Epílogo

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Un mes más tarde...

Al fin regresaba a casa después de varios años estudiando y trabajando en el extranjero. El taxi la dejó en la entrada y entró con la llave que conservaba. Con las dos maletas en las manos avanzó por el terreno en dirección hacia la enorme casa que se alzaba sobre el suelo como si de un palacio se tratara.

Era temprano y no esperaba encontrar a gente despierta cuando penetró en el interior de la vivienda. Cogió las dos maletas como pudo y subió las escaleras para dejarlas en su cuarto, uno de los más alejados dentro del pasillo que conducía a las distintas habitaciones y salas. Una vez allí encontró todo tal y como lo dejó antes de marcharse y suspiró con nostalgia. Abrió las dos maletas y sacó algunas prendas que planeaba ponerse esa semana y en concreto ese día. Tras dejarlas bien dobladas sobre la cama, se desnudó y fue hasta su cuarto de baño para darse una ducha antes de bajar a la cocina para tomar algo.

Media hora después, tras arreglarse lo mejor posible para causar buena impresión a la familia, bajó por las escaleras intentando no hacer ruido. Antes de dar la sorpresa le apetecía tomarse algo y por eso se dirigió a la cocina a hurtadillas con la esperanza de que ninguno de los trabajadores estuviera allí ya. Con la suerte a su favor, entró en el lugar y se acercó al frigorífico para buscar algo que comer y beber. Empezó a tararear una canción mientras se movía al ritmo y en cuanto tuvo en las manos lo que le apetecía tomar, se giró y cerró la puerta con un movimiento de cadera. Se sobresaltó al ver en la puerta de la cocina a alguien a quien no conocía.

Oh là là! —exclamó la joven rubia con una sonrisa.

Clavó la vista en los abdominales que se marcaban en su torso. «¿Será el nuevo jardinero?», se preguntó.

—¿Quién eres tú? —preguntó él mientras avanzaba hacia la nevera.

La chica dejó las cosas sobre la isla central de la cocina y se preparó una tostada con las cosas que había cogido. Buscó en los muebles una taza y un plato antes de dejarlos en el mismo sitio y fijarse de nuevo, de reojo, en el chico que compartía espacio con ella.

Con la botella de leche en la mano, fue a buscar una taza para prepararse un poco de café. Mientras lo hacía, se fijó en la rubia que de vez en cuando le dirigía la mirada de forma descarada.

—¿Eres el nuevo jardinero o algo? Aunque en ese caso no entendería qué haces semidesnudo... —comentó, haciendo caso omiso de la pregunta del chico.

Con la idea en mente de que era alguien ajeno a la familia no sintió la necesidad de desvelar aún su identidad.

—Para nada. Supongo que tú no trabajarás aquí porque de otra forma te habría visto antes. Tampoco tienes pinta de ser alguien que trabaje para Gabrielle y Darrell.

También la observó de forma descarada y ella se percató de ello. Podía ser joven, no sabía si más que él o menos, pero no era tonta. Reconocía lo que provocaba en los hombres y sabía que en ese chico no sería la excepción. Giró sobre sus talones y apoyó las manos sobre el mueble.

—Si no trabajas aquí entonces ¿quién eres? —insistió.

Travis sonrió y se aproximó a la rubia hasta que quedaron a escasa distancia.

—Yo pregunté primero... —Aprovechando lo cerca que estaba de ella, retiró las manos de la superficie y las colocó sobre el pecho desnudo que tenía ante sus ojos. Al ver que no se quejaba ni la apartaba, se atrevió a acariciar la piel que parecía arder bajo sus manos. Se mordió el labio antes de alzar la mirada. Él tragó saliva antes de añadir—. Pero no me importa presentarme antes. Soy Travis, el nuevo compañero de Gabrielle.

La chica sabía a qué se refería con esa palabra porque era la misma que usaban sus padres.

—Oh, encantada. —Esbozó media sonrisa antes de darle dos besos—. Yo soy la princesa de esta casa, aunque puedes llamarme Angel.


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La Fruta Prohibida: El club nocturnoWhere stories live. Discover now