Albert

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Descansaba en una de las incómodas bancas distribuidas por el colegio. Desde mi lugar tenía vista a uno de los opulentos jardines. Junto a mí se encontraba Albert, paramos ahí después de que interferí en la pelea. El abusivo que lo atacó salió corriendo cuando le reproché y amenacé con llamar una de las monjas. Desconocía el motivo de por qué se inició el conflicto. Albert era encantador, me recordaba a los príncipes de los cuentos y un poco a Daniel. Su cabello parecía hecho de rayos de sol atrapados en su cabeza, y sus ojos evocaban a las esmeraldas más preciosas. Era muy alto y delicado, como un jarrón de porcelana frágil.

Calló y enserió demasiado después de que le pregunté por Bach. El silencio agudo y sofocante que se meneaba a nuestro alrededor fue destruido por el canto de los pájaros que anidaban en los árboles. Respiré hondo. Noté que el viento cargaba con muchas esencias de la primavera; el polen de los árboles que floreaban, la lavanda, rosas y hortensias de las jardineras, el césped recién cortado, el aroma a sol intenso. Me regañé en pensamientos por perderme tan bonito momento que la primavera otorgaba. Todo estaba lleno de vida.

—¿No eres de nuestra clase? ¿De dónde lo conoces? —cuestionó en voz baja.

Su tono de voz era tímido y delicado como su apariencia etérea.

—Lo conocí en la biblioteca, él me enseñó los libros secretos y conversamos un par de veces —respondí cansado.

—Le encantaba leer —comentó melancólico.

—Sí —dije sin emoción.

Era verdad, casi siempre que lo veía estaba leyendo, aparentemente una gran Biblia, pero la usaba de fachada, ya que ponía otros libros entre las páginas y se sumergía en los libros prohibidos en el internado. Era agradable verlo tan perdido en lo que leía. Solía estar alejado de todos, iluminado por una tenue lámpara amarillenta. El día que lo conocí fue porque me quejé en mis pensamientos y murmuré un poco lo que pensé. «No hay nada bueno para leer». Él estaba cerca, bajó la Biblia enorme que leía y me miró como si fuera un búho cazando, después esbozó una tierna sonrisa. Al recordarlo, me di cuenta de que lo valoré muy poco, no tomé enserio su muerte ni resentí su ausencia. Me interesé más por él cuando su hermana me preguntó.

Definitivamente, yo era una terrible persona. Me entristecí, tal vez no aceptaba que se hubiera muerto, tal vez me justificaba. Sin embargo, no volvería a verlo como solía hacerlo, perdido en los mundos que leía. No pude hacer nada para evitar su muerte.

—Pronto moriré —murmuró—. Y dirán que fue un suicidio...

—¿De qué hablas? —Giré mi cuello y lo miré sorprendido.

Me correspondió el ver, me reflejé en su triste mirada. Me otorgó una sonrisa cargada de melancolía.

—Los alumnos problemáticos y los que no aceptan lo impuesto en este colegio muren. Primero te controlan con violencia y encerrándote, sino funciona, te medican. —Nervioso, juntó sus manos y comenzó a retorcerlas—. Si de alguna manera logras evadir sus métodos de control, te someterán en un tratamiento especial, es diferente para cada alumno. Y si eso tampoco funciona, al final te orillan al suicidio.

—¿Bach no se suicidó porque así lo quisiera? —cuestioné asombrado.

—No. —Negó con la cabeza y sus ojos se cristalizaron. Desvió la mirada hacia los arbustos—. Estoy seguro de que lo acorralaron al suicidio. Queríamos destapar esto... y escapar juntos. Nos descubrieron y algunos alumnos nos delataron.

—Leí la carta de Bach. Siento que no parecía que lo obligaron —dije apenado.

—No son tontas. Parte del tratamiento consiste en escribir una carta de suicidio, te obligan hacerlo, porque, según, muere esa parte tuya pecaminosa. —Soltó un suspiro—. Realmente es una coartada para que la policía no investigue. Bach no se hubiera atrevido a hacerlo y dejarme solo. Era muy inteligente para huir muriendo. —Se arrellanó en el respaldo de la banca y miró hacia el cielo—. Hay muchos alumnos que se han suicidado, demasiados... Aquí paramos las ovejas descarriladas, nos aniquilan si no tomamos el rumbo que nos indican. —Calló por un momento—. Al final, pensamos en desistir y escapar, pero a Bach le daban lástima los demás alumnos. Quería que cerraran este infierno, juntó pruebas de lo que hacen las monjas. Pero todo se perdió con su muerte. He fingido para sobrevivir, pero ya me cansé. Además..., ya no tengo a nadie y los planes que hice con él jamás se concretarán. Mi vida ya no tiene sentido. —Se paró de la banca y me dio la espalda—. Cuídate, no confíes en las personas y no consumas los medicamentos que dan para el estrés.

—¡Espera! —Me levanté y me planteé enfrente de él, luchando con el pesado sueño que me derribaba—. No hice nada por él, déjame ayudarte —pedí clavando mis ojos en los de él.

—No es tu historia. —Sonrió tierno y a la vez triste—. Y la mía está pronto de terminar.

—No creo que muriendo lo logres ver de nuevo —aseguré.

—Es mejor que seguir viviendo con ese vacío y dolor. Ellas ganaron.

—Por favor, piensa las cosas. Finge ser un alumno modelo y no te metas en más problemas —dije firmemente, dejando atrás mi cansancio—. No te rindas. El simple hecho de que sigas vivo es una batalla ganada. Además... Bach vive en tus recuerdos —recordé lo que Daniel me dijo de mi madre—. Si te pasa algo, la parte de él que vive en ti morirá.

—¿Alguna vez te has enamorado? —preguntó Albert pensativo.

—No... —respondí. «No lo sé», pensé.

—Un día lo harás y me comprenderás... —calló y preguntó mi nombre con una mirada llena de curiosidad.

—Me llamo Isaac —revelé y ajusté el marco de mis lentes.

—Soy Albert. Adiós, Isaac. —Sonrió, alzó su mano y la agitó diciendo adiós.

No dijo nada más, vi su silueta alejarse en el pasillo. Era tan irreal el príncipe escapado de un sueño surrealista a punto de desaparecer.


---Nota---
No olvidén a Albert es muy importante para la trama 

Cuando cierro los ojos se van los santosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora