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Mateo. 


—Hablé con la Josefa —levanté la vista del texto que estaba leyendo para ver en el marco de mi puerta a mi hermana menor.

—¿Qué te dijo? —pregunté con curiosidad.

Había querido hablar con ella, pero cuando le envié un mensaje por Instagram en la mañana y no recibí respuesta desistí de enviar otro, porque entendía perfectamente si ella no quería hablar conmigo, si necesitaba tiempo para pensar en lo ocurrido. No podía culparla. Tampoco era alguien para hacerlo. Probablemente nunca pasaría por las cosas que pasó ella.

—Me dijo que estaba mejor, más tranquila —hizo una mueca antes de seguir hablando—. Yo... me sentí un poco intrusa por preguntar, pero... —tomó una bocanada de aire y lo soltó lentamente—. Sentí la necesidad de preguntarle cómo estaba porque... se sentía tan cercano, tan... Tan igual —sus ojos se llenaron de lágrimas y tuve que contenerme con todas mis fuerzas para no correr hacia ella y rodearla con mis brazos, odiaba verla llorar—. Quería saber que no se iba a hundir, que-que no iba... Va —se corrigió mientras quitaba las lágrimas que habían comenzado a correr por sus mejillas—, que no va a dejarse vencer por esto, que supiera que es más fuerte que esto —asintió frenéticamente, como si estuviera intentando convencerse a sí misma, como si estuviera hablando de sí misma...—. Nadie debería pasar por lo que ella... por lo que ella y yo pasamos, nadie —murmuró y cerró los ojos, como si estuviera recordando todo el dolor que vivió.

—Romi, oye, no vayas ahí —me levanté de la cama lentamente y me acerqué con tranquilidad, no quería asustarla. Tomé con delicadeza una de sus manos entre las mías—. Quédate conmigo, ¿ya? Por favor —pedí en voz baja.

Negó con la cabeza lentamente, aún con los ojos cerrados—. Es... Es tan difícil no irse a ese lugar a veces... Es como si me llamara —sonrió triste, sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas—. Te juro que intento, intento todos los días no hundirme, ser más fuerte por ti, por mi papá, por mi mamá... por mí. Pero es tan difícil. A veces solo quiero tirarme en mi cama a llorar porque el dolor... El dolor que siento es tan grande, tan fuerte que a veces siento que me consume, que me hunde y es como si no pudiera salir. Pero trato —abrió los ojos y me miró, un dolor inundó mi pecho al ver cómo parecía que en cualquier momento se iba a quebrar—. Te juro que trato de no hundirme, de no caer porque yo... Yo no me merezco esto —soltó su mano y la llevó a su pecho, justo por sobre el corazón—. No me merezco esto y por eso mismo voy a luchar, porque yo... me merezco ser feliz, me lo merezco.

De un momento a otro tenía a mi hermana menor rodeándome con sus brazos mientras escondía su cara en mi cuello, tal como lo había hecho ayer. Hoy, en cambio, tomé el atrevimiento de rodearla yo también con los míos.

Cerré los ojos mientras intentaba retener las lágrimas que se habían acumulado en ellos. No quería que mi hermana me viera llorar porque la conocía y eso la haría sentirse culpable.

Cuando abrí mis ojos pude ver a mi mamá observándonos desde la escalera mientras lloraba, pero podía distinguir una pequeña sonrisa en sus labios.

Había escuchado nuestra conversación.

Cerré mi computadora y suspiré, había terminado de leer por fin ese maldito texto. Eran las seis de la tarde y tenía hambre porque a la hora de almuerzo comí poco y rápido, con la intención de poder terminar rápido el texto. Bostecé y bajé al primer piso para ir a ver si quedaron fideos.

—¡Ahora tienes hambre! —se burló mi papá.

—Es que tenía que terminar de leer esa weá, ahora ya puedo comer tranquilo —serví comida en un plato y lo puse en el microondas.

—Ah, claro —asintió divertido—. Oye, queda bebida en el refrigerador —dijo antes de salir de la cocina.

Guardé mis cosas en la mochila y luego tomé una chaqueta para llevarla sobre el polerón, porque las noches eran muy heladas y me daba frío.

Apagué la luz y salí de mi pieza para bajar las escaleras.

—Ya me voy —les dije a mis papás cuando llegué a la cocina, donde ambos estaban.

—Ya, te cuidas, me llamas cualquier cosa —mi mamá se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—Y cuidado con las weás que consumes —me apuntó mi papá antes de pegarme en la nuca.

Me reí cuando mi mamá le pegó un manotazo en el brazo—. ¡No le pegues a mi hijo!

—¡Oye! También es mi hijo.

—Yo lo parí, es más mío que tuyo —sentenció mi mamá.

Mi papá le hizo una mueca burlesca y me despedí antes de que me retuvieran preguntando a quién quería más.

—¿Ya te vas? —preguntó mi hermana desde uno de los sillones del living.

—Sí, nos vemos mañana —me despedí con la mano y ella imitó mi gesto.

Tomé un colectivo que me dejaba cerca de la casa de mi amigo y al llegar lo saludé a él y a su mamá, que estaba preparando la once. La verdad es que no me vine tan tarde porque no me gusta mucho salir de noche, además si me quedaba a tomar once en mi casa después me iba a dar sueño y flojera, así que iba a terminar desistiendo de venir.

—Ya, pongan la mesa para que comamos, que está por empezar la novela.

—Pero si es la repetición...

—¡Pero yo no la vi ayer, Matías! Anda a poner la mesa —lo mandó su mamá y miré hacia otro lado para simular la risa que se quería escapar de mis labios.

Ayudé a mi amigo a poner la mesa y comimos lo que preparó su mamá. Le conté un poco sobre cómo me estaba yendo en la u, porque era verdad que hace tiempo no venía a verlos. Naturalmente el Matías iba a mi casa.

—Ya, no vuelvan tan tarde —nos dijo la tía antes de que saliéramos.

—Mamá, vamos a estar acá al lado, no nos vamos de la ciudad.

—¿Y? Si yo te digo que no vuelvas tarde tú no vuelves tarde y listo. Y tú te quedas hoy en mi casa así que eso también para ti —me apuntó con su dedo.

—Sí, tía, lo prometo —levanté mi mano izquierda, como si estuviera haciendo un juramento.

—Ya, saluden a la Barbie de mi parte, mañana la voy a ver un ratito.

Caminamos los pocos metros que separaban la casa de mi amigo de la de la Barbie y justo antes de tocar la puerta él me detuvo, tomando mi brazo.

—Oye, hay... Eh, una cosa que no te dije.

—¿Y qué sería eso? —pregunté frunciendo el ceño.

Tomó una respiración antes de contestar—. Que la Javi va a venir hoy, la Barbie me dijo en la mañana.

Me quedé mirándolo unos segundos antes de relajar mi rostro y rasqué mi mejilla, un tanto confundido.

Demasiadas emociones en tan poco tiempo.

Respiré hondo y boté el aire despacio. Comencé a asentir con la cabeza lentamente—. Ya, vamos.

Iba a tocar la puerta, pero nuevamente el Matías tomó mi brazo, impidiéndolo—. ¿Seguro? No quise decírtelo antes, pero tenía que hacerlo antes de que entremos.

—¿Justo antes de que toque la puerta? —pregunté soltando una risa sarcástica.

Sonrió en medio de una mueca, haciendo una expresión rara—. Pero lo importante es que te lo dije.

Le pegué un zape despacio—. Ya, no importa, tal vez verla sea bueno... Nos debemos una conversación desde hace mucho tiempo y capaz... hoy la tengamos. Sería bueno. Creo que me lo merezco.

Él asintió—. Sí, te lo mereces. Ella debería dártela.  



Hola y adiós, fue un gusto, nos vemos el martes :D

Péscame poDonde viven las historias. Descúbrelo ahora