Los amantes

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Después de estar con él en el parque, hubo días de negación,Daniel actuaba como si no recordara por culpa del alcohol. Sin embargo, elafecto no disminuyó, dormíamos juntos y me trataba cariñosamente. Al pasar lo sdías, la abuela de Daniel dio la mala noticia sobre la salud de su hija. Él se resistió a visitar a su madre por varios días, y entre más lo hacía, el fantasma del teléfono cobraba más fuerza y presencia en la mansión. Tiraba cosas, abría puertas y hacía sonar el viejo teléfono en la madrugada. Con mucho pesar, la abuela de Daniel decidió desconectarlo. Me encontraba preocupado por Daniel, su negación y como esta le daba poder a la sombra. Le insistí en que visitara a su madre, tanto que recurrí al chantaje. Cada vez que intentaba besarme, sacaba el tema y exponía la importancia de poder hablar con un ser querido antes de que fuera demasiado tarde. Al final, logré mi cometido.

Me encontraba en la sala de estar de un ostentoso hospital donde estaba internada la madre de Daniel, inmutado, observaba los candelabros que colgaban del techo. En el lugar se percibía un ambiente tranquilo y apacible. No obstante, para mí no era así. Muchas voces me susurraban al unísono. Esas cosas poseían un terrorífico rostro borroso. Suspiré, pedí en pensamientos que se largaran para siempre. Cerré los ojos, busqué refugio en algún pensamiento positivo. Recordé fugazmente mi encuentro con Daniel. Ya no lo percibía como un amigo querido, sino como una extensión de mí. Era alguien indispensable para mí como el Sol es para la Tierra.

Con las emociones que me otorgaba su amor, los quejosos seres no me atemorizaron más. Temí por depender tanto de Daniel, pero no había vuelta atrás, no encontraba mayor placer y felicidad que a su lado.
En un parpadear, apareció en una analepsis ese momento, el que olvidé por estar poseído por algo que consideraba una alucinación. Quería creer que fue algo que imaginé, tal vez un sueño lujurioso, sin embargo, no era así, en mis recuerdos recuperados todo era vívido, demasiado. No tenía palabras para confesarle lo sucedido a Daniel. Supuse que Albert se dejó llevar y especuló que su amado se encontraba en mí por un momento y por eso mismo quiso encontrarse carnalmente con él, una última vez. Decidí que lo mejor sería fingir no recordar nada del asunto.

Daniel me agitó del hombro, regresándome así a la realidad y quitándole lo lúgubre a la atmósfera. Le miré y le otorgué una sonrisa.

—Ya podemos irnos —dijo en un hilo de voz.

—¿Todo bien? —le pregunté, pensativo.

—Ya hablé con ella. —Esbozó una sonrisa fingida—. Está un poco ida, pero creo que me habló desde el fondo de su corazón. —Soltó un suspiro y ocupó asiento a mi lado.

Daniel, con la mirada perdida y vidriosa, recargó su cabeza en mi hombro. En un acto de amor y con ganas de animarlo, tomé con fuerza su mano; su semblante se relajó.

La madre de Daniel estaba internada desde hace meses, la anorexia mezclada con drogas y una vida desenfrenada le cobraron factura. Daniel me contó que la pobre estaba trastornada y obsesionada con la belleza. Haber nacido hermosa de alguna manera le hizo daño. Deseaba que a toda costa su belleza perdurara. Seguido se realizaba cirugías, caía en dietas extremas y se ejercitaba en exceso. Ella se estaba marchitando y era imposible evitarlo. El tiempo no perdona ni a la flor más hermosa.

Seres similares a la madre de Daniel, agobiados por una obsesión, rondaban en el hospital. Eran siluetas esqueléticas y frágiles como una copa de cristal. Era imposible ignorar aquellas cosas, pensara lo que pensara. Mi letargo se terminó cuando decidí vivir por completo y captar todos los matices de la vida, de no haberlo hecho, no hubiera sido un libro abierto con Daniel. Para mí, amar tenía un precio elevado.

Me quité los lentes, por lo menos así podía ver todo borroso y no me incomodarían tanto aquellas presencias fúnebres. Sin embargo, comenzó a preocuparme como me acostumbraba a estos. Una parte de mí deseaba ignorar la vida como lo hacía antes, ir por ahí con la mirada en el suelo, pensando en los deberes del colegio e ignorando el entorno, lejos de las siluetas. La otra parte de mí, amaba que estuviera tan vivo, sintiera y pudiera compartir mi tiempo con Daniel. Al final, cavilé que no importaba si me volvía loco y me acostumbraba a mi locura, lo valía, porque estaba con él.
En el nombre del amor acepté la realidad, mi desequilibrada realidad, y no quise escapar más.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now