El inicio de la primavera

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Por error mío, en una revisión médica, le conté a la doctora que me costaba dormir y solía tener pesadillas. Me recetó un medicamento que me ayudaría con mis pesadillas, según ella, eran producto del estrés del encierro y los exámenes. No pude evitar el medicamento por mucho que renegara, prácticamente me obligaban a tomarlo. Me la pasaba somnoliento todo el tiempo, no recordaba ni mitad de las clases, lo que Daniel y Terry me platicaban o cómo debía hacer mis tareas. El tiempo se escurría de mis manos. Era como si me encontrara atrapado en la realidad y el mundo de las pesadillas. Mi existencia estaba confinada como mi mente. No podía delimitar entre lo irreal y real.

Cuando miré por la ventana, me percaté que el invierno se fue, la primavera había llegado y había pasado a otro curso. Entré a segundo de bachillerato con Terry, y Daniel pasó a tercero. Él se mostró muy preocupado y seguido me decía que dejara de tomar la horrible pastilla. Sin embargo, aunque me pareciera una buena idea, no podía hacerlo, la monja que me llevaba el medicamento en la noche no se iba hasta que lo tomaba. Un día, tal vez aburrida de esperarme en lo que tomaba la pequeña pastilla, me contó que varios alumnos la tomaban y no era nociva para la salud. En ese momento justo, comprendí por qué muchos compañeros eran grises, no dejaban que sus colores salieran, estaban drogados como yo. Quise creer que era algo temporal y encontrar consuelo en ese pensamiento. Cuando estaba despierto me sentía aún en un sueño, era una sensación de irrealidad que me quitaba mis emociones y ganas de vivir.

A veces, en los fines de semana, iba al cuarto de Daniel para hablar un poco con él y ver a Luna, aunque yo no estaba del todo presente. También Terry se unió, él comenzó a convivir más con Daniel que conmigo, a pesar de que siempre solían discutir por algo, pasaban mucho tiempo juntos. No los culpé de pasar de largo de mí, estaba fuera del juego de la vida. Solía quedarme dormido donde fuera y sin importarme cómo.

Era sábado por la tarde. Fuera de mí, desde la cama del cuarto de Daniel, miraba en el azulado cielo de primavera las nubes blancas, parecían ser trozos de algodón que desfilaban lentamente. Quería ser como una nube, para poder moverme con la ayuda del viento. Terry jugaba con Luna y hablaba de su novia, al parecer Daniel le daba consejos, no les presté atención.

—Parece que le quitaron el alma —comentó Terry al verme ido.

Tomó mi quijada y me hizo verle directamente a sus ojos de iceberg. Me perdí por un momento en ellos, fue como si me adentrara a un frío mar y este me envolviera en una sensación desoladora.

—No es así —respondí cansado—. Únicamente tengo mucho sueño. —Ladeé mi cabeza y vi por encima del hombro de Terry a Daniel.

—Siempre tienes mucho sueño —dio queja Daniel—. ¿Qué pasó con tus prácticas en el piano y tus cuentos? ¿Ya le respondiste a Violeta? ¡Te ha escrito mucho! —reclamó con las cartas y postales en la mano.
Recordé que había ido al cuarto de Daniel para que me ayudara a redactar una respuesta para Violeta y le enseñé lo que ella me mandó por correo. Eran postales de los lugares donde vacacionó, cartas contándome cómo se la pasó y cuánto más.

—Hazlo en mi lugar... no sé me ocurre qué decirle. Qué aburrido soy. —Solté una risita cansada.

—Bien, seré honesto con la respuesta. —Frunció los labios, entrecerró sus imponentes ojos y fue a su escritorio. Tomó papel y comenzó a leer en voz alta lo que escribía—: Querida Violeta, dejé de existir temporalmente porque suelo estar drogado. Lo siento, no sé me ocurre qué responderte y me veo comprometido, ya que tú me mandaste lindas postales, dibujos, fragmentos de poemas y pareces enamorada de mí.

—¿No pensarás mandar eso? —cuestionó irritado Terry.

—Qué más da... que lo haga —me sinceré.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now