Las estrellas florecieron

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Con el corazón agitado y sudando de nervios, releí un par de veces la carta. Adonis le aseguraba a Daniel que no se casó y lo esperaría hasta cuando se graduara para volver a estar juntos. No sabía qué pensar y qué hacer. No soportaba guardar secretos. Ya contenía demasiadas cosas. La verdad sobre lo sucedido con Cristal me torturaba. Ella no hubiera muerto si Daniel no se hubiera escapado. En recurrentes ocasiones soñaba con ella, en el momento que me hablaba de su familia con una bonita sonrisa. No podía guardar otro secreto, uno tan grande. Suspiré un par de veces y llevé mi mano a mi corazón, pidiéndole en pensamientos que se controlara.

De repente, desde la penumbra de mi habitación, escuché los pasos lentos y secos de la monja que revisaba las habitaciones y me daba el medicamento. No me percaté que era hora de dormir. Guardé la carta debajo del colchón, fui a la cama y me cobijé.

Abrió la puerta, anotó algo en su lista. Escuché la punta del bolígrafo rozar en la hoja del papel. Sacó de su largo y blanco mandil el medicamento y se acercó a mí con una chancha sonrisa maliciosa y la pastilla en manos. Me senté, estiré mi brazo y tomé el vaso de agua que estaba encima de la cómoda. Acepté la pastilla y fingí tomarla como acostumbraba. Ella me creyó, sonrió como si me hiciera algún bien. Salió de mi cuarto. Esperé a que terminara de hacer inspección y repartir el veneno para salir.

Decidí darle la carta a Daniel, no quería ocultarle nada. Pasó una hora. Escapé por el mismo lugar de la otra vez, los barrotes seguían flojos. Mientras caminaba en un andador, vi a la distancia la fuente y me percaté de que alguien se ocultó al sentir mi presencia. Asustado, permanecí un momento plantado. Me pareció ver una caballera rubia sobresalir en el borde de la fuente. Me acerqué pensando en Daniel, pero me sorprendió ver a Albert. Se incorporó al mirarme y sonrió aliviado.

—Pensé que eras una monja —susurró con su suave entonación.

—No. —Negué con la cabeza y sonreí—. Ellas ya están roncando en su habitación. —Esbocé una sonrisa al creer que dije un grandioso chiste—. ¿Qué haces aquí? —cuestioné susurrando.

Tomé asiento del borde de la fuente y alcé mi rostro. Había tantas estrellas como rosas en los jardines. Me pareció que la primavera también llegó al cielo y las estrellas florecieron.

—No podía dormir y —bajó la cabeza— creí que tal vez estaba su fantasma aquí —susurró triste.

—¿Su fantasma? —pregunté en voz baja.

—Solíamos reunirnos aquí para conversar. —Ocupó lugar a mi lado y miró también el cielo—. Me siento solo —susurró.

—No tienes por qué sentirte solo, no soy muy conversador, pero... puedo escucharte —dije.

—De verdad eres diferente a ellos. Ahora entiendo por qué Bach te mostró su rincón especial. Te lo agradezco. —Sonrió triste—. No me falta mucho para graduarme... Bach sacudió mi mundo y se fue, dejándome temblando. Íbamos a ir a la misma universidad, queríamos estudiar periodismo —contó en un hilo de voz. Sus ojos contuvieron las lágrimas—. Cuando me vaya de aquí, cada día que pase lejos de este infierno, los recuerdos que tengo con él se harán lejanos. Ver la fuente me hace recordarlo... También entrar al salón y ver su lugar vacío. Y mi habitación donde pasábamos el rato libre. Duele mucho que no esté. No sé cómo superar este dolor. Y a la vez me da miedo olvidarlo con el tiempo.

—Hablando lograrás aligerar el dolor y lo mantendrás más invocándolo en las conversaciones. Si lo guardas para ti, será más doloroso y tu cerebro, para salvarte, te hará olvidarlo —platiqué desde mi experiencia.

Pensé en mi madre, me pregunté si hubiera hablado más de ella con otros compañeros, habría evitado que se hiciera lejana en mis recuerdos.

—Gracias... Me salvó de cierta manera conocerte. —Limpió con la manga de su camisa las lágrimas que salieron de sus despampanantes ojos de esmeralda—. Viviré por mí y por Bach.

—Tengo que pedirte algo. —Le clavé la mirada en su perfil, la luz lunar acariciaba su rostro como si lo esculpiera y volviera aún más encantador. Él giró su cuello y correspondió mi mirar con una sutil sonrisa—. ¿Puedes escribirle a la hermana de Bach y hablarle sobre él? —le pedí avergonzado—. Ella también necesita vaciar la pena.

—Su hermana... Él la apodaba enana y le jalaba seguido las trenzas —contó risueño—. Violeta hacía pucheros y decía que no lo querría más si seguía molestándola. —Soltó una risita auténtica—. Le escribiré, lo haré. —Guardó silencio por un momento, como si pensara las palabras a decir—. ¿Tú qué haces aquí?

—Quería entregarle una carta a un amigo —callé por un momento—. Me la dio a guardar, pero siento que debe leerla. ¿Te puedo preguntar algo extraño y tal vez algo que te incomode mucho?

—Claro.

—¿Estaban...?

—Enamorados —me interrumpió—, sí. —Asintió, sonrió y juntó sus manos—. Éramos dos chicos que se complementaban a su manera. Al inicio era extraño, estaba confundido, jamás pensé que me gustaría un chico. —Jugueteó con sus finos dedos—. Pero aquí aprendí que nos enamoramos del ser, de la esencia, no del género.

—Entiendo... Creo que me pasa algo similar. —Llevé la mirada en el césped—. No sé si debería darle la carta —murmuré lo que pensé.

—¿Qué hay con esa carta?

—Altera el futuro —dije pensativo—. Si la entrego, él será algo inalcanzable. Si no lo hago, tal vez... pueda decirle lo que siento. Pero no puedo ocultarle la verdad, no puedo. Él será muy feliz al leerla, no tengo ningún derecho de quitarle eso.

—¿Y por qué te la dio?

—Tenía miedo de lo que pudiera decir.

—Valorará tu honestidad, estoy seguro. —Se paró—. Es bueno que lo hagas correcto. Tengo que irme. —Cubrió con su mano el bostezo que soltó—. Muero de sueño. Gracias por escucharme.

—Cuando quieras —dije sonriendo.

—Nos vemos.

—Nos vemos —repetí alegre.

La conversación que mantuve con Albert me tranquilizó. Permanecí sentado, escuchando el cantar de los grillos e imaginando la sonrisa de Daniel al leer la carta.

Observé a la lejanía la luz de linterna de uno de los guardias desgarrar la oscuridad. Decidí no arriesgarme más y regresar a mi dormitorio. Supuse que el día siguiente le regresaría la carta a Daniel.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now