Mientras esperaba

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Esperaba en la recepción de la dirección a la persona que me recogería. Mientras esperaba, tamboreaba con los dedos de mis manos mis rodillas. Estaba tan nervioso. Llevé mi mano a mi frente, la sensación del beso de Albert seguía impregnada en ella. Lo consideré una promesa de que todo estaría bien y nos volveríamos a ver para conversar en las noches más estrelladas.

Milano entró en la recepción con una cara larga, al verme, me dirigió un saludo y se sentó a mi lado. Vi su perfil pálido, se veía más delgado, pero no saludable, sino acabado, como si algo desde su interior lo consumiera. Tenía pronunciadas ojeras enmarcando sus ojos opacos y los labios blancos. La ropa le quedaba algo holgada. Había perdido algo de peso. Llevé mi mirada a su cabello, estaba delgado y quebradizo.

—¿También saldrás del colegio? —preguntó cabizbajo.

—Hola. Sí, mi padre pidió permiso —respondí un tanto ido—. ¿Y a dónde irás?

—Mis padres me quieren realizar algunos estudios. —Cruzó los brazos—. Estoy bien, no necesito de estudios.

—Te ves enfermo. ¿Estás bien? —pregunté.

—No, no lo estoy —dijo no con la cabeza—. No creo que lo entiendas. —Juntó sus manos.

—¿Entender qué?

—Isaac —me nombró fastidiado—. El mundo es cruel para los que nacemos feos, nos discriminan, se burlan de nuestro físico y nunca nadie se fija en nosotros. Tenemos que luchar más para lograr lo mismo que una persona físicamente agradable. Es muy injusto. —Empuñó sus manos por encima de sus piernas.

—Considero que el mundo es cruel e injusto para todos, de diferentes formas —dije.

—Para los gordos y feos más. El físico lo es todo, Isaac, te abre puertas y te las cierra. No seré querido si sigo siendo un costal de grasa. Para ti es fácil, eres delgado y bonito. —Frunció ligeramente el ceño.

—¿Bonito? Milano, el físico no lo es todo. No tiene sentido que nos obsesionemos con eso. Estoy de acuerdo de que debemos llevar una alimentación sana y procurar la salud, pero no es vida estar acomplejados por como lucimos. Todo lo que somos se irá con el tiempo y nos volveremos polvo. No por eso significa que debamos descuidarnos, pero tampoco debemos estar obsesionados.

Guardé silencio, me llamé a mí mismo hipócrita, recordé cuando me comparaba con Terry por estar celoso. En ese momento pensé que Daniel lo prefería a él por ser más varonil. De cierta forma, me importaba un poco el físico. Ni hablar de lo mucho que me gustaba Daniel, simplemente no podía dejar de contemplarlo. Llevar mi ver en su rostro me otorgaba una sensación cálida en el pecho, no sabía si era por su carácter indomable, como se expresaba, lo confiado que era o por lo encantador. Me gustaba ver su cabello cuando el viento jugueteaba con él, me recordaba la paja siendo acariciada por el sol. Me cautivaban sus grandes ojos llenos de seguridad que evocaban la miel más pura. Disfrutaba de contar las pecas de su suave rostro de agradables facciones. Solía enfocar mi ver en sus labios pequeños que siempre lucían una sonrisa reluciente. Y cuando se alejaba, veía a la distancia su delicado físico que no evidenciaba ningún pecado. Pero lo que más me gustaba de todo, era su entonación amable y confiada. Me pasaba lo mismo con Albert, me gustaba contemplar todo de él, sentir admiración por su belleza y degustarme la vista con su presencia. En ese momento de reflexión, me di cuenta de que me gustaban mis iguales. No sé si era porque solo convivía con hombres, pero no podía ocultarme más esa verdad.

—Típico discurso de chico guapo que no ha sufrido discriminación por su físico —habló Milano, sacándome de mis pensamientos—. ¿Tú saldrías con una chica parecida a mí? —preguntó lloroso.

Giró su cabeza y me miró con unos ojos cristalinos y azulados como si se tratara de un mar sin olas e iluminado por un ardiente sol.

—Si es una persona con la que congenio bien, sí. —Asentí—. Hasta no me importaría que fuera un chico —murmuré descuidadamente lo que pensé.

—¡Eh! —Milano se alejó un poco de mí—. No seas raro —dijo Milano en un hilo de voz.

Esbozó una tierna sonrisa.

—Es broma. —Sonreí nervioso y desvié mi mirada en el reloj de mi muñeca.

—Claro que lo es. Mientes, Rigardu. Te juntas únicamente con chicos apuestos. Te hiciste amigo del nuevo en un parpadear porque es agradable visualmente —expresó molesto.

—¿Daniel?

—El enano pecoso no, Terrence —corrigió.

—Él es mi amigo desde la infancia, se salió del colegio un tiempo y luego volvió. No sabía que crecería para ser el más agradable visualmente del colegio —dije burlón.

Ladeé mi cabeza y observé fijamente a Milano. No me desagradaba ni lo consideraba feo por estar pasado de peso, pero lo prefería con sus mejillas rosadas a como estaba en ese momento. Supuse que sería muy suave de abrazar.

—¿Por qué me miras así?

—Por nada. —Llevé mi ver en un cuadro de un ángel.

—Cambiaste, el enano pecoso ha influenciado mucho en ti —aseguró—. Antes eras tímido y distante. Dabas miedo.

—Digamos que he puesto los pies en la tierra. —Me recargué en el respaldo del sillón.

—Has abierto los ojos —dijo.

—Los ojos —repetí pensativo.

Recordé la pesadilla del ocaso, como parecía ser un ojo abriéndose. Un escalofrío recorrió mi piel.

De un momento a otro, llegó el padre de Milano, era un hombre corpulento y alto como un oso, vestía un traje negro y usaba un sombrero que ocultaban la corona de sus rubios cabellos. Producía la impresión de que era un hombre que desbordaba en bienes. Milano dejó su lugar y corrió con su padre. Todo pasó muy rápido, la llegada del hombre oso y la ida con su osezno.

Cuando cierro los ojos se van los santosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt