38. Una sesión candente

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Todo quedó claro entre los dos antes de comenzar. Mientras Naomi se desnudaba, Darrell la observaba sentado en un sillón, vestido con un traje diferente al que había llevado durante la cena y la posterior firma del contrato. Todo el conjunto era de color negro, aunque la camisa no la llevaba completamente abotonada: se había dejado los tres primeros desabrochados. Levantó la mirada cuando visualizó las piernas de la mujer, que se detuvo en mitad de la habitación. Le costaba mantener la cabeza agachada porque ansiaba contemplarlo, pero estaba haciendo su mejor esfuerzo para que todo saliera bien esa noche. No quería desaprovechar esa oportunidad, aunque luego no quisiera continuar con aquella experiencia.

—Arrodíllate —demandó Darrell.

Naomi lo hizo mientras continuaba con la mirada puesta en algún punto fijo del suelo. El hombre se levantó del sillón para acercarse. La observó y se fijó en la posición de su cuerpo y en sus manos colocadas en la zona baja de su espalda. Sonrió mientras inclinaba su cuerpo y alzaba la barbilla de la mujer.

—Buena chica.

Como no lo le dirigió la mirada, decidió darle permiso para hacerlo durante un tiempo, lo suficiente para que pudiera quedarse con su imagen grabada en la mente. Tras la petición del hombre, Naomi poco a poco se fijó en cada detalle de Darrell hasta que llegó a sus ojos, que le indicaban lo complacido que se sentía con ella.

—Empezaremos por algo suave y poco a poco aumentaremos el ritmo hasta que tú me digas. Recuerda la palabra de seguridad por si en algún momento consideras que has llegado a tu límite. —Le dedicó un guiño y una sonrisa de medio lado.

Naomi asintió en silencio y se preguntó si llegaría ese momento, aunque no estaba segura de qué esperar de todo aquello. Solo por estar desnuda ante él se notaba húmeda y no quería ni pensar lo que pasaría cuando él se percatara de eso. Mucho menos cuando la acción comenzara y el placer la cegara.

—¿Estás preparada? —Ella asintió de nuevo—. Puedes hablar.

—Sí, señor...

Darrell soltó su mentón y se irguió.

—Solo hablarás cuando yo te lo permita, ¿de acuerdo?

—Sí, señor.

—Buena chica.

Permitió que se levantara para que fuera hasta la cama y se colocara como él le indicó. Fue en busca de algunos juguetes y accesorios mientras ella esperaba tumbada sobre las sábanas con las piernas abiertas. Darrell regresó con unas esposas de terciopelo negro, una de sus fustas favoritas y un vibrador, por si llegaba a usarlo. Por ser una prueba para Naomi optó por no usar un antifaz que le cubriera los ojos, por no añadir que deseaba ver cada una de las expresiones de su rostro. Naomi nunca pasó desapercibida para él, pero se quedó en eso, una fijación que no llegó a nada hasta ese momento. Y aunque le gustaba que sus sumisas fueran bastante más jóvenes que él, no le importaría hacer una excepción con la mejor amiga de su esposa.

—Dime una cosa, Naomi, ¿cuánto deseas que te folle?

La mujer se relamió.

—Lo deseo muchísimo, señor.

Él sonrió de nuevo mientras miraba lo que tenía en las manos.

—Vamos a hacer un ejercicio de confianza, aunque no tan completo como me gustaría —comentó Darrell mientras se quedaba solo con las esposas y dejaba el resto de las cosas sobre una de las mesas cercanas a la cama—. Voy a esposarte a la cama, pero no tendrás nada que temer. Tú solo disfruta y déjate llevar.

Su voz ronca, llena de deseo y expectación, excitó más a Naomi mientras le ofrecía sus manos para que lo hiciera. En cuanto sus manos estuvieron colocadas en una postura cómoda en el cabecero de la cama, Darrell la agarró del mentón para besarla. Los dos se dejaron llevar en cuanto la lengua del hombre se introdujo en la boca femenina y cuando se retiró, observó los pezones duros y las piernas abiertas. Colocó la rodilla izquierda sobre la cama y estiró el brazo para comprobar lo húmeda que estaba.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoWhere stories live. Discover now