Recuerdo

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—Te ves terrible, tus ojeras están más negras que los marcos de tus lentes —comentó Daniel al verme en el comedor

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—Te ves terrible, tus ojeras están más negras que los marcos de tus lentes —comentó Daniel al verme en el comedor.

—No pude dormir —informé cansado.

—¿Por qué?

—Te cuento después. —Miré a la monja que estaba en la otra mesa, quien despreocupada y desinteresada del entorno, bebía café.

—Te ves terrible —dijo Claudio con una entonación burlona.

Tomó lugar en la mesa que ocupaba con Daniel. Clavó sus divertidos ojos de tierra en mí y me contempló, cambió su mirada a una de desagrado.

—¿Qué quieres, lombriz? —preguntó irritado Daniel.

—Verás, enano pecoso, quiero pedirte que no me emparejes el próximo domingo con tu amiguito —dijo Claudio muy seguro de sí mismo.

—¿Por qué? — Daniel frunció el ceño.

—Perdí tiempo en buscarlo. El muy idiota se cayó y se perdió por ahí. No pude ver más de lo que quería por su culpa —dio queja.

—No llevaba puestos mis lentes y te fuiste corriendo... Además, no quería ir a la juguetería —expresé dócil.

—Como sea, el próximo domingo me lo sacas de encima, sino le digo a las monjas cómo... —susurró— manipulaste a la tonta monja que nos cuida.

—Claro. —Sonrió Daniel de manera extraña—. El próximo domingo será diferente.

—Me alegra que entiendas... Ándale, toma más leche, a ver si creces más, enano pecoso. —Burlón, dejó en la bandeja de Daniel un vaso de leche, se paró y se fue a otra mesa donde estaban los otros alumnos.

—No eres enano, él es un gigante —comenté para animarlo.

—Lo sé. —Llevó su mirada donde Claudio se fue a sentar—. Debió elegir mejor sus palabras.

—No me gusta esa mirada —murmuré.

—¿Cuál sí, cuatrojos? —Dirigió su mirada hacia mí y me sonrió—. Al parecer estoy para servirles.

Se empinó la leche y dejó el vaso de golpe en la mesa. Hizo un eco estruendoso que interrumpió la paz sepulcral que había en el comedor.

—No te desquites conmigo. —Fruncí ligeramente el ceño y me quité los lentes.

—Lo siento, tienes razón. —Soltó un suspiro, me arrebató los lentes y me los volvió a poner—. Te ves bien con ellos, te da un aire de intelectual, aunque no lo eres, estarías en la clase A. —Soltó una risita.

—No me anima mucho eso. —Hice un puchero.

—Bobo, te cuesta captar mis indirectas. —Rodó los ojos y recargó su cabeza en la palma de su mano.

—¿Cuáles indirectas? ¿De qué hablas?

Cuando Daniel se disponía a responder, sonó la campana, la hora del desayuno terminó. Después de la hora desperdiciada en el templo, la cual se fue intentando ignorar a las esculturas de santos que me incomodaban, me reuní con Daniel en su cuarto para ver a Luna y hablarle de la carta. Tenía tanto, pero tanto sueño.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now