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-La tía Elmira se está muriendo otra vez -dijo Ding-dong alegremente.
Jane estaba ayudando a Ding-dong a poner tejas en el pequeño granero de su padre. Lo hacía muy bien, además, y se divertía mucho con ello. Era muy divertido estar en el aire, donde podías ver toda la campiña bajo sus alegres y ventosas nubes, y vigilar fácilmente lo que hacían tus vecinos.
-¿Está muy mal esta vez? -preguntó Jane, martillando con diligencia.
Jane lo sabía todo sobre la tía Elmira y sus ataques de muerte. Ella tomaba uno de vez en cuando y realmente se había convertido en una molestia. La tía Elmira elegía momentos inoportunos para morir. Siempre que se avecinaba algo especial, la tía Elmira decidía morir y a veces parecía escaparse por tan poco de hacerlo que los Bells contenían la respiración. Porque la tía Elmira tenía realmente una enfermedad del corazón de la que no se podía depender, y ¿quién sabía sino que algún día moriría de verdad? -Y los Bells no quieren que se muera -le había dicho Step-a-yard a Jane. -Necesitan su pensión... su renta vitalicia muere con ella. Además, es útil para cuidar de las cosas cuando los Bells quieren ir de paseo. Y no voy a decir que no le tengan mucho cariño. Elmira es una buena exploradora cuando no se está muriendo.
Jane lo sabía. Ella y la tía Elmira eran excelentes amigas. Pero Jane nunca la había visto cuando se estaba muriendo. Estaba demasiado débil para ver a la gente entonces, afirmó, y los Bells tenían miedo de arriesgarse. Jane, con su habitual perspicacia, tenía su propia opinión sobre estos hechizos de la tía Elmira. No podría haberla expresado en términos de psicología, pero una vez le dijo a papá que la tía Elmira estaba tratando de quedar bien con algo y no lo sabía. Sentía, más que sabía, que a la tía Elmira le gustaba bastante estar en el candelero y, a medida que envejecía, se resentía cada vez más por el hecho de que, suave pero inexorablemente, la estaban apartando de él. Estar a punto de morir era una forma de recuperar el centro del escenario al menos por un tiempo. No es que la tía Elmira fuera una pretendiente consciente. Siempre pensó honestamente que se estaba muriendo, y estaba muy melancólica por ello. La tía Elmira no estaba en absoluto dispuesta a abandonar el fascinante negocio de la vida.

-Horrible -dijo Ding-dong-. Mamá dice que está peor que nunca. El doctor Abbott dice que ha perdido las ganas de vivir. ¿Sabes qué significa eso?
-Más o menos -admitió Jane con cautela.
-Intentamos mantenerla animada pero está muy triste. No quiere comer y no quiere tomar su medicina y mamá no sabe qué hacer. Teníamos todo planeado para la boda de Brenda y ahora no sabemos qué hacer.
-Pero ha permanecido en la cama durante semanas y semanas y dijo que cada día sería su último. La tía Elmira, -dijo Ding-dong reflexivamente-, me ha dicho un último adiós siete veces. Ahora, ¿cómo puede la gente celebrar una gran boda si su tía se está muriendo?
Y Brenda quiere un chapuzón. Se va a casar con los Keyes y dice que los Keyes lo esperan.
La Sra. Bell le pidió a Jane que cenara con ellos, y Jane se quedó porque papá
estaba fuera por el día. Observó cómo Brenda preparaba una bandeja para la tía Elmira.
-Me temo que no comerá ni un bocado -dijo la señora Bell con ansiedad. Era una mujer de aspecto cansado y agradable, con ojos amables y apagados, que se preocupaba mucho por todo.
-No sé de qué vive. Y está tan baja de
ánimo. Eso va con los ataques, por supuesto. Dice que está demasiado cansada para hacer ningún esfuerzo para mejorar, pobrecita. Es su corazón, ya sabes. Todos tratamos de mantenerla animada y nunca decirle nada que la preocupe. Brenda, ten en cuenta no le digas que la vaca blanca se ahogó esta mañana. Y si pregunta
qué dijo el médico anoche, dile que él cree que se pondrá bien pronto. Mi padre siempre decía que nunca debíamos decir a los enfermos nada más que la verdad, pero debemos mantener a la tía Elmira animada.
Jane no se unió a Ding-dong en cuanto terminó la cena. Se quedó por ahí, misteriosamente, hasta que Brenda bajó informando que la tía Elmira
no podía tocar un bocado, y había llevado a su madre a resolver alguna
cuestión sobre la cantidad de lana que debía enviarse a la fábrica de cardado. Entonces Jane subió a toda prisa.
La tía Elmira estaba tumbada en la cama, una criatura diminuta y encogida, con mechones de pelo gris
que le rodeaban la cara arrugada. Su bandeja estaba sobre la mesa, sin tocar.
-¡Pero si es Jane Stuart! -dijo la tía Elmira con voz débil-. Me alegro de que alguien no se haya olvidado de mí. ¿Así que has venido a ver lo último de mí, Jane?
Jane no la contradijo. Se sentó en una silla y miró con mucha tristeza a
Tía Elmira, que agitó una mano con forma de garra hacia su bandeja.
-No tengo ni una pizca de apetito, Jane. Y menos mal que... ah yo, menos mal.
Siento que me envidian cada bocado que como.
-Bueno -dijo Jane-, sabes que los tiempos son difíciles y los precios bajos.
La tía Elmira no había esperado esto. Una chispa apareció en sus extraños y pequeños ojos ámbar.
-Estoy pagando mi pensión -dijo-, y me gané el sustento años antes de empezar a hacerlo. Ah, bueno, ahora no tengo importancia para ellos, Jane. No lo somos, después de enfermarnos.
-No, supongo que no -convino Jane.
-Oh, sé demasiado bien que soy una carga para todos. Pero no será por mucho tiempo. La mano de la muerte está sobre mí, Jane. Me doy cuenta de eso si nadie más lo hace.
-Oh, creo que lo hagan -dijo Jane-. -Tienen prisa por tener el granero cubierto de tejas antes del funeral.
La chispa en los ojos de la tía Elmira se intensificó.
-Supongo que lo tienen todo planeado, ¿verdad? -dijo.
-Bueno, escuché al señor Bell decir algo sobre dónde cavaría la tumba. Pero tal vez se refería a la de la vaca blanca. Creo que era la de la vaca. Se ahogó esta mañana, ya sabes. Y dijo que debía tener la puerta sur pintada de blanco antes de... algo... pero no acabé de captar qué.
-¿Blanco? ¡Que ocurrencias! Esa puerta siempre ha sido roja. Bueno, ¿por qué debería preocuparme? Ya he terminado con todo. No te preocupas por las cosas cuando estás escuchando las pisadas de la muerte, Jane. Están limpiando el granero, ¿no? Me pareció escuchar martillazos. Ese granero no necesita ser limpiado. Pero Silas siempre fue extravagante cuando no hay nadie que lo revise.
-Sólo cuestan las tejas. El trabajo no costará nada. Ding-dong y yo lo haremos.
-Supongo que por eso llevas el mono puesto. Hace tiempo no podía soportar a una chica con mono. ¿Pero qué importa ahora? Sólo que no deberías ir descalza, Jane. Podrías clavarte un clavo oxidado en el pie.
-Es más fácil ir por el tejado sin zapatos. Y el pequeño Sid se clavó ayer un clavo oxidado en el pie aunque llevaba zapatos.
-¡Nunca me lo dijeron! Me atrevo a decir que dejarán que el niño se envenene cuando yo no esté para cuidarlo. Además, es mi favorito. Ah, bueno, no tardará mucho... saben dónde quiero que me entierren... pero podrían haber esperado a que estuviera muerta para hablar de cavar la tumba.
-Oh, estoy segura de que fue la vaca -dijo Jane-. Y estoy segura de que te harán un funeral precioso. Creo que papá te escribiría una hermosa esquela si se lo pidiera.
-Oh, está bien, está bien. De todos modos, ya es suficiente. No quiero que me entierren hasta que me muera. ¿Te han dado un bocado decente para la cena? Nettie tiene buen corazón pero no es la mejor cocinera del mundo. Era una buena cocinera. Ah, las comidas que he cocinado en mis tiempos, Jane...¡las comidas que he cocinado!
Jane perdió una excelente oportunidad para asegurar a la tía Elmira que cocinaría muchas más comidas.
-La cena fue muy agradable, tía Elmira, y nos divertimos mucho en ella. Ding-dong no paraba de hacer discursos y nos reíamos y reíamos. -¡Que se rían y yo me muera! -dijo la tía Elmira con amargura-. Y andar por aquí con caras tan largas como la de hoy y la de mañana, fingiendo que lo sienten. ¿Qué eran esos ruidos de arrastre que he estado oyendo toda la mañana?
-La Sra. Bell y Brenda estaban arreglando los muebles del salón. Supongo que lo están preparando para la boda.
-¿Boda? ¿Has dicho boda? ¿La boda de quién?
-De Brenda. Se va a casar con Jim Keyes. Pensé que lo sabías.
-Claro que sabía que se iban a casar en algún momento... pero no conmigo muriendo. ¿Quieres decir que van a seguir adelante con ello?
-Bueno, ya sabes que es muy desafortunado aplazar una boda. No tiene por qué molestarte, tía Elmira. Estás aquí arriba, en el ático, sola, y...
La tía Elmira se sentó en la cama. -Pásame mis dientes -ordenó-. Están allí, en la mesa. Voy a comer mi cena y luego me levantaré aunque me mate. No tienen que pensar que me van a colar una boda. No me importa lo que diga el médico. Nunca creí que estuviera tan enferma como él dijo que estaba. ¡La mitad del valioso ganado del lugar muriendo y los niños envenenado su sangre y las puertas rojas pintadas de blanco! Ya es hora de que alguien les enseñe.

JANE DE LANTERN HILLWhere stories live. Discover now