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Mini maratón 1/2


El día lunes no ví a la Josefa por ninguna parte, algo que me desconcertó y preocupó porque me paseé por los lugares en que ya la había visto: como la cafetería de nuestro edificio —aunque ella estudiara en otro, porque su carrera era humanista—; algunos pasillos en los que nos cruzamos y pensé en ir hacia donde se ubicaban sus aulas de clases, pero descarté la idea luego de que lo pensé mejor.

No le comenté lo que vi ese día al Lucho porque no lo creí conveniente, no era mi tema y aunque no me haya gustado o parecido normal la forma en que ese weón trató y habló a Josefa, no teníamos la confianza como para ir a preguntarle qué era lo que pasaba con su relación; porqué reaccionó así y menos como para que le cuente a mi amigo algo de lo que no estoy seguro o tal vez malinterpreté.

Ya para el día martes pensé que tal vez era solo imaginación mía la mala actitud del Cristóbal hacia la Josefa, puede que solo hayan estado peleados...Y no era mi tema, así que desistí de buscarla para preguntarle qué onda, no era mi relación.

Durante esa semana completa no volví a saber de ella.

—¿Pero me podía tomar en serio? —preguntó enojado el Matías.

Me reí sin poder evitarlo—. Te tomo en serio, pero no me puedes decir eso y pretender que no me ría.

—¡Pero si es verdad! —exclamó con el ceño fruncido.

—Cada vez que te metís con una chica dices que estás enamorado. Menos mal me lo dices a mí y no a ellas.

—Pero esta vez es en serio —asintió con su cabeza, como dándole más énfasis a su afirmación.

—¿Y cómo se llama? —enarqué una ceja.

—Carolina.

—¿Carolina cuánto?

—Carolina... Re...yes —frunció el ceño.

—Ni siquiera te sabes su apellido, Matías —rodé los ojos.

—Puede que no, pero sé que estoy enamorado —afirmó.

—¿Y cómo sabes que estás enamorado? Probablemente estabas curado cuando te metiste con ella —recosté mi espalda en la cama de mi mejor amigo, mientras él estaba sentado en la silla de su escritorio.

—Porque nunca me había sentido así: como nervioso, pero al mismo tiempo ansioso. Sí, solo la vi una vez, pero uno sabe cuando se siente de manera distinta... Tú debes saberlo, después de todo la Jav... Chucha, perdón —se tapó la boca con ambas manos, como si hubiera dicho algo prohibido.

Y no es que nombrar a la castaña haya estado prohibido para alguno de nosotros, pero desde que me abandonó —prácticamente—, hemos hablado solo dos veces de ella: cuando leí la carta en la que me explicaba que se iba del país porque ya no podía seguir tranquila aquí con el recuerdo de sus abuelos muertos y alrededor de dos semanas después, cuando no podía —ni quería— levantarme de mi cama de la pena de tener mi primer corazón roto a manos de una chica que sin pensarlo lo tomó, se adueñó de él y luego lo botó sin una pisca de delicadeza.

Y no, no era exageración, literalmente la Javiera me enamoró cuando había dejado de intentarlo —luego de años— y cuando por fin estábamos juntos ella me dejó. Y no la culpo, puedo llegar a entender que lo hizo por su salud mental; que era lo mejor para ella.

Pero yo me merecía más.

Más que una simple carta en donde me explicaba que se iba a más de mil kilómetros de mí.

—Está bien, ella no es Voldemort —lo tranquilicé.

—Ya, pero es un poco incómodo nombrarla —hizo una mueca.

Suspiré y cerré mis ojos—. Sí, pero no puedo pasar toda la vida ignorando su existencia, yo solo... —tomé aire y lo solté lentamente—. Necesito cerrar el ciclo, y no puedo hacerlo sin hablar con ella antes.

—¿La extrañas? —preguntó luego de unos segundos de silencio.

—Lo hacía. Antes. Ya no —abrí los ojos y me senté—. Sé que está feliz, tiene un pololo y una vida estable, es lo que se merece. El que me haya roto el corazón no la hace una mala persona, y no la odio. Quiero que sea feliz. Después de todo, ella me regaló muy buenos momentos.

—¿Revisas sus redes sociales? Yo no te había dicho que estaba pololeando —preguntó confundido.

—A veces, para saber que está bien —admití—. No hemos hablado en años, así que no puedo preguntarle por mensaje, así que reviso su perfil para sentirme tranquilo.

—Igual le puedo preguntar a la Barbie, sabís que ellas siguen siendo amigas —ofreció.

—Lo sé, pero no necesito tanto, con saber que está bien me conformo.



El día lunes corría por los pasillos de la universidad, ya que iba llegando tarde a clases porque me quedé dormido terminando un trabajo y no escuché mi alarma, mi mamá me despertó y se me fue la micro porque no alcancé a llegar al paradero.

Todo mal.

Y para rematar, cuando doblé en la esquina el profe terminó de cerrar la puerta, así que ni siquiera me molesté en tocar, porque no permitía que entremos a la clase si llegábamos tarde.

Gemí en frustración y me senté en una banca que había a un lado del pasillo. Saqué mi teléfono para ver la hora y eran las nueve cinco, por lo que el profesor también había llegado tarde. Le envié un mensaje al Lucho para que grabara la clase por mí y cuando me respondió caminé con tranquilidad a la cafetería para ir a desayunar. Pagué una hamburguesa con lechuga y tomate y un café. Al tenerlos en mis manos fui a sentarme a una mesa vacía y me dispuse a comer.

Cuando estaba terminando de masticar el último bocado de mi hamburguesa levanté la vista de mi teléfono, en donde había estado revisando mis redes sociales, para ver quién estaba en el lugar, ya que si iba a estar todo ese rato ahí era mejor pasarlo con alguien que estar solo.

Al llevar mi vista a la puerta vi a una pelinegra de ojos azules entrar con expresión cansada. No estaba muy lejos, así que podía observarla bien: se veía más pálida de lo que era y caminaba de forma desganada.

Terminé mi café y esperé a que se sentara en un lugar para levantarme y caminar hacia ella. Cuando estaba a pocos pasos su vista se encontró con la mía y abrió sus ojos de forma exagerada.

—Hola —le dije cuando me senté a su lado.

—Hola —murmuró.

Se aclaró la garganta y llevó la vista hacia otro lugar.

—¿Cómo estás? —pregunté con voz suave, ya que parecía que si le hablaba muy fuerte iba a irse corriendo.

—Bien, gracias... ¿Tú? —comenzó a jugar con el borde de su polerón.

—Un poco preocupado —confesé—. No te vi en toda la semana pasada.

Tomó aire por la boca, aún sin mirarme—. Estuve enferma, recién pude levantarme hoy y llegué tarde, así que no entré a clases.

—¿Y ahora te sientes mejor?

—Yo... Sí, me siento mejor, gracias por preguntar.

Nos quedamos unos segundos en silencio, hasta que decidí romperlo, no quería dejar de escuchar su voz—. ¿Tienes hambre? ¿Desayunaste?

Asintió—. Sí, yo creo que por eso llegué tarde, sino lo hubiera hecho tal vez hubiera alcanzado a llegar.

Me quedé mirándola sin saber qué decir: quería preguntarle porqué se veía tan cansada, porqué me mentía, ya que no le creía que había estado enferma; porqué no me miraba a los ojos; porqué su pololo la trató de forma tan brusca... Pero no quería incomodarla, no quería que huyera de mí.

Así que, a pesar de tener muchas dudas, me contuve y comencé a hablarle sobre cómo mi mamá había pillado hierba en la mochila de mi hermana. Cuando soltó una pequeña risa supe que había cumplido mi objetivo.

Péscame poDonde viven las historias. Descúbrelo ahora