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Sin prestar mucha atención Madow volvió a su morada. Conocía la ruta de memoria pues toda su vida la vivió entre esos pasadizos, hasta las rutas secretas que conducían al otro lado de la montaña.

¿Cuántas veces jugaban a esconderse él y sus hermanos?

A veces el pequeño Fetore lloraba si no lo encontraban pronto. Lo divertido era verlo esconder la cara y dejar el trasero a la vista.

Las cosas cambiaron cuando Fetore se convirtió en un joven príncipe lleno de soberbia. Orgulloso de su raza, dejó de ver a Madow como su héroe, para considerarlo un mestizo.

Lo era. Más que Arvo, también engendrado en el vientre de un joven fértil. Y Madow no comprendía porqué tenía tanto parecido con los Alfas y nada en común con los Dankala.

Amatis dijo que a veces ocurría y así quedó. Y es que nadie le atacaba por ser tan diferente. A veces, mientras crecía, temía que Besmirtan lo enviara a las minas, pero nunca ocurrió. Lo quería porque era su hijo mayor y gustaba de tener la ventaja de su respaldo puesto que era más alto y fuerte que todo Dankala.

¿Y qué pasaba con el chico que tenía que ser marcado? Era la viva imagen de Amatis. Tal vez era el hijo que dejó atrás cuando fue llevado a Dankala.

Él se lo contó.

Al regresar a su propia habitación encontró a ese chico durmiendo, acurrucado frente al fuego. Lo levantó para recostarlo en el lecho y lo cubrió con pieles, sin quitarle la ropa. Avivó el fuego, pensando que tendría que abastecerse de madera y finalmente se echó a dormir a su lado.

No había visto a otros con esa tonalidad de piel tan oscura. Los que llegaban eran de cabellos que iban del dorado al blanco y piel que parecía la luna. Otros tenían el cabello color carbón y su piel recordaba ciertos tonos de madera, entre amarillo y rosado. La excepción era Amatis y algunos que estaban en las minas.

Tal vez del lugar de dónde venían, todos eran así.

Debía ser un sitio lejano. Necesitaba saber más, pero el muchacho dormía tan apacible que no quiso molestarlo. Cerró los ojos y se quedó quieto. Tener compañía en la cama, una tan apacible, lo tranquilizó.

Al despertar, todo estaba igual. En la fortaleza no se sabía si era de día o de noche, pero los Dankala tenían un sentido interno que los aletargaba de día y los activaba en cuanto el sol se escondía.

Él carecía de esa sensibilidad, de forma que nunca sabía nada del exterior. Por otra parte, era libre de andar bajo los rayos del sol, contrario a Besmirtan y a sus hermanos, Fetore y Rubí.

Su hermana más pequeña era su adoración y sabía que era correspondido. Pero Rubí tenía el mismo problema que todas las mujeres en Dankala; era infértil y parecía una anciana. Lo que los estaba matando acababa primero con ellas.

Pensando en eso, se levantó. Iría a ver a su padre de inmediato.

***

Besmirtan despertó de ese sueño parecido a la muerte que tenían los Dankala. Allá, del otro lado del mar eterno, en el desierto, tenían fosas excavadas en la arena, entre las rocas, para descansar lejos del sol.

En cambio, en los bosques hallaron la montaña. Cómoda y agradable, aunque tan fría que les obligaba a vestir pesados abrigos.

Como uno de los pocos Dankala puros, aún con vida, necesitaba sangre para vivir. En cambio, sus hijos mestizos podían alimentarse también de carne de animales. Era un gran beneficio.

Dura fue la decisión de emigrar para escapar del exterminio. Terrible fue el viaje, en el que gran parte de los suyos murieron; solo llegó la mitad de los que abandonaron el hogar.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now