015;

92 6 0
                                    

[Sin editar]

Josefa. 


Sí, efectivamente puede que esté observando fijamente cómo el Mateo habla con una chica en una de las mesas de afuera.

Y sí, efectivamente puede que eso me haga sentir un poco incómoda.

—¿Para eso querías que viniera contigo? —me pregunta la Sofía desde el asiento del frente.

La miré—. No sé de qué hablas —tomé una de las galletas y la llevé a mi boca.

—Sabes perfectamente de lo que te hablo, pero está bien, ambas vamos a fingir que no lo sabemos —tomó otra de las galletas—. Lo único que no entiendo es por qué no haces nada —interrumpió el silencio que se había creado entre ambas—. O sea, puedo llegar a imaginarlo, pero creo que prefiero que me lo digas tú.

Probablemente lo que pensaba ella era exactamente la razón correcta de por qué yo no me acercaba al Mateo como —en el fondo— deseaba hacerlo.

—Yo no... no sé si quiero intentar algo con él —murmuré—. Que me sienta atraída hacia él no significa nada.

—Para ti no, pero no veo qué pierdes con intentar, si total llevan harto tiempo hablando.

—No es tanto tiempo desde que realmente hablamos, antes solo... dejaba que hablara, ahora yo también hablo —me encogí de hombros.

Bueno, sí, al principio no intervenía mucho en las conversaciones que tenía con el Mateo, especialmente porque no entendía cuál era el motivo de que se acercara tanto, ya que nunca habíamos hablado antes y la única razón por la que alguna vez lo había visto era porque venía —vengo— mucho a esta facultad en mis tiempos libres. Además, prefería evitarme algún tipo de discusión con el Cristóbal.

Pero ya estando a fines de octubre, la verdad es que a veces las conversaciones también las iniciaba yo, porque sentía ganas de hablar con él.

Pero eso no lo admitiría ante nadie.

—Porque a él le gusto, y no quiero hacerle ilusiones si resulta que al final yo no siento lo mismo —seguí hablando—. Ni siquiera quiero estar en una relación ahora mismo, así que mejor dejo las cosas como están.

—Entonces no tendríamos por qué estar aquí solo viéndolo hablar con esa chica.

Fruncí el ceño mirando a mi amiga y arrugué la nariz, disgustada.

—No pongas esa cara —me apuntó con el dedo índice—. Sabes perfectamente que estamos en esta cafetería solo viéndolo a él porque no compraste nada para comer además de un paquete de galletas que perfectamente pudiste haber cumplido en la cafetería de nuestra facultad.

Chasqueé la lengua, ya harta de esta conversación.

—Bueno, ya me aburrí, ¿vamos? Tengo clase en diez minutos —me levanté de la silla y tomé el paquete de galletas para guardarlo en mi mochila.

—Como quieras, yo ya me voy, no tengo más clases.

Agradecía que ella dejara el tema, porque sabía que no me gustaba que me presionaran sobre hablar de mis sentimientos.

Conocía a la Sofía desde primero medio, ya que éramos compañeras de curso, sin embargo, no comenzamos a ser amigas hasta el año pasado, cuando tuvimos un ramo en común. En la media siempre nos habíamos llevado bien, pero yo nunca he sido muy sociable, así que me mantenía en mi círculo; todo lo contrario a ella, quien era como una pequeña mariposa saltando de mesa en mesa, hablando con todos.

Péscame poDonde viven las historias. Descúbrelo ahora