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Miden estaba seguro de que iba a correr sangre en la sala de juntas. Todos miraron al viejo con ganas de asesinarlo y Evan tenía los ojos amarillos. Rascaba en la superficie maltratada con uñas demasiado largas añadiendo más surcos de los que ya tenía la pobre mesa.

Suspirando, y queriendo salir de ahí esa semana, se levantó y caminó los pasos necesarios para estar al lado de Burkhart. Como de costumbre, Hadrien no se lo impidió y aunque los demás ejecutores a su lado lo miraron con fuego en los ojos, nadie dijo nada.

Era increíble como no eran capaces de entender algo tan simple. Se dirigió a todos, pero principalmente a Evan.

—Creo que lo que quiere decir el señor Müller, es que son los últimos de su especie...

—Justo eso, Miden, gracias. Lo que yo...

—Permítanme hablar un momento—dijo, levantando la voz—. Luego ya se siguen gritando. ¿Puedo?

Evan dio su autorización, un poco sorprendido y todos guardaron silencio. Burkhart sonrió, cruzó los brazos y se recargó en su asiento. Ese chico era hijo de Mike, al que no tuvo el gusto de conocer, pero del que Ranshaw hablaba con respeto y admiración. Al parecer, sus mejores rasgos pasaron intactos a su primogénito. El chico se mostraba valiente y seguro de si mismo.

—No son unos monstruos. Nos trataron bien.

Todos sonrieron.

—¡No sonrían! Eso lo digo también para ustedes. Nos trataron con el mismo respeto con el que nos trataron aquí, cuando llegamos. ¿Ven por qué es inmoral arrasar con un pueblo entero? Si nos basamos en ese criterio, deberíamos matar primero a todos los Alfas.

Las sonrisas se borraron de todos los rostros. Una ráfaga de incomodidad recorrió la sala, los ejecutores de Evan miraron a Hadrien, pero este tenía una sonrisa que animó al chico a seguir. Después de su experiencia en Dankala, se sentía genial decirle la verdad a la gente. Tal vez por eso Sax lo hacía todo el tiempo, era como tener un plato de basura y en vez de tener que tragarlo, podía lanzarlo a la cara del más idiota. Era hasta divertido.

—Pero no se trata de acabar con lo diferente, ¿verdad? Sino de hablar en igualdad de circunstancias, exactamente como Evan habló hace unos días con Sax —miró a Evan con severidad. No le había gustado ver a su novio tan consternado por la dureza de las palabras del Alfa, incluso después de días. Pero le había hecho bien. Sax no estaba acostumbrado a estar en el extremo receptor de la charla—. Él ya me contó las cosas horribles pero verdaderas que le dijiste. Y que él necesitaba escuchar para sacar su cabeza de su trasero. En este asunto, todos tienen el mismo problema; necesitan entender al otro y dejar de pensar por los demás. Asumir las diferencias. Y respetarlas.

Evan tenía el rostro tenso. No había previsto que Miden hablara de esa forma en una mesa de Alfas. Según su experiencia, el chico era el menos problemático de aquél trío problemático. Como las cataratas podían ser menos húmedas, a veces. Sin embargo, no estaba diciendo nada que fuera un insulto o una mentira. Apelando a la justicia y para honrar sus palabras, debía escucharlo. Rogando porque la sensatez no abandonara sus palabras. Y que ningún insulto, tan grande que tuviera que pagarse con sangre, saliera de su boca.
Pero no iba a reprimirlo.

—Evan, todos tenemos derecho a vivir. Pero ese derecho no incluye comerse a un igual. Por eso nos comemos a los cerdos, porque ellos no protestan. Y los Alfas en Dankala tampoco. ¿Y adivinen qué? ¡Los Omegas no protestan en ningún lado! ¡Se comen la mierda de los Alfas en la presentación que los grandes jefes de los clanes deseen brindar! Es un doble discurso odiar a alguien por abusar de nosotros cuando nosotros, o, mejor dicho, ustedes, han hecho lo mismo por ¿cuánto tiempo? ¿Siempre?

Ni siquiera una respiración se escuchaba en la sala. El tic tac de un reloj de pulsera fue el único sonido. Miden no se iba a detener. Estaba frustrado, cansado, harto. Quería salir de ahí con Hadrien, ir a la playa con Sax y ver a los niños tambalear sobre la arena y huir de las olas del mar. Eran adorables. La imagen en su cabeza bajó un poco el tono de su discurso.

—Ellos hablan, piensan, sienten y deciden, como ustedes, como nosotros. Pero no nos ven como iguales, como ustedes hacen. Se consideran superiores a los demás, de la misma forma en que los Alfas hacen con los que tenemos la capacidad de gestar. Tal vez  sería increíblemente bueno que ustedes entendieran que tener la fuerza de someter a otro no significa que tengan el derecho. Por eso, supongo, este señor les está diciendo inmorales.

—Alfa Lennox, no me parece... —intentó decir el rubio Aleksi, pero Evan levantó una mano para pedirle amablemente silencio al tiempo que asentía al chico, para animarlo a continuar.

—Perdonen, por favor, mi falta de cuidado. Sax es mejor que yo para decir estas verdades, aunque pensándolo bien, mejor que no haya sido él. Ya les hubiera dicho inútiles o algo peor. Estamos aquí y yo también tengo lengua y no pienso dejarla quieta un día más en mi vida.

—Habla con confianza, Miden. Estamos aquí para escuchar todas las voces —respondió Evan. Aún se notaba tenso, pero su voz era amable. Sax tenía razón, era un tio de buen corazón.

—Los Dankala son los últimos de su especie. Sufren por ello y hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir. ¿No ustedes se emparejan con alguien que odian de principio para preservar su raza de lobos gigantes y aterradores?

Hadrien rio. No fue una carcajada, pero no podía ser confundida con el sonido con una tos. A su lado, Konrad le dio unas palmadas para fingir, que no engañaron a nadie.

—Amatis me dijo algo. Es el Omega que me trajo al mundo. Para él, es exactamente igual vivir en Dankala que en Lennander. Le importa un cuerno si lo rescatan o no. Es más, en una de esas, prefiere quedarse ahí, cerca del único hijo que pudo conocer y criar.

—Tengo la misma sensación —dijo Burkhart —. Gracias Miden —sonrió al chico, se levantó y le ofreció la mano. Intercambiaron un apretón y Miden regresó a su lugar, de piel junto a Hadrien—. Llámame conservacionista, si quieren, pero esas criaturas tienen derecho a vivir. Aunque tienen que entender que no somos sus malditas vacas. En cuanto a los que están ahí, no tiene sentido salvarlos. Están más allá de toda ayuda. Por favor —pidió a Evan con voz suave y claramente triste—. Trata de sanar a los dos renegados que te hemos traído. Si lo logras, yo mismo reuniré a cuánto lobo me deba un favor en el norte, empezando por Toreo. Sacaremos a todos los Alfas de la mina y de la montaña para sanarlos y regresarlos a sus respectivas manadas.

—¿Es un trato? —preguntó Evan.

—Por supuesto, pero ten en cuenta de que eso no va a ocurrir. La mordida afecta al cerebro. Jamás volverán a ser quien eran. Ni Ranshaw ni yo somos los lobos que fuimos, algo está mal aquí. Te apoyaré a rescatar a tus hijos y a tus Omegas y me gustaría tener unas palabras con Besmirtan. Pero no voy a levantar la mano contra los que me dejaron libre. Porque fue Besmirtan mismo quien me liberó. No pudo ser nadie más. Aquí hay más de lo que podemos ver. ¿Y por qué lo hizo?

—A veces, dejamos ir a un cerdo sin matarlo, si es particularmente simpático —opinó Jeffry Apellman—. Apoyo el sentimiento y la postura de el Alfa Müller y del Omega... ¿por favor, me dices tu nombre completo? Lo necesito para nuestras crónicas.

—Soy Michael Miden Denner, de la manada Lennox —dijo. Y sonrió después de escucharse a sí mismo. Había madurado. Fue la primera vez que se sintió así. 

Hadrien y Miden estrecharon las manos. Hadrien iba a follarlo justo al salir de ese lugar. Sus garras estaban creciendo, rasgando su piel.

Evan se levantó.

—¿Alguien tiene algo más que decir?

Nadie dijo nada.

—Debemos ir a Dankala en gran número para hablar con ellos. Serán destruidos si no quieren pactar. ¿Están los presentes de acuerdo?

Todos levantaron la mano. Miden también lo hizo. Y los ejecutores de Lennander después de él. El último en levantar la mano fue Hadrien, pero porque no dejaba de ver con orgullo a su chico.

Evan bajó la mano.

—Tenemos mucho que organizar y muy poco tiempo para hacerlo. 

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now