42. A veces solo hay que arriesgarse

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Por primera vez en mucho tiempo estaba nervioso. Había quedado con muchos hombres antes, pero con él era diferente. Todos ellos sabían a lo que iban cuando se encontraban con él, compartían lo mismo, pero a Gerard le gustaban las mujeres y Charles era consciente de que lo tendría difícil en caso de querer tener algo con él en el futuro.

Quedaron en la misma cafetería donde tuvo lugar el nacimiento de la Operación Apolo y esperaba que él se diera cuenta de eso. De no ser así, él se encargaría de mencionarlo. Lo de aquel día fue completamente casual y no tenía motivos para sentirse avergonzado de haber escuchado parte de la conversación.

Lo vio acercarse con una chaqueta de cuero negro con la cremallera hasta arriba, unos pantalones vaqueros del mismo color y el pelo con la raya hacia el lado izquierdo. Saber que verlo de esa forma no solo era posible en el club le reconfortó porque era algo que le encantaba de Gerard.

—Espero no haberte hecho esperar mucho —se disculpó el hombre en cuanto llegó a la mesa.

Antes de que se sentara, Charles se levantó de su asiento y extendió la mano hacia él para saludarlo. Después de aquel gesto los dos se sentaron. Gerard echó un vistazo a su alrededor.

—He estado aquí antes con una compañera de trabajo —mencionó con una sonrisa.

—Lo sé —dijo Charles, observando la reacción sorprendida de su acompañante—. Ese día yo también estuve aquí y... escuché vuestra conversación sin querer.

Gerard lo miró sin entender de primeras lo que le decía, pero después recordó toda la conversación con Catherine en aquel lugar y abrió los ojos un poco más de lo normal.

—Qué vergüenza... —reconoció, bajando la mirada—. Es decir, mírame, tengo ya treinta años y ese día seguro que parecí un adolescente.

—Para nada —le aseguró el empresario—. Reconozco que podría haberme presentado ante vosotros en ese momento, pero ¿me habríais creído si os hubiera dicho que yo era quien buscabais? Por eso preferí estar en el club esa noche, para cerciorarme también de que no me había equivocado con vosotros.

Alzó la barbilla para mirar a Charles, aún más sorprendido que antes, pero relajó la expresión de su rostro antes de hablar.

—Habría sido raro que lo hicieras, sí. —Acarició su mentón mientras clavaba su mirada sobre alguna parte del local, por detrás de Charles—. Te agradezco que nos facilitaras la búsqueda, me habría vuelto loco si hubiera tenido que esperar más para encontrarte...

Poco a poco fue bajando la voz hasta que finalmente murmuró las últimas palabras. Gerard empezó a sentirse un poco extraño, de nuevo avergonzado, por decirle ese tipo de cosas a otro hombre. Pero ¿qué podía hacer? Se sentía muy agradecido con él.

—Eres distinto a otros.

Gerard centró toda su atención de nuevo en Charles, que no dejaba de mirarlo intensamente.

—¿A qué te refieres? —indagó el joven.

Charles suspiró. Estaba convencido de sincerarse con él, pero el camarero llegó para tomarles nota y solo cuando volvieron a quedarse solos lo intentó.

—Tengo que ser honesto contigo, Gerard.

—¿Qué pasa? —preguntó, asustado.

Él se dio cuenta del cambio y sonrió para tranquilizarlo.

—Tranquilo, no es nada grave, solo quiero ser sincero contigo antes de que nuestra amistad avance. Eso si deseas que seamos amigos, claro...

—No tengo motivos para no querer.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora