Unión

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Daniel era una caja de sorpresas, siempre tenía alguna ocurrencia en mente. Me encontraba en el comedor de su abuela, preguntándome con qué objetivo los tres vestíamos los excéntricos vestidos que fueron de su madre. Lo que más me incomodaba de todo eran las ajustadas medias. Daniel me disfrazó con un vestido azulado con fondo blanco, tenía un gran moño de encaje decoraba el centro de la cintura. Me hizo usar una peluca rubia y tacones altos. Cuando me miré en el espejo, no me reconocí.
Griselda utilizaba un lindo vestido aterciopelado color vino con mangas bombachas. Ella se veía increíble, el vestido resaltaba su cintura de reloj y los cabellos rojizos que se deslizaban de sus escuálidos hombros. No hablaba mucho, nos miraba risueña y divertida. Quería preguntar lo que pasaba por su mente, pero me enfoqué en comer lentamente, me gruñían las tripas, pero mi apetito no regresaba del todo.

Recapitulé lo sucedido, era todo una locura. Sonreí al imaginar la cara de asombro de Albert cuando escuchara sobre mis vacaciones.

—Esto es lo más emocionante que me ha pasado en años —contó Griselda animada—. No he conocido semejantes aventuras ni en todos los libros que he leído. —Sonrió y juntó sus manos.

—Lo imagino —dijo Daniel—. Mi abuela es muy aburrida. —Recargó su mejilla en la palma de su mano.

—¿No le contarás, cierto? —le pregunté a Griselda.

—Le daría un infarto —respondió ella—. Siempre me divierto mucho cuando el señorito Daniel viene —aclaró y sonrió sutilmente.
Las mejillas de Griselda se arrebolaron y sus ojos brillaron como estrellas. Su evidente emoción por Daniel me provocó celos.

—No soy tu payaso —comentó Daniel con una entonación mimada e hizo un ligero puchero—. Dime, Gris, ¿quién de los dos es más lindo? —cuestionó divertido.

—Es difícil decidirlo. —Estiró su mano y le dio un trago a su vaso de agua—. Son diferentes, pero encantadores a su manera.

—No hagas preguntas incómodas —pedí avergonzado.

—Me divierto. —Me dirigió Daniel una sonrisa—. Veamos —se ajustó en su silla—, si tuvieras que elegir qué genes llevarían tus hijos, ¿a quién elegirías, Griselda?

Lo reté con la mirada al escucharlo.

—Me pone en una situación difícil, señorito —respondió seria—. No puedo elegir. —Las mejillas de Griselda se arrebolaron, quitándose relevancia al bosque de sus ojos—. Supongo que a su amigo.

Los celos que tenía se fueron en un parpadear.

—¿Por qué? —preguntó Daniel exaltado, pero sin perder el encanto de su voz.

—No se ofenda, pero usted hace cosas muy extrañas y puede ser eso algo hereditario. —Sonrió nerviosa.

—La vida es muy corta, Griselda —dijo y soltó un suspiro—, si no nos divertimos, no habrá valido la pena el sufrimiento que es vivir.

—Entiendo. —Asintió Griselda—. Igual no cambio mi opinión —aseguró sonriendo.

—Entonces tendrás que salir con los dos, golosa —comentó Daniel burlándose—. Nos gusta compartir lo que nos gusta —reveló con cierta malicia en su entonación.

—Eso me emociona, señorito Daniel. Salir con dos caballeros. Hace que me dé calor y mi corazón lata con fuerza. —Griselda se abanicó con la mano.

Un tanto pensativo, los contemplé, ella no se inmutaba con lo que Daniel hacía, al contrario, se emocionaba y le seguía el juego. Me pareció que podría ser la indicada para él. Daniel intercambió miradas conmigo, se levantó de su lugar y fue hacia mí, me rodeó del cuello con sus escuálidos brazos y besó mi mejilla. Mi corazón se volcó. Avergonzado, miré la cara de Griselda con la intención de ver su expresión: ella sonrió tímidamente.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now