21

493 99 14
                                    

Al llegar a la gruta de marcado, los tres chicos rubios, compañeros de infortunio, levantaron la vista y se alegraron. Pero Miden no se sentía particularmente bien de verlos. No por culpa de ellos. Era lo deprimente de la situación.

El tatuaje de Eugene estaba casi terminado. Y el primer toque de la tinta en los vientres de Hans y de Alwin, que  comenzaban a mostrar una ligera curvatura, no les había causado ninguna reacción.

Por supuesto, Miden tenía que ser la excepción. Ni siquiera resistió la primera hora. Ahí por donde el maestro arrastró con suavidad el pincel embadurnado de tinta, su piel se inflamó en minutos y poco después comenzó a sangrar, también le dio fiebre.

Hicieron llamar a Fetore porque una reacción tan mala hacia inviable al joven varón.

Al llegar conversó con el maestro tatuador a susurros  en tanto, también llegó Madow a tiempo para observar cómo limpiaban la piel del chico, de la tinta que continuaría envenenando su sangre hasta matarlo de no ser retirada. Los síntomas disminuyeron cuando lavaron su piel con esa misma agua de flores que bebian y, la fiebre cesó bebiendo. Tenía gusto a durazno y era intensamente perfumada. Diminutas flores flotaban en la superficie.

Madow se veía ceñudo. Escuchaba la explicación del maestro, tan apenado como si fuera su culpa el nivel de alergia de cualquiera que tatuara.

Fetore trató de consolarlo. Era mejor saberlo y no cuando los valiosos descendientes ya estuvieran en su cuerpo que los quemaría como si los dejaran expuestos al sol. El viejo maestro se estremeció. Nadie merecía ese destino.

Indicó a alguien a su lado que ese varón fértil debería ser llevado a las minas esa misma noche y comentó a Madow, con amabilidad, que era una lástima que se hubiera enterado antes de la comprobación. Entendía si se sentía molesto por eso. Trataría de reparar la falla lo antes posible.

No previó la magnitud del enfado que Madow podía manifestar.

Los que pudieron, se alejaron.

Fetore retrocedió tratando de no mostrar miedo.

Pero lo tenía. Cuando los ojos de Madow se volvieron amarillos y sus manos crecieron, cuando sus facciones se volvieron salvajes, poco le importó el decoro y retrocedió. Sus dedos parecían garras negras con uñas que terminaban en afiladas puntas. Unos gruñidos horrorosos emergieron de lo que se iba pareciendo más al hocico de un lobo.

Para Madow la comunicación siempre fue difícil, pero en ese estado, hablar le era imposible.

Miden, que ya había terminado de ponerse toda la ropa, se acercó a él muy despacio, adelantando a todos los que se alejaban. Puso las manos en su pecho como vio que Amatis hizo un rato antes.

—Tranquilo, tío. Soy yo. Aquí nadie me va a lastimar. Ni a tomarme siquiera. ¿No te gustaría que fuéramos a buscar comida? ¿Y si paseamos? Seguramente los corredores son divertidos.

La tranquila cascada de palabras hizo el trabajo. Su punto parecía claro para todos.

—Por supuesto —dijo Fetore, alarmado, pero ensayando el mismo tono que usaba Miden—. Si lo deseas, conservarlo. Luego buscaremos a otro para que lleve a tus bebés. ¿Por qué no se van? No los molestaremos para nada.

—¿Lo escuchaste? Todo está muy bien, vamos a conversar a ese cómodo lugar frente al fuego. ¿Te gustaría? Estoy seguro de que será agradable estar tranquilos. Vamos a pasarla bien y...

Madow no contestó más. El monstruo en el que se convertía cuando estaba muy enojado tardaba en replegarse, así que tomó al muchacho y se fue con una rapidez increíble.

Miden la pasó mal todo el camino, colgado como si fuera un fardo del brazo de la bestia. Por fortuna, fue más rápido viajar así que caminando. Al cruzar la sala en donde había mesas y algo parecido a un trono, halló gente.

Todo mundo exclamó al ver al semi lobo. Y es que la visión era impresionante. Era más alto y ancho también. De por sí ya antes era un gigante.

Todos los demás le llegaban al pecho. Y parecía que mientras más se enojaba, más crecía. Gruñó a todos para que se apartarán de su camino.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el que tenía que ser Besmirtan. Madow no le gruñó, pero sus ojos se pusieron aún más brillantes y amarillos. Desde su incómoda posición, Miden habló.

—Él se molestó, solo un poco. Pero ahora vamos a su habitación para estar tranquilos. Todo está bien. No vamos a molestar a estas personas que tienen sus propios asuntos. Nada más estamos de paseo. ¿Nos vamos, Madow? Ahora quiero descansar mucho más que antes.

Asombrados, todos vieron como Madow obedecía las órdenes del pequeño varón fértil que llevaba como si fuera un paquete y que rebotaba bajo su brazo cuando la bestia corría a través del salón y desaparecía tras un corredor.

Fetore entró a la sala cuando Madow ya no se escuchaba.

—¿Qué fue eso?

—El joven varón no soportó la tinta. Era para Madow, pero ahora no tiene utilidad alguna. Cuando dije que lo enviaríamos a las minas, mi hermano se volvió "eso". Pensé que nos mataría. Pero el joven lo tranquilizó. Fue muy impresionante.

—¡Si no hubiera ocurrido delante de mí, no lo hubiera creído!

Un joven algo mayor que Fetore se acercó. Mientras que Besmirtan era delgado, pálido y parecía consumido, al igual que Fetore, Arvo era alto y mucho más musculoso. Aunque no tanto como Madow. Tenía la piel lozana y era muy bello. No estaba pálido. Sus mejillas tenían la huella de la caricia del sol que les estaba prohibido a los otros dos, aunque tampoco lo soportaba tanto como Miden.

—No será fácil retirar al varón inútil de sus aposentos.

Su voz era más grave que la de su padre y que la de su hermano. La sangre del Omega que le dio a luz había hecho todas esas cosas buenas por él. Era mucho más fuerte y resistente que Fetore, pero no más listo.

Para Besmirtan era dolorosamente obvio que la sangre de los lobos afectaba la inteligencia de su especie. Pero fortalecía los cuerpos y dotaba a los individuos de la capacidad de sobrevivir, incluso bajo el sol. Era un precio muy alto.

A veces, la duda lo carcomía. Pero el sacrificio tenía que hacerse o su especie estaría condenada.

Para Fetore, por el contrario, perder la pureza de su raza era una abominación. Madow era la prueba, una bestia incontrolable, incapaz de hacerse entender. Cuando pequeño adoraba a su hermano. Pero al crecer se dio cuenta de la crueldad que había sido dejarlo vivir.

Dankala debía seguir criando a esos seres. Eso estaba bien. Fortalecerse con su poderosa sangre para que las Dankala fueran fértiles de nuevo. Cuando dependiera de él, nadie volvería a tocar a un varón fértil. Era repugnante.

Por ello su hermana, Rubí, era alimentada con la sangre más fuerte, de biformas que no habían sido demasiado mordidos. En cuanto se ponían débiles o se volvían subyugados, su sangre ya no era apropiada. Ella sería su reina.

Eso no le gustaría a Besmirtan ni a Arvo. Y tal vez, ni siquiera a Madow. Por eso ellos tenían que irse. Mientras tanto, tal vez podría ganar el favor del pequeño varón y mantener tranquila a la bestia.

Buscaría la manera de ganarlo a su causa.

Arvo lo tenía todo en la vida, de manera que no se complicaba. Ya había visto al varón fértil que Fetore le había conseguido. Su piel era oscura y no clara. No estaba muy satisfecho con eso.

De todas formas, ya estaba preñado, así que no había de qué preocuparse. Pasarían meses antes de que estuviera dispuesto para gestar de nuevo y, mientras tanto, muchas cosas iban a ocurrir.

Ni Besmirtan ni Arvo eran inmortales. Tampoco Madow.

Lobo Perdido Libro 2Kde žijí příběhy. Začni objevovat