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Sax apretó los dientes cuando el peor maldito dolor de su vida se manifestó, apoderándose de su cuerpo. Por inaudito que le hubiera parecido, cuando sintió que ya no podía soportar más, fue el verdadero comienzo del parto.

Estaba de rodillas y cuando el dolor llegaba y se iba, acababa acuclillado o a gatas. Además, en unas cuantas ocasiones, unos gruñidos extraños emergieron de su garganta. Toleraba el toque de Sebastián y con bastante esfuerzo el de Evan, aunque le hacía mostrar los dientes, pero a Bull le gruñó, como un perro amarrado si lo sentía en la proximidad. Por consideración, ambos Alfas se mantuvieron a una distancia segura.

El iris se tornó amarillento en sus ojos. De eso no se enteró hasta después, pero lo que sí pudo ver fue que sus uñas se volvieron garras y su piel se volvió más oscura de lo que normalmente era.

-¿Me voy a transformar? ¿Justo ahora? ¡Sebastián, dime que me estoy haciendo una maldita broma a mí mismo!

El rubio negó, tan desconcertado como él. Permanecía arrodillado sobre la hierba a su lado, acariciando su espalda cuando lo peor del dolor lo acometía y secando su frente de sudor y de la tierra que lograba llegar a su rostro.

-No. No te preocupes -respondió, tranquilo y amable-. Hay una o dos historias de Omegas que podían transformarse. Pero no podemos. O yo no sé de ninguno. Por supuesto, de haber un Omega que pueda hacerlo, ese serías tú.

-¿Yo por qué?

Sebastián rio por el tono abrumado del otro chico.

-Por tu carácter. No eres un Omega normal.

-¡Ah, diablos! No puedo insultarte ahora como lo mereces.

No había nadie en el mundo en que confiara para salir con bien de ese lío, pero Sebastián tenía algo de experiencia y esa era la única cuerda salvavidas a su alcance. Lo demás estaba en sus propias manos. Por fortuna, su cuerpo sabía lo que hacía.

-¿Si me transformo me dolería menos?

Sebastián, que tenía una sonrisa cálida de oreja a oreja, se mordió los labios sin perder el brillo en la mirada. Levantó el rostro para buscar al Alfa. Evan conversaba con Bull, recargado en la camioneta, pero se mantenía pendiente de los chicos, lo mismo que Bull, que cuidaba que nada se acercara del otro lado. Por eso percibió el gesto, algo que los Omegas solían hacer con frecuencia, como si necesitaran apoyo cuando las cosas se ponían difíciles.

Corrió los metros que le separaban de los chicos.

-¿Qué pasa? ¿Cómo van las cosas?

Sax volvió a gruñir. Su garganta había cambiado, evidentemente la transformación había comenzado en ese sitio, ya que los sonidos eran mucho más graves de los que emitió en la camioneta.

-Eso -señaló las garras de Sax enterradas en la hierba y después le hizo levantar el rostro. El color amarillo era brillante y sus colmillos eran más largos, lo mismo que su piel más oscura. El chico solo llevaba una camiseta, el pantalón había salido volando desde un rato antes. Y cuando Evan pasó la mano por su espalda, de un momento a otro sintió pelo nuevo.

-¿Te estás transformando?

Si en algún momento Evan estuvo a punto de perder los papeles, fue ese. Porque justo se sintió igual que Sax. No había nadie a quien pedir ayuda o que supiera lo que se tenía que hacer.

Pero no se es Alfa Mayor porque a las primeras de cambio tiemblen las rodillas. Sax no respondió, el dolor lo acometió como si un rayo cayera sobre él y lo hizo gemir, sacudirse y caer sobre el suelo. De esa, ya no se movió. Parecía haber perdido el sentido.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now