Destellos de otra realidad

6.3K 985 278
                                    

—Eres malo disimulando, Isa. Tu rostro siempre te delata —dijo con una serenidad que alteraba el ambiente—. Griselda, trae de lo que consume todas las noches la abuela y vino —ordenó sonriendo—. Mi amigo está alterado, necesita un poco de ayuda.

Al escucharlo un terrible escalofrío me recorrió la columna vertebral.

—Quiero irme —dije asustado—. Eres un mentiroso, Daniel. No puedo seguir a tu lado. Tengo que irme...

—Claro que no, es muy pronto para que te marches, nos vamos a divertir toda la semana, juntos. —Esbozó una sonrisa maliciosa.

Asustado, caminé hacia la salida, pero Daniel corrió, me tomó de la cabeza y la estampó con todas sus fuerzas contra la puerta. Cayeron mis lentes al suelo, haciendo un sonido seco. Escuché un ruido estático y la visión se me nubló.

—¿Por qué? —pregunté con la voz quebrada.

—Porque tienes que olvidar. —Volvió a estampar mi cabeza contra la puerta—. ¿Por qué no me quieres? —preguntó lloroso—. ¿Por qué me haces ser malo contigo? ¿Por qué mentiste y fingiste ser mi amigo? —Repitió de nuevo el mismo ataque—. ¡Olvida todo!

—Esto... no es real.

Mis sentidos me abandonaron por completo y me derrumbé en el momento.

Una extraña escena comenzó a repetirse en la oscuridad donde me desvanecía lentamente, estaba alejada y se fue acercando cada vez más a mí. Desde la distancia podía ver el bonito hogar de la abuela de Daniel. Parecía medio día, los rayos del sol poseían una encantadora tonalidad sepia. El tiempo no se percibía pasar por ahí. Unas rosas rojizas se agitaban en un montículo de tierra removida, no tenían mucho de haber sido trasplantadas. Las rosas cada vez se iban acercando más y más a mi visión. Algo había debajo de ellas, algo pétreo, roto, ensangrentado y cubierto de tierra negra. Vi las flores de cerca, casi pude olerlas, luego mi ver se fue acercando a las hojas, a los tallos, a las espinas, y al final a las raíces. Una capa gruesa de tierra dividía las raíces del cuerpo desmembrado que descansaba en la profundidad de la tierra. Era mi cuerpo, pero no era yo, no se parecía más a mí y me daba horror verlo, verme así, en aquel estado tan lamentable. Y entonces, en un parpadear, la imagen cambió, y en el lugar del cuerpo quedó una silueta acurrucada. Se trataba de mi sombra, y a la vez no, era incierta, estaba fuera de tiempo. Delimitaba la línea de la realidad y de la demencia. Mi sombra se retorció, como si se convulsionara y luchara por vivir. Moviéndose con espasmo, atravesó la tierra y las raíces, salió a la superficie y señaló hacia un árbol cercano a los rosales. Daniel estaba colgado de la rama más gruesa, su cuerpo se mecía con suavidad de un lado a otro.

Tomé una bocanada de aire. La cabeza me daba vueltas y todo ante mi visión se agitaba y meneaba como si me encontrara en un barco en una tormenta. La luz amarillenta del lugar me pareció insoportable, entrecerré los ojos. Agudicé el oído para compensar mi pésima visión. Mi cuerpo tembló de frío. Me abracé y lentamente volví en mí mismo. Me encontraba en una bañera llena con agua fría, temblaba de frío y mis manos no me respondían del todo.

—Fue demasiado —dijo Daniel con una preocupada entonación—. Te quedaste dormido en la alfombra por horas, parecías muerto, por eso te traje aquí —contó.

Desconcertado, miré la escena. Daniel y Griselda se encontraba al lado de la bañera, me miraban con una expresión sombría llena de preocupación.

—Con dos gotas hubieran sido más que suficiente —dijo ella con una voz lejana que hizo eco en mi cabeza.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy aquí? —pregunté ido.

Intenté incorporarme, pero aún no volvía por completo a mi cuerpo. Todo volvió a girar abruptamente, regresé a la bañera. Rápidamente cubrí mi boca con mis manos conteniendo así las ganas de vomitar.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now