46. Al acecho de la presa

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Esa noche nada podría quitarle la felicidad que sentía tanto por su mejor amiga como por lo ocurrido con Lucien. Trabajaría con una sonrisa en el rostro y atendería lo mejor posible a los clientes del club. Tal era su euforia que sentía que nada podría detenerla. Era capaz de todo. Mientras ninguno de los clientes la requería, ayudó a sus compañeros a servir copas para que no se acumulara el trabajo. Caminó de un lado a otro de la barra hasta que al final se quedó justo en la zona opuesta a aquella por donde entraban y salían los trabajadores. Sonrió al ver que un cliente se acercaba, y amplió el gesto al saber de quién se trataba.

—¿Qué te pongo, Apolo?

El hombre la observó con una pequeña sonrisa.

—Un especial de la casa, por favor.

Catherine lo preparó en poco tiempo, acostumbrada ya a hacerlo, y se lo ofreció con otra sonrisa radiante.

—Algo bueno ha debido pasarte para que estés así de contenta —comentó el hombre, que empezaba a sentirse de buen humor también.

—Algo muy bueno, sí —admitió, guiñándole el ojo. Inclinó su cuerpo sobre la barra y habló de forma que solo él la pudiera escuchar—. Tu amigo me tiene muy feliz.

—Al menos uno de los dos es feliz... —Se encogió de hombros.

Catherine lo observó sin saber por qué decía aquello y, preocupada a pesar de no conocerle, volvió a hablar en tono confidente:

—¿Quieres hablar del tema? Te vendrá bien, estoy segura.

—Eres una buenísima persona, Orquídea.

—Anda, ven —le sugirió y sin darle tiempo a replicar se dirigió hacia la salida.

Charles la siguió y se reunió con ella en el otro extremo de la barra. Después la acompañó hasta que se adentraron tras la puerta por la que entró la primera noche también con ella. Lo invitó a entrar de nuevo en la sala donde firmó su contrato de socio y esperó sentado a que Catherine tomara asiento tras cerrar la puerta.

—En realidad no es que me pase algo... —Charles se acomodó mejor en el sillón de cuero negro de la estancia. Catherine estaba sentada a su lado—. Simplemente me he fijado en alguien que nunca me corresponderá.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque sé que a él no le gustan los hombres.

—¡Oh! —exclamó sorprendida—. ¿Y puedo saber quién es? ¿Lo conozco?

—No quisiera que le dijeras algo porque de todas formas ya he hablado con él. Le he dejado las cosas claras y le he dejado su espacio, pero algo dentro de mí me dice que si no es aquí, no lo volveré a ver más.

—Espera un momento... ¿Lo conociste aquí? —Hizo aspavientos de la emoción y soltó una risita nerviosa—. Lo siento, no te conozco, pero siento que no es así... Quizá sea porque eres amigo de Lucien.

—Eso debería decirte yo a ti, es decir, te estoy contando cosas que por lo general no contaría a cualquiera... Creo que tienes algo que hace que la gente coja confianza rápido, aunque sean completos desconocidos. Y dicen que tendemos a confiar más en gente a la que no conocemos porque se supone que no nos juzgan ¿no?

Charles suspiró y desvió la mirada de ella a sus manos, que descansaban sobre sus piernas temblorosas. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía así de vulnerable con alguien.

—Me gusta tu amigo Trébol.

Catherine abrió la boca, sorprendida por esa revelación tan inesperada.

—Ahora entiendo todo...

Él la observó de nuevo con una pequeña sonrisa.

—Por favor, no le digas nada de esto. Lo último que quiero es que piense que estoy intentando llegar a él a través de ti. Si tiene que venir a mí prefiero que sea porque él quiere y no porque se sienta obligado.

—Por favor, Apolo... —Catherine se acercó a él y lo abrazó, pillándolo completamente por sorpresa—. Eres adorable. Ojalá te salga todo bien porque no creo que merezcas lo contrario.

—Gracias por tu apoyo emocional. Te aseguro que no me olvidaré de esto.


···


De vuelta en el club, encargada y cliente se separaron. Catherine se paseó por toda la zona del bar por si algún cliente necesitaba algo. Darrell la observó desde una esquina, sentado solo en una de las mesas altas. El pelo de la chica era inconfundible, así como sus ojos claros, que desprendían cierto brillo especial esa noche. Era tal su obsesión por ella que supo que no podría esperar mucho más para intervenir a sabiendas de que corría el riesgo de que las cosas se complicaran. Pero no, esperaría a que Gabrielle le diera el aviso y mientras tanto estaría al acecho como un león con su presa. Catherine era su presa esa noche y aquello lo excitaba mucho más de lo que quería admitir. La vio a lo lejos hablando con su esposa y se preparó, consciente de que ella le estaba allanando el terreno para poder hablar con la pelirroja a solas. Cuando las dos se separaron, recibió un mensaje de texto en su móvil en el que Gabrielle, escuetamente, le daba luz verde para actuar.

Sin levantar sospechas, se dirigió a la puerta roja, por la que ya había desaparecido la encargada, y la atravesó. Aún seguía en su punto de mira e incluso bastante más cerca de lo que pensó.

—¿Podemos hablar, Orquídea?

La aludida se detuvo, pero no se giró. Darrell aprovechó para terminar de aproximarse.

—Puedes estar tranquila, no voy a hacerte nada. No puedo, tú mejor que nadie lo sabes.

Escuchó que suspiraba y finalmente se volteó hacia él.

—Has aprovechado que no está mi jefe para venir a acosarme, ¿no es así?

—Acoso es una palabra demasiado fuerte ¿no crees, encanto?

—Y sin embargo así es como me siento... Creí que había quedado claro que mi jefe no quiere que vuelvas a acercarte a mí.

—¿Pero eso es lo que tú realmente quieres? —insistió él acercándose un poco más, pero sin llegar a tocarla en ningún sentido. La vio dudar ante su pregunta y aprovechó aquel gesto para esbozar media sonrisa y ladear la cabeza hacia la derecha—. Me da la impresión de que no.

Catherine acercó su rostro al del hombre con altivez y lo miró directamente a los ojos.

—¿Y qué sabrás tú lo que yo quiero? —cuestionó con rabia en la voz.

Le molestaba que los hombres actuaran de esa forma con las mujeres. No tenía nada en contra de Hipnos, pero sus palabras lo sentenciaron. Dio un paso atrás y regresó al ser consciente de que aquello no era más que una vil trampa en la que había caído. Pero no pudo avanzar mucho porque él la detuvo cogiéndola del brazo. Observó la mano que la agarraba y luego el antifaz que ocultaba gran parte de su rostro.

—Suéltame —dijo lentamente.

Darrell permaneció en silencio y sostuvo la mirada de la pelirroja, pero el sonido de una puerta al abrirse hizo que finalmente cediera.


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La Fruta Prohibida: El club nocturnoWhere stories live. Discover now