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—¿Puedes dejar de mirar a la Josefa? Antes me parecía gracioso, pero ya me estás dando miedo —dijo el Lucho y la Valeria, otra compañera de carrera, rio.

—Es verdad, si alguien me mirara tanto me daría miedo —lo apoyó la rubia.

—¿Ves? El consejo de una sabia mujer.

—No se vale que ustedes se alíen para reírse de mí —les reclamé.

—No lo hacemos, solo recalcamos un hecho —la Valeria guiñó un ojo.

—En fin, creo que ya deberías darte por vencido, te ha dejado hablando solo tres veces.

—Alguien una vez dijo que había que luchar para conseguir lo que queremos.

—¿Y desde cuándo estás estudiando filosofía? ¿Te cambiaste de carrera y no me enteré?

Le saqué el dedo corazón al Lucho y él rio.

—Vale, tú que tienes una hermana lectora, ¿ella ha leído libros de Stephen King?

—Mh, creo que tiene dos, pero me dijo una vez que no eran lectura para todo el mundo, ¿por qué? —preguntó mientras escribía algo en su teléfono.

—Porque la Josefa siempre está leyendo algo de él.

—¡Mira! Hasta se fija también en los libros que lee, pensé que lo único que hacía era mirar su cara —el Lucho se hizo el sorprendido.

—Ya, déjalo tranquilo —la Vale le pegó un wate.



—¡Amor mío! —el Matías se tiró a mis brazos y me fui hacia atrás porque no esperaba el ataque. Logré estabilizarme para no caerme con él encima—. Te he extrañado tanto, ha pasado mucho tiempo.

—Nos vimos la semana pasada —le recordé.

Él se alejó—. Como dije: mucho tiempo —asintió y entró en mi casa.

Saludó a mi familia y subimos a mi pieza.

—¿Terminaste el trabajo del que me hablaste el otro día? —le pregunté mientras me sentaba en la silla de escritorio.

El Matías se tiró de espaldas en mi cama—. Sí, resolví unas dudas con una compañera y así pude terminarlo. ¿Y tú?

—Yo voy bien, por el momento paso todos mis ramos.

—Bien ahí.

Estuvimos hablando harto rato hasta que dejé caer la piedra sobre la Josefa.

—¿Y quién es ella? —preguntó mi mejor amigo ladeando la cabeza.

—Una chica de mi universidad. Ni siquiera sé qué carrera estudia, pero la he visto harto últimamente y es amiga de una prima del Lucho —le conté—. Pero cada vez que me acerco ella escucha unas pocas frases y luego se va.

—No te pesca —se burló.

—No, no me pesca. Pero voy a seguir intentando. No pierdo nada.

—¿Y... la Javi? —preguntó luego de unos segundos.

Suspiré—. ¿Qué tiene la Javiera?

Se rascó una ceja—. ¿Ya... la olvidaste?

Me quedé unos segundos en silencio—. ¿La verdad? No sé. Pero ahora no quiero hablar de ella, otro día.

Sí, la Javiera rompió mi corazón dejándome botado aquí y mudándose de país. No voy a negar el hecho de que lloré caleta y que estuve enojado por mucho tiempo. Tal vez ese pequeño rencor aún no se va por completo, pero puede que se deba a que nunca volví a hablar con ella, no aclaramos las cosas. Supe que había venido unas tres veces en los últimos dos años, pero no se acercó a mí en ningún momento y yo tampoco lo intenté...

Péscame poDonde viven las historias. Descúbrelo ahora