Tiempos difíciles

4.4K 780 463
                                    


Abrí los ojos de golpe, tomé una gran bocanada de aire sin que sintiera este llenar mis pulmones. Demoré en recuperar la compostura y poder respirar bien. Palpé con mi mano el colchón, diciéndole así a mi cerebro que me encontraba en la cama de mi habitación y no muerto. El corazón me reclamaba en latidos intensos y todo me daba vueltas. El sueño había sido tan vívido para mí. Dejé salir las lágrimas de angustia y en el momento me paralizó un dolor punzante. Revisé mi torso, estaba sudado por la pesadilla, pero no había ninguna herida.

Agitado, me levanté para beber agua. Al sentir con mis pies descalzos el frío suelo, pude comprobar que estaba vivo. Mientras bebía agua y volvía lentamente a mi realidad, me pregunté qué estaba pasando conmigo, y si aquella pesadilla se haría realidad. No era la primera vez que soñaba con presagios, realidades alternativas y con pesadillas que me quitaban el aliento.

Abrí de par en par la ventana de mi cuarto, y mientras lo hacía pensé si Daniel viviría y si podría salvarlo. Cavilar aquello me lastimaba. Sin embargo, algo en mi interior me decía que debía actuar para cambiar el futuro caótico. Recordé que las estatuas eran una especie de maldiciones que retenían a los fantasmas. No quería terminar en una y que tampoco Daniel lo hiciera. Suspiré. Miré, borroso al no llevar mis lentes, el reloj de la pared: eran las tres de la mañana. Había tiempo.

Tomé mis lentes y me apresuré al armario. Cambié mi pijama por el uniforme y el abrigo que usaba en invierno. Pensé en ponerme la bufanda de Daniel, pero desistí de la idea por culpa de la pesadilla. Siendo sigiloso, salí de mi habitación. En el camino le pedí a mi corazón que se calmara. Salí removiendo el barrote flojo. Mientras fingía ser un fantasma más de los que flotaban por los alargados pasillos, vislumbré a la lejanía, cerca de la fuente, a un alumno. Caminé discretamente.

—Albert —lo llamé en voz baja al verlo y reconocerlo.

—Hola —susurró adormilado. Con cierto encanto, rascó con su dedo índice uno de sus ojos—. ¿De nuevo una pesadilla? Yo tuve una... —murmuró.

Mirarlo me tranquilizó. Hablar con él me daba la vida que la pesadilla me quitó.

—Algo así. —Me encogí de hombros—. Tengo algo que hacer.

Busqué con la mirada algo que me ayudara a terminar definitivamente con los horribles santos.

—¿Qué harás? —Ladeó su cabeza y me miró con cierta curiosidad que hacía deslumbrar sus ojos.

—Lo siento, no puedo decirte, si me descubren me meteré en graves problemas, no puedo involucrarte.

—Ahora tengo más curiosidad. —Sonrió tímidamente.

—Te diré, pero no te incluiré en mi plan. —Me acerqué a él, pero sin invadir su espacio personal—. Muchos fantasmas siguen penando por el lugar porque las estatuas de los santos los retienen —conté apresurado y en voz baja—. Estas se alimentan de las emociones negativas que reúnen los fantasmas mientras se pasean por el internado. Son una especie de parásitos. Lo sé, suena una locura. Pero debo intentarlo.

—Suenas como ella, como la bruja —dijo Albert emocionado—. Te ayudo, no nos descubrirán, ya lo verás. No acepto un no como respuesta. —Sonrió cálidamente—. Sé algo que nos podrá ayudar.

Albert, animado, y sin permitirme negarme, caminó por el jardín. Lo seguí como si fuera su sombra. Nos adentramos en el jardín de los tulipanes que comenzaba a florecer por el invierno. Las monjas amaban cultivarlos en esa época. A la lejanía había un vieja y pequeña choza donde se guardaba todo lo de jardinería. Albert caminó hasta esta. Me indicó que lo esperara oculto detrás de uno de los pilares de los pasillos. Hice caso. Mientras lo esperaba, miré los coloridos tulipanes agitarse suavemente con el frío aire. Albert no demoró, apreció de un momento a otro con un pico y mazo en las manos. Agitado, me entregó el mazo. Desconcertado, lo tomé con ambas manos, pesaba más que mi angustia. Nos apresuramos a llegar al templo.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now