10. En todo su esplendor

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Esa noche, antes de dormir, Catherine dedicó unos minutos a leer. Más que unos minutos, estaba segura de que serían horas porque le encantaba ese libro y la forma de narrar del autor. Se cambió la ropa del día para ponerse unos pantalones cortos celestes con lunares negros y una camiseta blanca de tirantes que usaba como pijama a veces. Una vez en la cama, cogió el libro de la mesita de noche y contempló la cubierta con mayor interés, fijándose en cada uno de los detalles. Sus ojos pararon al ver el nombre del autor: Lucien Sanders. Con la convicción de haber visto en algún momento su foto en alguno de sus libros, volteó el que tenía en sus manos, pero solo encontró la sinopsis allí. Lo abrió entonces y descubrió, en la solapa trasera, la foto del escritor en blanco y negro. Su mirada directa traspasaba el papel y para ella fue como tenerlo delante. Como las veces que estaba en su presencia en el club. Se sorprendió con el pulso acelerado y un cosquilleo que recorría todo su cuerpo al descubrir que era una foto reciente. La acarició con la punta de sus dedos y cerró para continuar leyendo. El fuego abrasador era su último trabajo y estaba en una parte bastante interesante, pero su título en esos momentos le sugería otras cosas diferentes a lo que encontraría en la trama. Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos de la mente y puso toda su concentración en seguir la historia por donde la dejó esa misma tarde.

Una hora después sucumbió a sus fantasías y cerró el libro, no sin antes echarle otro vistazo a la foto de la solapa. Lucien no sonreía, pero su seriedad era lo que más le atraía. Se relamió y cerró el libro de golpe para dejarlo sobre la mesita. Apagó la luz e intentó dormir y no rendirse ante las imágenes que aparecían en su mente. En ellas Lucien despertaba sensaciones inimaginables para Catherine y tuvo que apretar las piernas para contener un poco el hormigueo que empezó a sentir en su intimidad. Sin embargo, ese movimiento no logró que dejara de tener esos pensamientos, sino todo lo contrario.

«Dame una cita, Catherine».

Escuchó la voz pausada de Lucien en su cabeza y cerró los ojos para seguir viendo su rostro serio, aunque fuera en un recuerdo y oculto tras una máscara. Los ojos marrones del escritor parecían querer atravesarla cada vez que la contemplaba y eso provocaba en ella sensaciones agradables. No sabía si era admiración o algo mucho más profundo. Recordó que al final no le dio una respuesta porque tuvo que marcharse del club antes de que terminara su turno. Una cita podía no significar nada o serlo todo y tenía miedo de muchas cosas, entre ellas de pillarse por él y no ser correspondida. Tampoco conocía cuáles eran sus intenciones reales...

«¿No te das cuenta de que entré allí solo porque te vi atravesar la maldita puerta?».

Recordar esas palabras provocó que su cuerpo temblara involuntariamente. Introdujo las manos a través de la camiseta y comprobó que su piel ardía. Su corazón seguía queriendo salirse del pecho y, por si fuera poco, el calor de su sexo atravesaba la tela de sus pantalones cortos. Acarició con movimientos circulares lentos y los jadeos no se hicieron esperar.

—¿Qué me estás haciendo? —murmuró con los ojos cerrados.

Bajó los pantalones y su ropa interior para realizar las caricias directamente sobre la piel y así poder satisfacer esas ganas que tenía por él. Al menos, lo conseguiría en parte...

···

Esa misma noche no perdió tiempo y volvió a ir al club. No quería que Dante perdiera el interés y por eso atravesó la puerta roja tras pasar su tarjeta de socio por una pantalla. El mecanismo se activó con un chasquido y pudo abrir la puerta después. Mantenía consigo el aparato que le dio Catherine la primera noche bien guardado en su bolso por si lo necesitaba, aunque si daba con Dante sabía que no le haría falta. Al atravesar la otra puerta, echó un vistazo alrededor en un intento por serenarse y no aparentar el ansia que había empezado a sentir. Cerró y se acercó a la barra para tomarse un cóctel que, intuía, conseguiría que se relajara. Al beber el primer sorbo, notó una mano en el hombro y Belladona se giró. Descubrió una sonrisa de dientes blancos y unos ojos color miel que reconoció al instante.

—Pensé que no volvería a verte por aquí.

La morena curvó sus labios en una sonrisa y quedó embelesada con su voz.

—¿Hoy no vienes acompañada? —preguntó él antes de que ella dijera algo.

—No, pero me ha dado luz verde para venir cuando quiera sin necesidad de hacerlo con él —explicó.

Dante se aproximó y ella no supo cómo reaccionar ante su cercanía. Él se limitó a hablarle al oído.

—¿Quieres que volvamos a la intimidad de mi habitación?

La chica jadeó antes de que él se separara y le bastó como respuesta. La agarró por la muñeca y los dos se perdieron a través de la puerta que conducía a las salas especiales y privadas. Esa noche, Belladona percibió algunos gemidos provenientes de algunas de ellas, pero no sintió vergüenza, al contrario. «Ojalá ser yo una de ellas... Con él», se descubrió pensando. Reprimió una risita y continuó el camino hasta que llegaron a la habitación de Dante. De nuevo se encerraron allí y se sentaron sobre la cama.

—Me alegra que hayas vuelto —comentó con una sonrisa.

Después se acercó y depositó un beso en la mejilla izquierda y luego en la derecha, parándose entre una y otra para observar sus ojos. Con esa luz se veían claros, aunque no del tono azul habitual.

—Estaba deseando regresar, no te voy a mentir.

Dante sonrió complacido.

—La otra noche me dijiste que tenías una relación abierta... ¿Has tenido otras antes?

Belladona no sabía si ser sincera con él o no, al fin y al cabo era un completo desconocido oculto tras un antifaz.

—La verdad es que no —respondió, sorprendida por su sinceridad.

—Yo tengo algo de experiencia así que podría ayudarte si tienes alguna duda —se ofreció.

—Tengo una amiga que me ha asesorado, pero no estaría mal contar con otra persona que conozca sobre el tema —reconoció.

El silencio se hizo entre los dos y él aprovechó para levantarse y dirigirse al mueble que contenía las bebidas. Sacó también un pequeño mando y pulsó un botón. Segundos después los dos escucharon música sensual, sin letra, a un volumen que les permitía hablar sin tener que alzar mucho la voz.

—¿Cómo lo has hecho? —quiso saber ella.

—Con esto —respondió, enseñando el mando que aún tenía en su mano.

Lo soltó, dejándolo en el mismo sitio, y se sirvió un trago antes de volver a la cama. Sin mediar palabra, le ofreció beber de su vaso y ella aceptó sin pensarlo dos veces. Dante acercó el vaso hasta los labios femeninos con lentitud, ella lo miró mientras tanto y supo entonces que no le dejaría tocar el vaso con las manos. Belladona posó los labios sobre el vidrio y bebió varios tragos hasta que él se lo retiró. La chica se relamió.

—Eres muy sensual, Belladona —el rubor tiñó las mejillas de la aludida antes de que la información llegara completa a su cerebro—, y me encantaría ver tu erotismo en todo su esplendor.

—Eres muy sensual, Belladona —el rubor tiñó las mejillas de la aludida antes de que la información llegara completa a su cerebro—, y me encantaría ver tu erotismo en todo su esplendor

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La Fruta Prohibida: El club nocturnoWhere stories live. Discover now