Capítulo 21

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Se despidieron de George y entraron a la vivienda; todo parecía estar en orden y las luces de la casa de Mónica ya estaban apagadas, por lo que era probable que los niños estuvieran durmiendo.

Thomas avanzó en la silla hasta la mitad del salón, pero cuando Danielle pasó a su lado la tomó de una mano y la hizo subirse a sus piernas para darle un beso. Ella se lo reciprocó, aunque se sentía un poco nerviosa sin saber lo que podría suceder. Thomas abandonó el beso y se dirigió al ascensor de cristal con ella todavía sobre sus piernas.

—¿Sabes esa escena en la que el hombre lleva en brazos a la dama? —le dijo él al oído—. Pues bien, creo que podré lograr esa fantasía gracias a tu elevador. ¿Quién diría que sería tan útil?

Danielle se rio, mientras se colgaba de su cuello.

—Tienes que valorar más mi trabajo, Tom —comentó divertida—; ¿y si no hubieses aceptado las reformas?

—Hubiera cometido el peor error de mi vida, y no lo digo por la casa: ha sido maravilloso lo que has hecho en mi hogar, pero nada de esto se compara con haberte conocido.

El ascensor de cristal se elevó despacio hasta el primer piso. Como era eléctrico no resultaba demasiado rápido, pero fue muy agradable darse un apasionado beso durante el gradual ascenso.

Cuando llegaron arriba, Thomas tomó por el corredor con Danielle en su regazo y abrió la puerta de su habitación con su teléfono; encendió las luces y pasó adelante. Ella se estremeció una vez más, era una mezcla de ansiedad, excitación y un poco de temor.

—¡Cielos! —exclamó poniéndose de pie—. No había vuelto a entrar a esta habitación desde que te conocí...

—¿En serio? —preguntó él extrañado—. ¿Ni si quiera cuando se realizaron las reformas?

—La verdad es que no; Edward fue quien lo supervisó todo aquí arriba. Por supuesto, entre los dos hicimos el diseño y yo miré las fotos de la conclusión de la obra, pero jamás volví a entrar.

—¿Tan mal me comporté contigo, Dani? —añadió él riendo—. Bueno, yo sé que sí...

Ella se acercó y le besó ligeramente.

—Sin duda ahora me gustas más.

Thomas se sonrojó un poco. Era increíble cómo a su edad le podían suceder aquellas cosas con Danielle, pero ella conmovía cada fibra de su ser.

—Iré un momento al baño —anunció él.

—Tom...

—Dime, cariño.

—No tengo ropa para dormir... —Estaba ruborizada por completo y él se rio al verla. Parecía una niña pequeña.

—Escoge algo en mi clóset. Puedes abrirlo con confianza.

Ella asintió y Thomas entró al baño; tras su afección medular había tenido que adaptarse a recocer las señales de su cuerpo, intestinales y urinarias, para acudir con prontitud al sanitario, sin que ocurriese ningún accidente.

Danielle se quedó a solas y abrió el armario. Las perchas se hallaban a una altura más baja de lo habitual para permitir que Thomas las alcanzara. Entró a su mundo y miró las camisas perfectamente planchadas; los sacos, los trajes... Thomas era un hombre muy elegante, aunque en casa vistiera por lo general de manera sencilla. Debía lograr que saliera más a menudo de su hogar, para que volviese a disfrutar de la vida, de pequeños paseos y actividades que le enriquecieran sus monótonos días.

Danielle abrió una de las gavetas superiores del armario y se topó con sus calzoncillos; la cerró de inmediato un poco avergonzada. ¿Y por qué se sentía así? ¿Acaso no estaba en su habitación? ¿No había decidido voluntariamente invadir su espacio? Abrió la segunda gaveta y miró que en ella se hallaban varias camisetas y playeras perfectamente dobladas.

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