12. La propuesta

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Dante devoró la boca de Belladona y la cogió de las manos para levantarla poco a poco. Cuando los dos estuvieron de rodillas sobre la cama, él se separó de ella para echarse e invitarla a que hiciera lo mismo sobre su cuerpo. Al verla desde esa posición, con el pelo cayendo a ambos lados de su rostro y las sombras oscureciéndolo, se sintió aún más embrujado.

—No pensaba llegar muy lejos contigo esta noche, pero te cedo el control... Lo has tenido desde el principio, a decir verdad. —Acarició sus mejillas con los pulgares—. Si quieres que esto no avance y dejarlo para otro día, lo haremos. Si quieres que continuemos, yo encantado también.

Belladona lo miró a los ojos y lanzó un pequeño suspiro. Anhelaba que ocurriera aquello que tanto deseaba, pero le gustaba aquel juego.

—Me gusta el juego que nos traemos —sonrió— y me gustaría tener una excusa más para volver aquí.

Él esbozó una media sonrisa y se incorporó sin apartar el cuerpo de la chica del suyo. Sentados, la volvió a besar de forma lenta y apasionada, mordiendo con suavidad los labios de la joven e introduciendo su lengua durante el tiempo justo para generar en ella el efecto que deseaba.

—Quisiera verte fuera del club, ¿crees que sería posible?

Belladona parpadeó. La suerte estaba de su parte esa noche. Sonrió y bajó la cabeza hacia sus cuerpos.

—¿Puedes creer que yo he pensado lo mismo? —preguntó ella en respuesta.

Alzó la barbilla para mirarlo de nuevo a los ojos.

—Te daré una tarjeta entonces.

Sin prisa, los dos se levantaron y él la ayudó a vestirse. Dante buscó una tarjeta en los bolsillos de su traje y en cuanto encontró una, se la ofreció a la chica, que la guardó dentro de su bolso sin mirar siquiera el nombre. Se sorprendió al ver que no lo hacía, pero en el fondo le alegró que prefiriera dejarlo para otro momento en el que las normas del club no se rompieran.

—Agradecería que no le contaras a nadie quién se esconde tras el nombre de Dante, ya sabes...

—No está en mí romper las reglas —le aseguró.

Aunque con Dante no le importaría hacerlo sin necesidad de que fueran precisamente las de club.


···


Al día siguiente, Gabrielle estaba frente a la mesa de su esposo, en el despacho. No solían compartir ese espacio, pero Darrell insistió en que acudiera para conversar de algo importante. Ella supo al instante el tema sobre el que quería hablar y se maldijo a sí misma por no haber seguido con su empeño en relación con Catherine.

—¿Sabes algo de la chica que me comentaste? Quisiera conocerla lo antes posible.

—Lo siento, querido, me distraje la última noche que coincidimos en el club. ¿Por qué no vienes conmigo la próxima vez que tenga turno y así la ves con tus propios ojos? Si te gusta, ya me encargaré de organizarte una cita con ella. Si June me deja, claro... No sabes lo sobreprotector que es con ella.

Una mueca de desagrado se hizo evidente en su rostro.

—No estará interesado en ella, ¿verdad? —Él alzó una ceja.

—No, no te preocupes.

—De todas formas no sabemos si no le va el BDSM... El sexo vainilla no es lo mío, por mucho que llegue a llamarme la atención.

—Si ese fuera el caso, tendrías que olvidarte de ella. Al fin y al cabo ni siquiera la conoces, seguro que no te cuesta encontrar a otra para tu harem. —Gabrielle soltó una risita.

—Pero ya sabes que tú eres la primera de todas, ¿verdad? Ven aquí...

Gabrielle obedeció mientras él se desplazaba hacia atrás con la silla. Darrell abrió los brazos para recibirla entre ellos y la mujer se sentó en su regazo. Entrelazó los dedos en la nuca de su esposo y se fijó en sus ojos marrones, su nariz alargada, su barba canosa de varios días y los labios que tanto placer le otorgaban.

—Haré lo posible porque al menos lo pruebe. Si no le gusta, la dejamos en paz y ya...

Él la mandó a callar con un siseo y Gabrielle quedó callada a la espera de lo que Darrell tuviera en mente. Pero solo la besó en los labios antes de abrazarla.

—Sé que lo harás, aunque no dependa de ti la decisión final. —Volvió a besarla y en poco tiempo su excitación se hizo notar—. No acostumbro a hacer este tipo de cosas aquí, pero si te animas... —Jadeó, sin poder terminar de hablar debido a las caricias de la rubia.

—Me gusta el morbo y lo sabes —fue lo único que le dijo.

Los dos se levantaron de la silla y la giró rápidamente para echarla sobre la mesa de forma que sus piernas quedaran abiertas para él. Levantó la falda por encima de la cadera y dio le dio una nalgada sobre la piel expuesta de su trasero. La agarró del cabello y tiró de él para que Gabrielle se irguiera, arrancándole un pequeño gemido que intentó ocultar mordiéndose el labio. Pegó su boca a la oreja de su esposa.

—Dime lo que quieres... Dímelo.

Ella sonrió con los ojos cerrados antes de hablar.

—Fóllame... Hazlo duro —suplicó.

—Creo que se te olvida algo... —le recordó él con un leve tirón de pelo.

Gabrielle jadeó y esbozó otra sonrisa, esta vez pícara. Lo hizo a propósito porque a veces le gustaba ser una chica mala con él. Darrell le dio otro azote en la otra nalga para animarla a responder, pero también como castigo.

—Quiero que me folle duro... Señor.

—Buena chica.


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La Fruta Prohibida: El club nocturnoWhere stories live. Discover now