Tenía ordenador, sí, pero averiguad quién no tenía internet contratado. 10 puntos para Gryffindor. Volví puntual al trabajo.

-Hija, qué tal. -mi madre acarició mi brazo.

-Mejor, sólo necesitaba un poco de paz, te lo prometo. -le sonreí.

-Sabes que estoy aquí para lo que sea.

-Lo sé, te quiero. -la abracé. Mis padres se merecían el mundo. 

Comencé mi turno de reparto, eran las siete y once minutos de la tarde. Podían ya verse varios grupos de amigos caminando por las calles, otros salían de las tiendas después de comprar "mercancía" para alguna fiesta. 

Fue bastante rápido, al ser viernes la gente parecía tener prisa por coger sus pedidos, cerrar la puerta y relajarse en el sofá mirando algún programa estúpido que dejara sus mentes en blancos. Tardé una media hora en realizar seis entregas.

De vuelta al negocio pasé por su casa, ella estaba sentada en la entrada llorando, mi corazón se encogió.

La repartidora (Camren)Where stories live. Discover now