Capítulo 7

117 9 0
                                    

Al poco tiempo estamos los dos en mi habitación, con una pizarra delante de nosotros y los pocos datos que tenemos. Hace poco que terminamos de recoger el piso de abajo y ahora seguimos pensando en nuestro plan de ataque.

-Yo sigo pensando que lo mejor es preguntarle -dice Mike

-Nadie en su sano juicio diría la verdad.

-En internet no ponía nada más. Lo dejamos para mañana, o para pasado, tal vez para cuando decida contárnoslo.

-No te rajes tan rápidamente. Tienes razón en que no podemos obtener toda la información ya. Tal vez lo mejor sea esperar un par de días. A ver si le sonsacamos algo.

-¿Cómo piensas hacerlo?

-Espera y verás.

Decidimos pasar del tema por hoy. Pasamos la tarde viendo una película y escuchando música. El día de hoy ha terminado. Mañana hay mucho que hacer.

-Deja ya esa cámara, Lara.

Estábamos en un pequeño campo, con algunos árboles y un par de mesas. Había una toalla en el prado y sobre ella estábamos mi amiga, Hale, y yo, tumbadas y escuchando la gran variedad de música de mi móvil. Ahora mismo estaba sonando Usher. Hale tenía un libro sobre su cabeza, tenía los ojos claros y el sol le molestaba. Yo había dejado el mío a mi lado, esperando pacientemente a que me aburriese de la cámara. Faltaría mucho tiempo hasta que eso pasara.

-¿Qué le ves de interesante a esa cámara?

-Es bonita -dije haciendo un gesto de indiferencia con los hombros.

-Ya, lo sé. ¿Pero qué ves en ella que no puedas ver con tus propios ojos?

Me quede pensativa un rato. Quería darle una buena respuesta, pero lo único que me salió fue un:

-Todo

Hale me miró con la misma cara con la que mirarías a el típico poeta que se queda mirando al horizonte, que siempre va vestido de negro y con cuello cisne. Pero era verdad, a través de la lente de esa cámara todo cambiaba. Podías cambiarle los filtros, y ya el día podía pasar de un día nuboso a uno mas soleado. O podías hacer retoques y volver a la gente guapa. A través de esa lente, veías a la gente por fuera, no por dentro. A veces desearía ser una cámara.

-Y Pelayo ganó la batalla de Covadonga en el 722.

Clase de historia. Algo que nunca comprenderé. ¿Para qué estudiar la historia de los vivos si puedo escribir la mía propia? Vaya mierda.

En clase de historia también estoy en clase de Jace. Como no. Escucho como mueve la pierna contra la mesa durante toda la hora. Tiene cara de concentración hasta que baja la cabeza y escribe algo en la libreta. Luego lo arranca y...falsa alarma. No era para mí. Era para la chica de al lado. Será...¿por qué me molesta?

Pero Jace me saca de mis pensamientos diciendome algo que sin darme cuenta estaba esperando oír.

-En la próxima hora. En las escaleras del piso de arriba.

Suena el timbre. Jace ya se ha ido. ¿Qué querrá? ¿Por qué no ha quedado con la chica de al lado?

Decido hacerle caso. Dejo mis libros en la taquilla y subo al piso de arriba. Cuando llego no está, así que me apoyo contra la pared y le espero. Cierro los ojos e intento repasar mentalmente la lección de naturales, para así tener más preparado el examen.

Pero unas manos me sacan de mi ensoñación. Me rodean la cabeza, tapandome los ojos. Son duras. Y suaves a la vez.

-¿Quién soy? -escucho detrás de mi cabeza, seguido de una risa.

-Emm...¿Tom Cruise?

Vuelvo a oír la risa.

-No, tonta.

-Perdona, pero mi media es de...sinceramente no lo sé.

En realidad sí, pero es tan mala que no quiero arruinar este momento.

-Bueno. ¿Y qué hacemos aquí? -le pregunto estropeandolo todo. Como siempre.

-No conozco el instituto. Y supuse que no te importaría perder una clase para enseñarmelo.

-Claro. Las pierdo todos los días. Y sino es así, llego tarde.

Y esta soy yo cagandola otra vez. Por eso me sorprendo al oír otra vez su maravillosa risa. Por un momento, creo q oigo a los ángeles.

Comenzamos la ruta, caminando por los pasillos. Le enseño las aulas un poco de pasada y, no puedo evitar fijarme en que cada vez estamos más cerca. Nuestras manos están cerca de tocarse y Jace o no se entera o no quiere apartarla.

Y por fin pasa. Nuestras manos se cruzan y él me da la mano. Esa mano suave y dura.

-Lo siento. No pretendía...

Pero aún no me ha soltado la mano.

-No pasa...

Y me interrumpo antes de llegar al nada porque ahora estamos a escasos centímetros. 5, 4, 3, 2 centímetros. Desde tan cerca puedo escuchar su respiración. Su ritmo acompasado. Me fijo en sus ojos. La mayoría de las luces están apagadas. Parecen negros. Negros, como mi alma. Logro, a duras penas, distinguir su iris de la pupila.

Y cuando va a pasar. Cuando está a punto de inclinarse un poco más. Cuando por fin me iba a besar, suena el timbre y el momento de magia se termina. Su cabeza sube y yo me aparto un poco. Lo único que no cambia desde aquel mágico momento son dos cosas: la magnitud de sus ojos y mi mano entre la suya.

Cuando el pasado sí importaWhere stories live. Discover now