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Al bajar del vehículo, Hadrian subió el cierre de su chamarra hasta arriba. Las ráfagas de viento le golpearon el rostro, como siempre ocurría en esa maldita calle sin árboles ni construcciones que bloquearan las corrientes. Hasta el clima era rudo en ese sitio.

Como era su costumbre, revisó para comprobar que nadie estuviera al acecho, antes de avanzar a la entrada del bar.

—Deberías quedarte en el auto —dijo, al escuchar la portezuela del copiloto azotar con fuerza. Sintió detrás la presencia del otro Alfa.

Desde que Konrad abandonó el Moony's Toreo cargando a un joven Omega que ganó en una pelea, las relaciones entre Lennander y Jonás no eran las mejores.

—¿Y dejar que crean que les tengo miedo? Eso no va a ocurrir, mi muy querido amigo —respondió Konrad con cierta indulgencia. También cerró su chamarra—. Prefiero morir antes que ser visto como un cobarde. Mucho menos, por un lobo viejo y débil.

Hadrien apretó los labios y por un segundo cerró los ojos. Resintió el deje despectivo de las palabras, aunque siendo justos, no era un insulto ni tampoco una indirecta. Ya sabía el exagerado concepto que Konrad tenía de Hadrien de sus capacidades y fortalezas.

Solo era la manera de pensar de los lobos, que consideraban su valor como el atributo más importante.

Lo sabía, lo entendía y era capaz de sentirlo. La cobardía era uno de los peores sentimientos que un lobo podía experimentar; de eso daba fe.

Pero eso no significaba que sus palabras no fueran una mierda. Konrad no conocía a Toreo, apenas veía su bar de cuarta, su pelo blanco y su derrota. Hadrien, en cambio, no consideraba debilidad, sino inteligencia y prudencia. Jamás cobardía.

—¿Qué importa lo que opinen de ti? ¿Qué son ellos de ti? —respondió en voz baja.

—Nada. Pero la reputación es primordial —dijo Konrad—. No te preocupes, no les voy a hacer daño.

Hadrien suspiró. Tener la razón era intrascendente al lado de mantener la paz con un compañero tan leal como Konrad. Dejó el tema y empujó el par de puertas abatibles.

El lugar estaba casi vacío, esperaron bastante para evitar la hora de mayor afluencia.

Del otro lado de la barra, Killian acomodaba vasos. Al ver entrar a los dos Alfas alzó la ceja y revisó el local. Con la mirada, advirtió a unos lobos que estaban por ahí todavía. Tal vez habría problemas. Un par se retiró de inmediato.

—Toreo no está, por fortuna, Hadrien Stengel y compañía —dijo cuando llegaron a la barra. El Alfa calvo apoyó las manos sobre la superficie pulida y bajó la voz—. Sabes que no tengo nada en contra tuya, pero...

—¿Ya no somos bienvenidos?

—Jonás no tiene problemas contigo, Stengel.

De reojo, Hadrien comprobó a Konrad. Su compañero no podía mostrarse más ufano. Necesitaba con urgencia unas lecciones de humildad, que no pensaba darle en ese momento.

—Toreo no es y nunca será mi enemigo. Le debo mi vida. Más de una vez. Quiero que le digas, cuando sea prudente, que siempre contará conmigo. Lo mismo tú y cualquiera que necesite ayuda y venga de su parte.

Hadrien inclinó un poco la cabeza en señal de respeto a Killian. Palmeó la espalda de Konrad con una sonrisa.

—Toma un trago conmigo, Stengel. Jonás tardará en volver. Te recomiendo que no sigas aquí cuando él regrese. Como dije, no tiene nada en contra tuya, pero no eres su persona favorita por esta época —. Sacó un vaso de abajo de la barra —. Se le pasará pronto, cuando deje de dolerle la osamenta.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now