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Jane nunca pudo entender el asunto de la foto. Cuando se le pasó el dolor y la rabia, se quedó irremediablemente desconcertada. ¿Por qué... por qué... la foto de un perfecto desconocido debía importarle a alguien en 60 Gay... y a madre, menos aún?
Se había topado con ella un día que estaba visitando a Phyllis. De vez en cuando Jane tenía que pasar una tarde con Phyllis. Ésta no fue más exitosa que las anteriores.
Phyllis era una anfitriona concienzuda.
Le había enseñado a Jane todas sus muñecas nuevas, sus vestidos nuevos, sus zapatillas nuevas, su nuevo collar de perlas, su nuevo cerdo de porcelana. Phyllis coleccionaba cerdos de porcelana y aparentemente pensaba que cualquier persona que no estuviera interesada en los cerdos de porcelana era "tonta". Ella había sido más condescendiente de lo habitual. En consecuencia, Jane estaba más rígida que de costumbre y ambas sufrían una agonía de aburrimiento. Fue un alivio para todos cuando Jane cogió un Saturday Evening y se sumergió en él, aunque no le interesaba lo más mínimo. aunque no le interesaban lo más mínimo las páginas de sociedad, las fotografías de novias y debutantes, la bolsa de valores o incluso el artículo,
"Ajuste pacífico de las dificultades internacionales", de Kenneth Howard,
que ocupaba un lugar de honor en la primera página. Jane tenía una vaga idea de que no debería estar leyendo Saturday Evening. Por alguna razón desconocida la abuela no lo aprobaba. No quería tener un ejemplar en su casa.
Pero lo que sí le gustaba a Jane era la foto de Kenneth Howard en la primera página. En cuanto la miró, fue consciente de su fascinación. Ella nunca había visto a Kenneth Howard... no tenía ni idea de quién era ni de dónde vivía. . . pero sintió como si fuera la foto de alguien que conocía muy bien y que le gustaba mucho. Le gustaba todo lo que tenía... sus extrañas cejas puntiagudas.... la forma en que su grueso y rebelde cabello brotaba de su frente. . . la forma en que su firme boca se metía en las esquinas... la mirada ligeramente severa en los ojos que, sin embargo, tenían unas arrugas tan alegres en las esquinas... y la barbilla cuadrada y hendida barbilla que le recordaba a Jane tan fuertemente a algo, que no podía recordar qué. Ese mentón parecía un viejo amigo. Jane miró la cara y dio un largo suspiro. Supo, de inmediato, que si hubiera amado a su padre en lugar de odiarlo, habría querido que se pareciera a Kenneth Howard.
Jane se quedó mirando la foto tanto tiempo que Phyllis sintió curiosidad.
-¿Qué estás mirando, Jane?
Jane cobró vida de repente.
-¿Puedo tener esta foto, Phyllis? por favor.
-¿De quién es la foto? ¿Por qué... eso? ¿Lo conoces?
-No. Nunca he oído hablar de él. Pero me gusta la foto.
-A mí no. -Phyllis lo miró despectivamente-. Porque... es viejo. Y no es muy guapo. Hay una foto preciosa de Norman Tait en la siguiente página, Jane. ...déjame mostrártela.
A Jane no le interesaba Norman Tait ni ninguna otra estrella de la pantalla. La abuela no aprobaba que los niños fueran al cine.
-Me gustaría esta fotografía si puedo tenerla -dijo con firmeza.
-Supongo que puedes tenerla -condescendió Phyllis. Pensó que Jane era más "tonta" que nunca. ¡Cómo le daba pena una chica tan tonta! -Supongo que aquí nadie quiere ese foto. No me gusta nada. Parece como si se riera de ti detrás de sus ojos.
Lo cual fue una sorprendente perspicacia por parte de Phyllis. Así es como Kenneth Howard se veía. Sólo que era una risa agradable. Jane sintió que no le importaría un poco que se rieran de ella así. Recortó la foto con cuidado, la llevó a casa y la escondió bajo la pila de pañuelos en el cajón superior de su cómoda. Apenas pudo decir por qué no quería mostrársela a nadie. Tal vez no quería que nadie ridiculizara la foto como lo había hecho Phyllis. Tal vez era porque había un extraño vínculo entre ella y el cuadro... algo demasiado bello para hablarlo con nadie, ni siquiera con su madre. No es que hubiera muchas posibilidades de hablar con madre de nada ahora mismo. Nunca había estado mamá tan brillante, tan alegre, tan bien vestida, tan constantemente en fiestas y tés y puentes. Incluso el beso de buenas noches se había convertido en algo raro... o Jane creía que lo era. No sabía que siempre que su madre llegaba tarde, entraba de puntillas en la habitación de Jane y dejaba caer un beso sobre su pelo rojizo... ligeramente para no despertarla. A veces lloraba cuando volvía a su propia habitación, pero no a menudo, porque podría notarse en el desayuno y a la vieja señora Robert Kennedy no le gustaba que la gente llorara por las noches en su casa.
Durante tres semanas la foto y Jane fueron los mejores amigos. Ella la sacaba y la miraba siempre que podía... le contaba todo sobre Jody y sobre sus tribulaciones con los deberes y sobre su amor por mamá. Incluso le contó su secreto de la luna. Cuando se sentía sola en su cama, pensar en él le hacía compañía. Le dio un beso de buenas noches y lo miró a primera hora de la mañana.
Entonces la tía Gertrude la encontró.
Aquel día, en cuanto Jane llegó de St. Agatha, supo que algo iba mal. La casa, que siempre parecía vigilarla, la observaba más de cerca que nunca, con una malicia burlona y triunfante. El bisabuelo Kennedy la miraba con el ceño más fruncido que nunca desde la pared del salón. Y la abuela estaba sentada en su silla, flanqueada por su madre y la tía Gertrude. La madre estaba haciendo pedazos una hermosa rosa roja en sus pequeñas manos blancas, pero la tía Gertrude estaba mirando el papel que sostenía la abuela.
-¡Mi foto! gritó Jane en voz alta.
La abuela miró a Jane. Por una vez, sus fríos ojos azules ardían.
-¿De dónde has sacado esto? -dijo.
-Es mío -gritó Jane-. ¿Quién lo sacó de mi cajón? Nadie tenía por qué hacerlo. -Creo que no me gustan tus maneras, Victoria. Y no estamos discutiendo un problema de ética. He hecho una pregunta.
Jane miró al suelo. No tenía ni la más remota idea de por qué le parecía un crimen tener la foto de Kenneth Howard, pero sabía que ya no le iban a permitir tenerla. Y a Jane le parecía que no podía soportar eso.
-¿Será usted tan amable de mirarme, Victoria? ¿Y responder a mi pregunta? Supongo que no se le ha trabado la lengua.
Jane levantó la vista con ojos tormentosos y amotinados.
-La recorté de un periódico... del Saturday Evening.
-¡Ese trapo!
El tono de la abuela relegó a Saturday Evening a insondables profundidades de desprecio.
-¿Dónde lo viste?
-En casa de la tía Sylvia -replicó Jane, armándose de valor.
-¿Por qué lo has recortado?
-Porque me gustó.
-¿Sabes quién es Kenneth Howard? -No.
-No, abuela, si te parece. Bueno, creo que no es necesario guardar la foto de un hombre que no conoces en el cajón de tu escritorio. No permitamos más de tal absurdo.
La abuela levantó la foto con ambas manos. Jane dio un salto hacia delante y la cogió del brazo.
-Oh, abuela, no lo rompas. No debes hacerlo. Lo quiero mucho.
En el momento en que lo dijo, supo que había cometido un error. Nunca había habido muchas posibilidades de recuperar la foto, pero las pocas que había habido ya habían desaparecido. -¿Te has vuelto completamente loca, Victoria? -dijo la abuela... a la que nunca antes nadie había dicho "no debes" en toda su vida.
-Quita tu mano de mi brazo, por favor. En cuanto a esto... -la abuela rompió deliberadamente el cuadro en cuatro pedazos y los arrojó al fuego.
Jane, que sintió como si se le desgarrara el corazón con él, estaba a punto de estallar de rebeldía cuando por casualidad miró a mamá. Mamá estaba pálida como la ceniza, de pie, con las hojas de la rosa que había destrozado esparcidas por la alfombra alrededor de sus pies. Había una mirada de dolor tan terrible en sus ojos que Jane se estremeció. La mirada desapareció en un momento, pero Jane nunca pudo olvidar que había estado allí. Y sabía que no podía pedirle a su madre que le explicara el misterio de la fotografía. Por alguna razón que no podía adivinar, Kenneth Howard significaba sufrimiento para su madre. Y de alguna manera ese hecho manchaba y estropeaba todos sus hermosos recuerdos de comunión con aquella imagen.
-No te enfades ahora. Ve a tu habitación y quédate allí hasta que te mande llamar -dijo la abuela, sin que le gustara del todo la expresión de Jane-. Y recuerda que las personas que pertenecen a este lugar no leen Saturday Evening.
Jane tenía que decirlo. Realmente se dijo sola.
"Yo no pertenezco aquí", dijo Jane. Luego se dirigió a su habitación, que volvía a ser enorme y solitaria, sin Kenneth Howard sonriéndole desde debajo de los pañuelos.
Y ésta era otra cosa de la que no podía hablar con su madre. Se sentía como un gran dolor mientras permanecía de pie junto a la ventana durante mucho tiempo. Era un mundo cruel... con las propias estrellas riéndose de ti... parpadeando burlonamente de ti.
-Me pregunto -dijo Jane lentamente-, si alguien fue alguna vez feliz en esta casa.
Entonces vio la luna... la luna nueva, pero no la delgada media luna plateada que suele ser la luna nueva. Esta estaba a punto de hundirse en una nube oscura en el horizonte y era grande y de un rojo apagado. Si alguna vez una luna necesitó pulirse, ésta lo hizo. En un momento, Jane se había alejado de todas sus penas... a doscientos treinta mil kilómetros de distancia. Por suerte, la abuela no tenía poder sobre la luna.

JANE DE LANTERN HILLWhere stories live. Discover now