Permiso

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Miré por la ventana de mi habitación a algunos compañeros irse de los dormitorios, pasarían las vacaciones de invierno lejos del colegio

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Miré por la ventana de mi habitación a algunos compañeros irse de los dormitorios, pasarían las vacaciones de invierno lejos del colegio. Por supuesto que les envidié. Salían como si lo hicieran del infierno. Volví a mi cama, donde el techo blanco era mi mejor confidente. Busqué consuelo en dormir. No obstante, alguien tocó la puerta de mi habitación, me incorporé y la abrí.

—La directora quiere verte —informó sin mucha emoción una de las monjas.

Ya no me parecían humanas, sus rostros se me hacían tan genéricos, iguales entre sí; desmotivados, marchitos, amargados... Y era lo único que podía verles, la cara, lo demás era un traje de pingüino. A veces me costaba a reconocerlas, gracias a que llevaban gafetes podía saber de quién se trataba.

—Bien —respondí adormilado.

Salí de mi cuarto, el frío me cacheteó la mejilla y el viento jugó con mi cabello. Cabizbajo, caminé detrás de la monja. Escuché mi andar en el piso laminado, el de ella no, parecía que flotaba debajo de su largo hábito religioso. Odiaba que los pasillos fueran tan estrechos, hubiera tantas puertas cerradas y ventanales abarrotados. Alguno que otro ventanal me daba vista de la altura de los dormitorios y el jardín principal del colegio. La dirección se encontraba lejos de los dormitorios, en una edificación diferente. Salí siendo la sombra de la monja y miré el amplio jardín sin alma. Cuidado en cada detalle, vistoso, con fuentes, esculturas, árboles frondosos, arbustos, rosales y más. Pero nadie podía disfrutar del lugar, funcionaba como adorno y para presumir la riqueza del colegio. Entré a lo que parecía y olía a un viejo templo, la dirección se encontraba cerca de la recepción. Vi algunos padres de familia que esperaban sentados a que les entregaran a sus parásitos. Los miré con indiferencia por no ser mis padres y yo su parásito.

—Hermana. —Tocó la puerta de caoba de la dirección—. Rigardu está aquí.

—Hazlo pasar, por favor —dijo la directora desde su oficina.

—Buenos días.

—Buen día, Isaac. Por favor, toma lugar. —Señaló una silla frente a su lujoso escritorio.

—Gracias.

Me senté un tanto incómodo. Miré los muros adornados por cruces y rosarios mientras la directora me explicaba que mi padre pagó la cuota extra para los alumnos que se quedaban en vacaciones. Torcí ligeramente la mueca, lo sabía, siempre hacía lo mismo.

—Sin embargo, como tienes dieciséis años, ya puedes tener acceso al pase de salida dominical que se da a los alumnos mayores —dijo con su voz amargada—. Hay reglas a seguir y no saldrás solo.

Mis ojos se iluminaron al escucharla. La idea de salir me volvió a la vida y mi corazón latió emocionado. Pasó por el escritorio papeles y me pidió que los leyera en voz alta. Eran las reglas, si las rompía, se me negaría de nuevo la salida dominical. No debía separarme del grupo ni de la monja encargada de vigilarnos. Podía comprar, pero al regresar me revisarían las pertenencias para evaluarlas; si eran consideradas peligrosas y en contra de las reglas del colegio, me las confiscarían. Había más reglas, todas relacionadas con prohibirme salir de nuevo si no las acataba. Deseé que el domingo llegara lo antes posible.

En vacaciones, como no había clases, después de desayunar en el comedor casi vacío, tenía que ir al templo a rezar con las monjas. Después, me dedicaba a estudiar, leer, practicar en el salón de música y pasear por las áreas permitidas en los jardines. Raras veces iba a la sala común donde podía mirar películas religiosas en la vieja televisión. Evitaba el lugar, me parecía muy aburrido como grande. También, evitaba conversar mucho con mis compañeros. No era el único que permanecía en el colegio en vacaciones, los que se quedaban solían pasar el rato en la sala común. La mayoría de mis compañeros tenían una personalidad gris.

Sin embargo, ese día decidí variar, fui a la sala común. Y esa decisión fue la que me llevó a conocer a la persona encargada de cambiarme la vida.

Cuando cierro los ojos se van los santosWhere stories live. Discover now