El ocaso llegará

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Estaba tan celoso de Terry que comencé a tratarlo con indiferencia. Cuando lo miraba, recordaba que Daniel lo besó y dijo que le parecía lindo. Me pregunté qué tenía él que yo no, la respuesta la encontré al contemplarlo. Era atlético, su piel lucía un sano bronceado, poseía una melena ondulada bien peinada, y ya se rasuraba los inicios de una frondosa barba. Su tono de voz era maduro como amistoso, y sus ojos eran más azules que el mismo cielo y poseía una mirada vivaz. Él parecía que en cualquier momento se convertiría en un hombre hecho y derecho. En cambio yo seguía siendo un enclenque, paliducho, cuatrojos, greñudo, lúgubre y extraño chico.

Los tres nos encontrábamos en la habitación de Terry. Para ese entonces, él se había contentado con Daniel. Les hablaba de cómo mágicamente me dejaron de dar el medicamento, según las monjas, ya no lo necesitaba. Tal vez se dieron cuenta de que ya no lo tomaba y era un desperdicio dármelo. Cuando les conté lo que Albert me dijo sobre las monjas que drogaban a los alumnos más rebeldes, no le dieron mucha importancia, como si no les sorprendiera y fuera algo normal.

Cambiamos el tema. Terry dijo que no se quería enemistar con quien era mi mejor amigo en ese momento. Me extrañó que no le afectara el beso robado como creí que lo haría. Al contrario, el enojo con Daniel no le duró ni un día y se volvieron a hablar como si se conocieran de toda la vida. Cosa que incrementó mis celos. Cuando Terry estaba con nosotros, me sentía excluido de Daniel.

Él planeaba la fiesta de cumpleaños de Daniel en su casa, le solicitó a sus padres que pidieran permiso en la escuela. La abuela de Daniel accedió, solo faltaba mi padre. Sin embargo, cuando las monjas le llamaron, contestó su secretaria y dijo que se encontraba de viaje, que le daría el mensaje cuando regresara.

—¿Aún no responde tu padre, Isa? —preguntó Terry.

—No, parece que sigue de viaje —dije desanimado.

—Todavía hay tiempo, la fiesta será el sábado, es martes —animó Terry.

—¿Y qué planeas? —preguntó Daniel.

—Que nos la pasemos muy bien. —Esbozó una alegre sonrisa—. Invité a mi novia, la van a conocer, es tan linda. Ella llevará a sus dos amigas. —Me guiñó el ojo.

—Isa, deberías invitar a Violeta —sugirió Daniel y me arrojó una almohada.

—¿Pero si mi padre no me da permiso? —cuestioné cabizbajo—. Estaría con gente desconocida.

—¿A caso no le hablas de mí en tus cartas? —Daniel se incorporó de la cama donde descansaba y me lanzó una mirada desafiante.

—Lo hago, también le hablo de ti. —Llevé mi mirada hacia Terry—. Le dije que están loquitos y que este lugar realmente es un manicomio —conté risueño—. También le platiqué un poco sobre Albert.

—No me agrada —comentó Daniel—. Nunca se quiere juntar con nosotros, nada más te habla a ti. De seguro se enamoró. —Hizo un puchero y se lanzó a mí como si fuera una araña.

Movió sus dedos de pianista ágilmente por mi torso, sacándome risas y lágrimas con las cosquillas que me hacía. Terry se divirtió con la escena. Sonrió tiernamente. Revelé que me hablaba a veces con Albert porque fue el mejor amigo de Bach y porque también conocía a Violeta. No había ningún misterio detrás de lo que consideraba una efímera amistad.

Estaba preocupado por Albert, cuando lo veía, solía estar triste y melancólico. Era difícil que él superara la muerte de Bach, fue su apoyo y su todo. Me proyectaba en la situación de Albert. Daniel era para mí lo que Bach fue para Albert. Intentaba animarlo y escucharlo. Solía agradecerme con baja y amena entonación. Sentía algo más que lástima por él. Quería ayudarlo y alejarlo de la muerte. Albert fue la primera persona a la que le confesé mis sentimientos por Daniel. Sucedió en una noche tranquila de primavera. Una terrible pesadilla se robó mi sueño. Fue tan vivida que me sentía ajeno a mi realidad. Estaba tan agitado y asustado que decidí dar un paseo para regresar por completo a la Tierra de los vivos. Mientras caminaba, pensaba en la pesadilla.

Trataba sobre personas desfiguradas que danzaban a la par del sonido de un violín que emitía sonidos industriales. El instrumento era tocado por un ser trajeado sin rostro fijo, cambiaba mucho de expresiones y formas. En ocasiones tenía la cara de un niño, anciana, joven, mujer, hombre y bebé. Y articulaba expresiones erráticas, al verlas fijamente me estremecían de miedo. Lo único que no cambiaba era su esbelto cuerpo que vestía con un traje que parecía hecho de un trozo del cielo nocturno. Brincaba de un lado a otro mientras ambientaba de manera horrible mi pesadilla. El resto de los deformes bailaban alrededor de una fogata de flama azulada. Al acercarme, vi que se quemaban personas, pero su carne no se carbonizaba y ni sufría daño alguno, solo se hacían pequeños, muy pequeños. Me percaté que ahí estaban Daniel, Terry y Albert, inmóviles como si fueran muñecos de trapo. Quise adentrarme, pero los deformes me lo impidieron. Me sostuvieron de los hombros con sus garras huesudas y me hicieron mirar. Los que el fuego consumía se hicieron tan pequeños que ya no pude verlos. Lloré al ver que desaparecieron y yo seguía en la penumbra, detenido por esos seres que me agitaban el corazón de manera dolorosa. Quería ir con Daniel, Albert y Terry, y desaparecer en las llamas con ellos. Lloré angustiado al no poder librarme.

El sonido del violín estruendoso se detuvo de golpe.

Los deformes comenzaron hablar entre susurros espectrales y a rodearme. Parecía que rezaban, pero lo único que decían era: «El ocaso llegará».

Todo desapareció ante mi ver, quedó la oscuridad absoluta y las voces aterradoras repitiéndose en la nada, una y otra vez, «el ocaso llegará». De repente, como si fuera un ojo abriéndose lentamente, la luz de lo que parecía un ocaso desgarró la oscuridad. Abrí los ojos de golpe, me daba vueltas la cabeza y sentía un dolor punzante en mi frente. Llevé mi mano a ella. Me encontraba sudado y con el corazón agitado. El espacio de mi habitación se contraía y expandía ante mi ver como palpitadas.

Mientras recordaba, terminé de nuevo paseando cerca en la fuente de la virgen. Ahí me encontré con Albert, contemplaba la escultura con un rostro triste. Lo saludé en susurros, verlo me regresó a la tierra.

—¿No podías dormir? —pregunté.

—No —negó ligeramente con la cabeza—, una pesadilla me quitó el sueño —respondió con su bajita y suave voz.

—Igual. —Tomé asiento en el borde de la fuente—. Últimamente sueño con que mis amigos desaparecen y con un ocaso en forma de ojo.

—Tienes miedo de perderlos —dijo sin mucha emoción.

—Tal vez...

—¿Le diste la carta? —Caminó en el borde de la fuente mirando el rostro de la virgen.

—No pude... —Bajé la cabeza.

—¿Por qué no? —me cuestionó intrigado.

Se bajó del borde y se plantó frente a mí. Vi sus zapatos.

—Me gusta —le confesé—. No quiero que se vaya con él.

—¿Ya le dijiste lo que sientes?

—No puedo hacerlo, soy muy cobarde. —Levanté mi cara y nuestras miradas se cruzaron, y una energía electrizante se abrió camino entre los dos—. Además, no quiero arruinar nuestra amistad. Él sigue enamorado del tipo que le escribió. Me rechazará y perderé lo que tengo con él.

—Puede ser que no te guste como crees. —Sonrió tímidamente al decirlo.

—¿Por qué lo dices?

—El amor real no teme y no puede ser contenido. Igual, debes tener cuidado, será muy malo que te vieran pretendiendo a un chico. —Bostezó y se alejó un poco—. Volveré a ir a soñar. No me tomes mucha importancia, digo tonterías cuando tengo sueño, pero sí cuídate mucho. —Alzó su mano diciendo adiós con ella y caminó hacia su dormitorio.

Miré la delicada figura de Albert perderse enla oscuridad de la noche. Me pareció que se fue muy rápido a diferencia deotros días. Me acosté en el borde y vi la escultura de la virgen fusionarse conel cielo estrellado. Parpadeé, y por un momento me pareció que el rostro depiedra cambió de expresión. Me levanté y volví casi corriendo a mi dormitorio. 

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now