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Con más gentileza de la que se esperaba, Miden fue depositado sobre un cojín frente al fuego. Amatis esperaba caminando de un lado a otro como si estuviera preocupado. Al escuchar el estrépito de la criatura se alarmó. Apenas los vio entrar, detuvo sus paseos frente al fuego. Al ver la transformación a medias intentó decir algo, pero Miden le pidió silencio con un gesto.

La bestia parecía indecisa entre seguir cuidando a Miden o alejarse de la vista de los dos. No le gustaba ser ese monstruo. Muy pocas veces había perdido el control de su ira. Nunca frente a tantas personas. Le avergonzaba tanto como  sus otros defectos; no poder formar frases completas y sentir asco por la misma sangre que a su padre y hermanos les parecía un manjar divino. Hasta Rubí disfrutaba de la alimentación, pero él no podía.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó Amatis en voz tan baja que Miden se vio forzado a inclinar el rostro en su dirección. El chico estaba desencajado y su mirada tenía un destello de terror. Su sonrisa era falsa. Le tomó una mano y la tenía húmeda. Pero su voz no tembló cuando respondió en voz alta y clara.

—Nada, todo está bien. Y yo estoy a salvo; nadie me hará daño. Mírame. Soy feliz —. Sonrió—. Estoy tan bien, que ahora voy a sentarme aquí, por un rato. Para disfrutar.

Más que tomar asiento, pareció derrumbarse.  Se acomodó en uno de los cojines más grandes, cerró los ojos y suspiró.

Amatis contempló al muchacho con asombro.

—Entiendo. No tienes nada de que asustarte. ¿Verdad? Porque estás bien.

—¡Estoy tan increíble cómo no podrías creerlo! Además, voy a quedarme a vivir aquí con ustedes. ¿No es maravilloso?

Esa última frase hizo que Madow perdiera parte de su ímpetu. La bestia olvidó su propósito. Nada más sucedió y nadie llegó a arrebatar al muchacho de los dominios del Alfa. El silencio era pacífico, roto solamente por los ocasionales suspiros de Miden.

Con todo en calma, se alejó con la intención de llevar su repugnante presencia lejos de la vista de ellos para no asustarlos más. Se escondió en la penumbra de la gruta donde estaba su cama y se dejó caer, igual que había hecho Miden. Hasta suspiró de la misma forma. Sus ojos ya habían perdido el tono amarillo y las garras se retrajeron, pero él apenas notó eso.

—¡Lo calmaste! —susurró Amatis, asombrado—. ¿Cómo supiste?

—Ya había visto algo así antes —respondió en voz muy baja, sin abrir los ojos. Parecía al límite de sus fuerzas—. Cuando mi Alfa me reclamó la primera vez, o intentó hacerlo, porque nada más me mordió el muy condenado. Se puso igual de agresivo.

Inclinó el cuello y mostró la cicatriz de su mordida. Una media luna irregular más pálida que el resto de su piel.

—Gracias a esta, nos creyeron que él era mi Alfa y por eso nos dejaron estar juntos.

—¿Querían impedírselo? —preguntó Amatis. Poco a poco se había acercado hasta que terminó sentado al lado de su hijo.

—No... o sí. La verdad es que no lo sé. El Alfa Mayor queria todo conmigo. Hadrien hizo lo que pudo para... ¡Cielos! ¡Es que es una historia muy larga!

—Cuéntame, quiero saberlo.

—Vale, pero deja que respire un rato. Aún me siento aturdido. Esa vez Hadrien se transformó y lo destruyó todo pero me dio tiempo de huir. Meses después me dijo que primero moriría antes de hacerme daño. Ellos se ponen así cuando lo que quieren está en riesgo, creo. Y sospecho que Madow me considera de su propiedad, aunque no sé de qué forma.

—Ahora formas parte de su manada. ¿No lograste soportar la marca?

—¡Arde muchísimo! Mira—. Apartó la ropa y bajó un poco sus pantalones para mostrar el vientre afeitado y líneas estilizadas de lo que parecían quemaduras que comenzaban a ponerse moradas—. Creo que me va a quedar una cicatriz.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now