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Los corredores eran un verdadero laberinto. Había subidas y bajadas, zonas oscuras, puntos de entronque de los cuales emergían siete y ocho salidas idénticas. Alguien que no conociera el camino, se perdería.

Miden no tenía idea de cuántas veces había dado vuelta a la izquierda, luego a la derecha y más tarde, con la sensación de que solo le hacían caminar en círculos para marearlo. Nadie dijo una palabra, ni siquiera la chica que iba detrás de él. Sentía su mirada clavada en el cuello igual que un cosquilleo. Aunque tal vez era pura ansiedad.

Por fin llegaron a una amplia caverna. No tan grande como la de tatuado, pero con seguridad cabían dos canchas de básquetbol en ese espacio. En el techo, muy alto, brillaban estructuras brillantes, podría ser espejos, cristales o antorchas. Miden no pudo determinar el origen de esa luz. De todos modos, la iluminación apenas le permitía caminar sin tropezar. Amplias zonas estaban en penumbras. Podía vislumbrar sillas y mesas largas en los costados del salón. También algo que parecía un trono, pero cruzaron y salieron antes de averiguarlo.

El corredor se volvió escaleras y por ellas subieron. Nuevas bifurcaciones se abrieron y después de una caminata larguísima por dos túneles más a la izquierda y uno a la derecha, llegaron a un espacio, que a todas vistas se localizaba en el interior de una montaña.

Era la tercera gruta, pero esta era pequeña y muy agradable. Las paredes revestidas de madera o tapices burdos sin diseño y de colores marrón y hasta pieles de animales. El suelo fue tallado en la roca.

La luz provenía de una chimenea. Al fondo, en la penumbra, alcanzaba a vislumbrar un lecho y acostado en él, el mismo hombre gigantesco que antes vio. Ya no llevaba su ropa superior. Solo una especie de falda. El torso expuesto mostraba su color moreno, un tanto pálido, como si jamás se hubiera expuesto al sol. Los miraba huraño, mientras se levantaba.

—¿Qué hago con él? —preguntó alguien que parecía de mayor jerarquía— ¿Consigo una jaula?

—Yo.

Hizo un gesto para que salieran de su espacio. Todos se fueron menos Rubí, que se retrasó lo más posible y luego regresó.

—Vete tú. No verás a él.

—¿Lo domarás? Es lindo. ¿Te gusta?

Madow hizo un leve gesto con los hombros, que podía significar "sí", "quién sabe", "no sé", "me da lo mismo", "muéranse todos". Miden se asustó al ver qué la chica se iba, después de observarlo como a un animal desconocido y tierno. Era desconcertante.

Cuando se quedaron solos, ninguno habló ni se movió. A Miden le temblaba el labio inferior, aunque podía ser por el frío. El fuego hacía soportable la temperatura que de otra manera sería gélida. Mientras tanto, el tío enorme se colocó la pieza superior de su vestuario y se dispuso a salir. Al pasar junto a Miden, se detuvo y lo miró.

—Hablas, ellos dicen.

—Sí —. Era estúpida la pregunta, pero él no sería quien lo hiciera evidente.

—Negaste marca. ¿Por qué?

Miden abrió la boca. ¿En serio le estaba preguntando eso?

—No quiero ser marcado.

—La marca te dará a mí. Entonces tú creces a mis hijos en ti. No marcado, sacrificado.

El muchacho abrió la boca, sorprendido.

—¿Sacrificado como perro?

—¿Perro? No sé perro. Sacrificado tú.

Miden se mordió los labios. No se estaban entendiendo pero, aunque el hombre decía cosas terribles, se veía más o menos amable. Tenía que retroceder un poco y tratar de comunicarse con alguien que, al parecer, no sabía lo que era un perro.

—¿Puedo hacer preguntas?

Madow lo observó con la misma curiosidad que Rubí, un poco de diversión y desconcierto. Pero no había nada maligno en sus ojos. Además, pudo ver qué era muy joven, quizás de su misma edad. Solo que inmenso. Se parecía un poco a Hadrien con diez años menos. ¿Qué haría un lobo en ese lugar? Porque en definitiva, era un lobo de Lennander.

—¿Te nombras?

—¿Eh? ¿Mi nombre? Me llamo Miden. ¿Eres Madow?

El hombre asintió.

—Ahí —extendió la mano en dirección a un rincón—. Tomas... —hizo gestos de llevarse cosas a la boca.

—¿Comida?

Madow asintió

—Calor. Agua. Cama. En otro día marcado. No marca, no mío. No mío, abajo tierra. Sacrificio. Hablas, decides.

El hombre se fue. Miden se quedó paralizado. A pesar de todo, había entendido que lo matarían y lo enterrarían a menos que se dejará tatuar. Cuando los pasos se alejaron hasta perderse asomó al corredor negro como pozo al infierno. Podría llegar a tientas a la sala grande. Pero desde ahí, ¿qué haría? Decidió esperar a que volviera el moreno y, mientras tanto, buscar el sitio que le indicó.

La cueva en la que estaba no tenía forma regular. Más bien parecía una estrella cuyos picos deformes brotaban del centro. En una de las puntas encontró un área, trabajada seguramente con un mazo. Se podían ver los golpes que dieron forma de chimenea a la roca y en ella, un fuego moribundo. Colocó algunos de los muchos troncos y varas disponibles y pronto tuvo luz y calor.

En la pared ennegrecida colgaban objetos como bolsas hechas de fibras, palos, algo similar a una cacerola y una pieza que tenía pinta de jamón. Un cuchillo, un pescado seco. Junto a la chimenea había un balde de madera.

Una alfombra que parecía hecha de fibras estaba sobre el suelo y del mismo tejido, algunos cojines. Los suficientes como para acomodarlos a modo de lecho y echarse frente al fuego.

Sonrió, no pudiendo creer su suerte. ¿Qué clase de maldición lo llevaba a retroceder cada vez más en el tiempo? Si Lennander ya le parecía antiguo, el lugar en el que se encontraba era un salto a la edad media.

Pensó quedarse con el cuchillo, pero lo descartó. Ni siquiera sabría cómo usarlo. Cortó un pedazo del probable jamón y la probó. Tenía gusto a tocino y sabía bien. No halló nada más con que acompañar a la carne. Así que bebió suficiente agua y comió hasta que el intenso sabor ahumado le asqueo.

Entonces se acostó frente al fuego sobre esos mismos cojines gigantes que parecían abundar.

Se quedó dormido antes de darse cuenta. 

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now