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La casa del Ejecutor Garik Lennox, padre de Biel, Dirk, Keira y Ranshaw, se encontraba a unas cuantas calles de la casa principal.

Para ese momento, solo el menor habitaba en esa propiedad. Su hermana vivía en la manadaMaier. Tresaños atrás fue enviada para formar pareja con uno de los ejecutores de esa pequeña pero próspera villa de lobos negros. Ya había dado a luz a su primer cachorro y estaba esperando al segundo.

Biel se mudó al día siguiente de la ceremonia de elección a sus habitaciones en la casaprincipal,como si no pudiera esperar un minuto más para salir del hogar paterno.

En teoría, Dirk aún debería estar ahí. Pero pasaba tanto tiempo en el campo que nunca se le veía. Era seguro que tomaría a su Omega y se retiraría con él a su cabaña ubicada más allá de los riscos. Nadie los volvería a ver en bastante tiempo.

En cuanto a su padre, siempre dedicado a sus funciones de ejecutor, pernoctaba al igual que los demás, cerca del Alfa Mayor. Su madre había ocupado la casa hasta que se fue una década atrás.

Escuchó la respiración agitada de Amatis a su lado. Ranshaw se dio cuenta de que lo llevaba de la mano casi trotando. Apenado, disminuyó la velocidad de sus pasos. Al llegar a casa sintió alivio al comprobar que, en efecto, estaban solos.

Ranshaw hizo entrar al chico en la sala y le indicó un sillón para sentarse.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó. Pero el joven Omega no hizo más que abrir los ojos como asustado y apretar los labios. Estaba demasiado abrumado. No sabía qué había hecho mal para que Ranshaw se mostrara tan enojado.

—¿Por qué tu padre te entregó a mí? Se suponía que ibas a estar con Mike. ¿No hablaste con él?

Amatis no respondió. Temblaba, aunque trató con todas sus fuerzas de ocultarlo. Temía ser repudiado por comportarse como un ratón.

—¿Y qué voy a hacer contigo? —preguntó Ranshaw a la pared de la sala en donde la piel de un lobo gris cubría el espacio que había sobre la chimenea.

De reojo percibió movimiento fuera de la ventana. Al mover la cortina, vio a Mike y un poco atrás a Kris, tratando de seguirle el paso. Fue rápido a la puerta, abrió lo suficiente como para que se viera su rostro y dio un silbido breve, que Mike reconoció. Antes de dar un paso en dirección de la casa de Ranshaw, verificó la calle oscura y desierta. No quería testigos que después fueran con Ralf a contar historias.

Mike tiró del Omega que llevaba de la mano y caminó hasta el dintel bajo el cual se encontraba Ran. Apenas cruzaron, corrió el pasador. Luego los adelantó para guiarlos a todos a su habitación. Cerró también esa puerta y se quedó recargado en ella, mirándolos. Tanta precaución rayaba en lo ridículo. Pero no quería correr el riesgo de que alguien los viera reunidos.

Kris parecía triste en verdad. Ranshaw había ganado su corazón. En cuanto a él, no podía decir que sintiera lo mismo que Mike, pero eso no quitaba que el chico le caía muy simpático. Se atrevió a imaginar una vida, juntos, lo más lejos que pudiera de la constante presión de la manada. Tendrían una casa desde la cual vería el mar por las mañanas y cada día estaría lleno de risas y travesuras, con ese Omega curioso e inteligente, que solía contar los mejores cuentos.

—¿Por qué? —preguntó Ranshaw, para romper el anhelo, doloroso de contemplar, con los enamorados se miraban uno al otro.

Mike no sabía por qué, pero lo suponía.

El Alfa Mayor no consideraba relevante si se amaban. Esas cosas le parecerían ridiculeces.

Le importaba dotar a la manada de una generación fuerte. Por ello entregó al macho Alfa más apto, el omega más bello.

Lo hubiera dado a Biel, pero ni él ni sus ejecutores podrían tener uno, mientras estuvieran emparejados. Descuidarían su mandato de gestar a la futura generación de gobernantes.

Y había que aprovechar la juventud y fertilidad del Omega.

—Ya está hecho y es inapelable —dijo Mike. Extendió la mano para indicar a Kris que se iban. El chico lanzó una mirada acuosa a Ranshaw antes de obedecer.

—Cuida de Amatis con tu vida —susurró Mike al salir sin decir otra palabra.

Cuando la puerta de la calle se cerró con suavidad, Amatis parecía a punto de echarse a llorar. Ranshaw tenía que salir de ese lugar. La tristeza de sus amigos le rompía el corazón. Tomó el brazo de Amatis, tal vez con más rudeza de la necesaria. Le llevó a la cama, lo hizo sentarse y luego acostarse, porque se veía pálido como muerto. Le echó un cobertor grueso encima.

—¿Tienes hambre? —Amatis negó—. Entonces trata de dormir. Voy a salir, pero no te preocupes, aquí estás a salvo. Nadie te hará daño ni te obligará a hacer nada que tú no quieras.

Amatis, que se acurrucó debajo del cobertor, resignado a la vida que su padre eligió para él. No había nada que hacer, pero al menos, era un buen compañero. Pertenecer a él era, dadas las circunstancias, lo más afortunado que le pudo pasar. Su Alfa —a partir de ese día— era también el mejor amigo de Mike y con frecuencia lo acompañaba. Saltaban las bardas de la casa Lennox, subía a hurtadillas por las enredaderas que cubrían la parte trasera de la mansión, hasta llegar a su aposento.

Siendo hijo del Alfa Mayor, creció con unos cuantos privilegios que el resto de los Omegas no disfrutaban. Uno de ellos fue tener su propia habitación desde niño. Mike subió hasta ahí casi todas las semanas, en las noches de los últimos tres años. Conversaban por horas.

Ranshaw se quedaba cerca, como chaperón, porque si los descubrían, él podría dar fe de que Mike solo conversaba con Amatis. En esas esperas conoció a Kris.

Dos semanas antes, guardias haciendo ronda de vigilancia, descubrieron a Ranshaw saliendo de la habitación de Amatis. Biel enfureció y los chicos no volvieron a verse, hasta esa noche, en que iba a ser reclamado. Gestaría a los hijos de Ran, no de Mike.

Cuando el Alfa salió, Amatis se cubrió la cabeza con el cobertor. No lloraba. Ni siquiera podía hacer eso.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now