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Parte de la amargura se había disipado para cuando llegó al departamento en el que dormía desde que regresaron a Lennander. En donde se suponía que tendría que vivir para siempre con Hadrien.

Él quería ir a su casa amarilla, pero sabía que no soportaría estar ahí, solo con los perritos. Por lo menos en la casa Lennox, había niñeras, gente, movimiento, una cocina en el corredor vecino con leche y cereal en abundancia.

Necesitado de tiempo fuera, buscó un rincón solitario.

Nunca le pasó por la cabeza que estuviera siendo tan maldito como la gente que tenía que cuidarlo. Y comenzó a entender que, tal vez, los había juzgado duramente. No quería sacrificarse por unos cachorros que apenas se daban cuenta de que él existía, excepto cuando tenían hambre.

Solo lo usaban, como todos.

Tanto llanto contenido le estaba lacerando la garganta. Pero no iba a llorar, porque con eso no arreglaba nada.

¿Era que su estirpe estaba maldita? ¿Por eso se fue su padre y lo dejó en manos de la sirvienta que le dio una vida de perro? ¿Porque le importaba más lo que quería y sentía, que su propio hijo? ¿Y cuál era la alternativa? ¿Tenía que haberse quedado con él? ¿Volver a Lennander cargando un crío? ¿Evan tenía razón?

Comenzó a sentir cosquilleos en el pecho, era la señal de su cuerpo para saber que se acercaba la hora de comer de los bebés. Desanimado, se levantó y regresó a sus habitaciones. La niñera iba saliendo.

—Oh, justo iba a buscarlo. Se están inquietando y...

—Deja, ya me encargo.

—¡Pero es que tengo que...!

—¿Me puedes conseguir un vaso grande de leche? O mejor una jarra. No sabes la sed que me da cuando los alimento. Y si puede estar muy fría, mejor. ¿Serías tan amable? Dejaré la puerta abierta.

Su tono sombrío alarmó a la niñera, por eso asintió. Tal vez el Alfa mayor lo había reprendido, era sabido que ese Omega era tremendo.

—De acuerdo. ¿Deseas que tarde?

Sax volvió el rostro para mirar a la chica. Ella entendía que quería estar solo, sin necesidad de decírselo.

—Sí quiero mi leche, pero... un tiempo con los pequeños no me caería mal

Ella le acarició el hombro.

—No te preocupes. Te traeré leche, bocadillos y te dejaré en paz. Verás, ahí dentro hay algo muy bonito. Espero que eso te anime.

Al entrar, escuchó el llanto de un bebé. Se apresuró a la habitación que ocupaba. La niñera había metido la cuna junto a la cama. 

Ahí estaba un bebé. 

Había heredado el color chocolate de su padre y tenía los ojos negros más hermosos que había visto nunca. Sax se acercó despacio al barandal.

En el nido estaba un cachorro dormido. Cuando la niñera volvió, encontró a Sax mirando la cuna, estupefacto. 

—¿A qué hora pasó esto? —El Omega no se lo podía creer. Era lo más hermoso que había visto en la vida. 

—Hace unos minutos —dijo la niñera, emocionada—. Por eso salí a buscarte. Escuché ruidos y me di cuenta de que lloraba. No vi cómo pasó y cuando miré, estaba este bebé precioso. ¿Ya pensaste cómo le vas a llamar?

Sax negó, pero apenas si notaba nada. Ese bebé le miraba a los ojos de una manera que nadie le había mirado. ¿Cómo era posible que tuviera tanta expresión? Parecía que tenía enfrente a la mejor persona del universo y que con solo contemplarlo, el bebé se sentía feliz y realizado. Al mirar a la niñera, ese brillo de amor desaparecía. Solo destellaba cuando devolvía la mirada a Sax.

—En la manada casi nadie podemos cambiar. Bueno, yo nunca lo he intentado. Dicen que, en caso de peligro, los más fuertes pueden. Pero la verdad es que solo los Alfas de élite lo hacen  cuando dejan de ser niños, en la adolescencia. Lo que este bebé ha hecho es extraordinario.

Sax asintió, pero estaba más concentrado en desaparecer y aparecer del campo de visión de su hijo para ver como la sonrisa y la felicidad aparecían en su carita morena cada vez que lo veía de nuevo. Sentirse mirado así, era portentoso. Algo nuevo. Algo tan fuerte que comenzó a cambiarlo por dentro, a llenar carencias viejas, vacíos negros de su infancia, agrietadas soledades olvidadas. 

—Mi padre me contó que hubo un Alfa mayor en Lennander, hace mucho tiempo. Tal vez cien años o más. Nació en su forma de lobo y también cambió al nacer. Luego, cuando pequeño, cambiaba de bebé a lobo para jugar con sus hermanos, como si no le costara nada.

—¿Cómo se llamaba ese Alfa?

—Idris. En una lengua antigua, de las tierras de donde llegó Lenna Nox, significa "líder feroz".

—¡Pero esta cosita no tiene nada de fiereza! —Los ojos de Sax por fin se llenaron de humedad, porque él podía resistir hasta la muerte todo el dolor que la vida quisiera ponerle enfrente. Pero no tenía ni una sola salvaguarda para defenderse del amor que veía en los ojos de su hijo, que lo amaba porque estaba ahí, sin tener que hacer nada para ganarlo.
Lo amaba porque existía.
Y Sax se dio cuenta de que compartía el mismo exacto sentimiento.

—Créeme, este bebé dominará la manada antes de los veinte años —respondió la chica. Sax la miró. Jessy, se llamaba. Era bonita, se recogía el pelo en una coleta y su piel era igual a la de Sax y a la de Idris. Fue la primera vez que pensó que ella también era su familia. 

Parecía que todos se habían puesto de acuerdo para reducirlo a una mierda. Y el bebé gorjeó de alegría. Evidentemente también era parte de la banda, cómplice de Evan y de la niñera y de todos aquellos que se empeñaban en tratarlo bien. Demasiado pequeño para sonreír, pero lo hacía. Parecía un sol moreno, brillaba igual. Tal vez todo había sido plan suyo. 

—¿Te gusta tu nombre, Idris? —Sax cargó al bebé y lo llevó en brazos a la cama, mientras se descubría el pecho. La niñera se había esfumado. Una jarra de leche y galletas estaban en la mesita de noche—. ¿Y cómo se llamará tu hermano?




Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora