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Jane, para su horror, durmió hasta la mañana siguiente, y cuando bajó corriendo las escaleras vio una vista extraordinaria. . . papá venía de Jimmy Johns con un mecedora en la cabeza. También tenía una parrilla en la mano.
-Tuve que tomar prestada una para asar el bacalao, Jane. Y la señora Jimmy John me obligó a coger la silla. Dijo que era de la tía Matilda Jollie y que tenían más mecedoras de las que tenían tiempo para sentarse. He hecho las gachas y te toca a ti asar el bacalao.
Jane lo asó y también su cara, y estaba delicioso. Las gachas estaban un poco grumosas.
-"Supongo que papá no es muy buen cocinero", pensó Jane con cariño. Pero no lo dijo y se tragó heroicamente todos los grumos. Papá no lo hizo; los colocó en el borde de su plato y la miró extrañamente.
-Sé escribir, mi Jane, pero no sé hacer gachas.
-No tendrás que hacerlas después de esto. No volveré a dormir hasta tarde, dijo Jane.
No hay placer en la vida como la alegría del logro. Jane se dio cuenta de ello en las semanas siguientes, aunque no lo expresara con esas mismas palabras. El viejo tío Tombstone, un hombre hábil del distrito de Queen's Shore, cuyo nombre era en realidad Tunstone y que no tenía ni una sobrina ni un sobrino en el mundo, empapeló todas las habitaciones para ellos, remendó el tejado y arregló las contraventanas, pintó la casa de blanco con ribetes verdes y enseñó a Jane cómo, cuándo y dónde cavar en busca de almejas. Tenía un bonito y viejo rostro sonrosado con una franja de bigotes blancos bajo la barbilla.
Jane, rebosante de energía, trabajaba como un castor, limpiando después de que el tío Tombstone hacia un arreglo, acomodando los muebles que papá traía a casa, y colocando cortinas por toda la casa.
-Esa chica puede estar en tres sitios a la vez -dijo papá-. No sé cómo se las arregla. . . Supongo que realmente existe la brujería.
Jane era muy capaz y podía hacer casi cualquier cosa que se propusiera. Era
agradable vivir en un lugar donde se podía demostrar la capacidad que se tenía. Este era su propio mundo y ella era una persona importante en él. Había alegría en su corazón las veinticuatro horas del día. La vida aquí era una aventura sin fin.
Cuando Jane no estaba limpiando, se ocupaba de las comidas. Estudiaba su
estudiaba su libro "Cocina para principiantes" en cada momento libre, y murmuraba: "Todas las medidas están niveladas", y cosas por el estilo. Porque había observado a Mary
y porque había nacido en ella el deseo de ser cocinera, se las arreglaba increíblemente bien.
Desde el primer momento, sus galletas nunca estaban empapadas ni su asado poco hecho. Pero un día se pasó de la raya y preparó como postre algo que una persona caritativa podría haber llamado pudín de ciruela. El tío Tombstone comió un poco y tuvo que ir al médico esa noche, o eso dijo. Trajo su propia cena al día siguiente, tocino y panqueques fríos atados en un pañuelo rojo, y le dijo a Jane que estaba a dieta.
-Ese budín suyo de ayer, señorita, estaba un poco demasiado rico. Mi estómago no está acostumbrado a la cocina de Toronto. Las vitaminas que hay ahora. . . . Creo que tienes que
ser criado con ellas para que te sienten bien.
A sus compinches les dijo que el budín les habría dado a las ratas una indigestión. Pero le gustaba Jane.
-Su hija es una persona muy superior -le dijo a papá-. La mayoría de las chicas de hoy en día son todo tapas y nada de patatas. Pero ella es superior... sí, señor, es superior.
Cómo se rieron papá y Jane de eso. Papá la llamaba "Jane superior" en un tono de asombro burlón hasta que la broma se agotó.
A Jane también le gustaba el tío Tombstone. De hecho, nada en su nueva vida la asombraba más que la facilidad con la que le gustaba la gente. Parecía como si todos los que conociera estuviera sellado por su tribu. Pensó que debía ser que los isleños de P. E. eran más agradables, o al menos más amables, que los de Toronto. No se dio cuenta de que el cambio estaba en ella misma. Ya no se sentía rechazada, asustada,
incómoda porque estaba asustada. Su pie estaba en su tierra natal y su nombre era Jane. Se sentía amiga de todo el mundo y todo el mundo respondía. Podía amar todo lo que quisiera... a todo el mundo que quisiera... sin que la acusaran de tener malos gustos. Probablemente la abuela no habría reconocido socialmente al tío Tombstone; pero las normas de 60 Gay no eran las normas de Lantern Hill.
En cuanto a los Jimmy John, Jane tenía la impresión de conocerlos de toda la vida. Se llamaban así, descubrió, porque el señor James John Garland tenía un James Garland al noreste y un John Garland al suroeste, por lo que había que distinguirlos de alguna manera. Su primer día en Lantern Hill, todos los Jimmy Johns vinieron galopando en masa. Por lo menos, los jóvenes galoparon con los tres perros... un bull-terrier atigrado, un collie dorado y un largo perro marrón que no era más que un perro. La señora Jimmy John, que era tan alta y delgada como su Jimmy John era bajo y gordo, con unos ojos grises muy sabios y amables, caminaba con paso ligero, llevando en brazos un bebé tan gordo como una salchicha. Miranda Jimmy John, que tenía dieciséis años, era tan alta como su madre y tan gorda como su padre. A los diez años tenía papada y nadie creería jamás que, en secreto, rebosaba romanticismo. Polly Jimmy John tenía la edad de Jane pero parecía más joven porque era bajita y delgada. "Punch" Jimmy John, que había traído la llave, tenía trece años. Estaban los mellizos de ocho años... el mellizo George y la melliza Ella... sus piernas desnudas y regordetas todas manchadas de picaduras de mosquitos. Y cada uno de ellos tenía una agradable sonrisa.
-¿Jane Victoria Stuart? -dijo la señora Jimmy John con una sonrisa interrogante.
-¡Jane! -dijo Jane, con tal entonación de triunfo que todos los Jimmy John la miraron fijamente.
-Jane, por supuesto -sonrió la señora Jimmy John.
Jane sabía que le iba a gustar la señora Jimmy John.
Todos, excepto el bebé, habían traído un regalo para Jane. La señora Jimmy John le regaló una piel de cordero teñida de rojo para una alfombra de cabecera. Miranda le trajo una jarrita blanca y gorda con rosas rosas en los costados, Punch le trajo unos rábanos tempranos, Polly le trajo un geranio enraizado y los gemelos le trajeron un sapo cada uno "para su jardín".
-Hay que tener sapos en el jardín para tener suerte -explicó Punch.
Jane pensó que nunca dejaría que sus primeras visitas se fueran a casa sin algo de comer, especialmente cuando habían venido con regalos.
-"La tarta de la señora Meade se va a estropear si no me llevo un trozo"- pensó-. "El bebé no querrá nada".
El bebé sí quería un poco, pero la señora Jimmy John compartió el suyo con él. Se sentaron en la cocina, en las sillas y en el umbral de la puerta de piedra, y comieron el pastel mientras Jane irradiaba hospitalidad.
-Ven cuando puedas, querida -le dijo la señora Jimmy John.
La Sra. Jimmy John pensaba que Jane era muy joven para estar cuidando la casa de alguien.
-Si hay alguna forma de ayudarte, estaremos encantados.
-¿Me enseñará a hacer pan? -dijo Jane con tranquilamente-. Podemos conseguirlo en el Corners, por supuesto, pero a papá le gusta el pan casero. ¿Y qué tipo de harina para pasteles me recomiendas?
Esa semana Jane también conoció a los Snowbeam. Los Solomon Snowbeam eran una familia de bribones bastante descuidada que vivía en una casa destartalada en el lugar en el que los bosques de abetos bajaban hasta una curva de la orilla del puerto conocida como Hungry Cove. Nadie sabía cómo Solomon Snowbeam se las ingeniaba para alimentar a su familia... pescaba un poco y "hacía ejercicio" un poco y disparaba un poco. La Sra. Snowbeam era una mujer grande, rosada y exagerada, y Caraway Snowbeam, "Shingle" Snowbeam, Penny Snowbeam y "Young John" Snowbeam eran criaturitas insolentes y simpáticas que ciertamente no parecían hambrientas. Millicent Mary Snowbeam, de seis años, no era ni impúdica ni amistosa. Millicent Mary no era, según le dijo Polly Garland a Jane, del todo. Tenía unos ojos inexpresivos y aterciopelados de color marrón nuez... todos los Snowbeam tenían unos ojos preciosos... pelo dorado rojizo y una tez deslumbrante. Podía estar sentada durante horas sin hablar -quizás por eso los parlanchines Jimmy Johns pensaban que no estaba del todo bien- con sus gordos brazos apretados alrededor de sus gordas rodillas. Parecía estar poseída por una muda admiración hacia Jane, y durante todo aquel verano rondó por Lantern Hill, contemplándola. A Jane no le importaba.
Si Millicent Mary no hablaba, el resto de los Snowbeam lo compensaban. Al principio se sintieron un poco resentidos con Jane, pensando que debía saberlo todo porque venía de Toronto y se daba aires de grandeza. Pero cuando descubrieron que apenas sabía nada... excepto lo poco que el tío Tombstone le había enseñado sobre las almejas... se hicieron muy amigos. Es decir, le hicieron innumerables preguntas. No había falsa delicadeza en ninguno de los Snowbeam.
-¿Tu papá pone gente viva en sus historias? -preguntó Penny.
-No -dijo Jane.
-Todo el mundo por aquí dice que lo hace. Todo el mundo tiene miedo de que los ponga. Será mejor que no nos ponga a nosotros si no quiere que le rompan la nariz. Soy el chico más duro de Lantern Hill.
-¿Crees que eres lo suficientemente interesante como para ponerte en una historia? -preguntó Jane.
Penny le tenía un poco de miedo después de eso.
-Estábamos deseando ver cómo eras, dijo Shingle, que se puso los pelos de punta y parecía un chico pero no lo era-, porque tu papá y tu mamá están divorciados, ¿no?
-No -dijo Jane.
-¿Entonces tu padre es viudo? -insistió Shingle.
-No.
-¿Vive tu madre en Toronto?
- Sí.
-¿Por qué no vive aquí con tu padre? -Si me haces más preguntas sobre mis padres -dijo Jane-, haré que papá te meta en una de sus historias... a cada uno de vosotros.
Shingle se acobardó, pero Caraway retomó el relato.
-¿Te pareces a tu madre?
-No. Mi madre es la mujer más bella de Toronto -dijo Jane con orgullo.
-¿Vives en una casa de mármol blanco en tu casa?
-No.
-Ding-dong Bell dijo que sí -dijo Caraway con disgusto-. ¿No es él un terrible mentiroso? Y supongo que tampoco tenéis colchas de raso. -Tenemos de seda -dijo Jane. -Ding-dong dijo que tenían de raso.
-Veo que el carnicero os trae la cena a la calle -dijo el joven John-. ¿Qué vas a cenar?
-Bistec.
-¡Madre mía! Nunca tenemos bistec. . . nada más que pan y melaza y cerdo salado frito. Papá dice que no puede mirar a un cerdo a la cara sin gruñir y mamá dice que le traiga a casa otra cosa y que estará encantada de cocinarla. ¿Es un pastel lo que estás haciendo? Oye, ¿me dejas lamer la sartén?
-Sí, pero aléjate de la mesa. Tu camisa está llena de paja -ordenó Jane.
-¿No eres tú la mandona? -dijo el joven John.
-Cabeza de chorlito -dijo Penny.
Todos se fueron a casa enfadados porque Jane Stuart había insultado al joven John. Pero todos volvieron al día siguiente y la ayudaron con indulgencia a desbrozar y limpiar su jardín. Fue un trabajo duro y era un día caluroso, de modo que sus frentes estaban mojadas de sudor honesto mucho antes de que lo hubieran hecho al gusto de Jane. Si alguien les hubiera hecho trabajar tan duro, habrían puesto el grito en el cielo; pero cuando era por diversión... era divertido.
Jane les dio las últimas galletas de la señora Meade. De todos modos, tenía la intención de probar una tanda propia al día siguiente.
Jane ya había decidido que nunca hubo un jardín en el mundo como el suyo. Estaba loca por él. Un rosal amarillo temprano y anticuado ya estaba en flor. Sombras de amapolas bailaban aquí y allá. El dique de piedra estaba cubierto de rosales silvestres con capullos carmesí. En las esquinas crecían lirios limón pálidos y lirios de junio cremosos. Había hierba de lazo y menta, corazón sangrante, pluma de príncipe, madera del sur, peonías, bálsamo dulce, dulce de mayo, sweet-william, todas con abejas de terciopelo saciadas zumbando sobre ellas. La tía Matilda Jollie se había contentado con las plantas perennes de toda la vida y a Jane también le gustaban, pero decidió que, por las buenas o por las malas, tendría algunas plantas anuales el próximo verano. Jane, al comienzo de este verano, ya estaba planeando el próximo.
En muy poco tiempo iba a estar llena de conocimientos sobre jardinería y siempre intentaba sacar información sobre fertilizantes de cualquiera que supiera. El Sr. Jimmy John aconsejaba seriamente el estiércol de vaca bien descompuesto y Jane arrastraba cestas llenas de él a casa desde su corral. Le encantaba regar las flores... sobre todo cuando la tierra estaba un poco seca y se caían suplicantes. El jardín la recompensaba... era una de esas personas a cuyo toque crecen las cosas. Ninguna mala hierba se dejaba ver. Jane se levantaba temprano todas las mañanas para desherbar. Era maravilloso despertarse cuando el sol se asomaba al mar.
Las mañanas en Lantern Hill parecían diferentes a las de cualquier otro lugar, más matutinas. El corazón de Jane cantaba mientras desbrozaba, rastrillaba, escardaba, podaba y raleaba. 
-¿Quién te ha enseñado estas cosas, mujer? -preguntó papá.
-Creo que siempre las he sabido -dijo Jane soñadoramente.
Los Snowbeam le dijeron a Jane que su gata tenía gatitos y que podía tener uno. Jane bajó a elegir. Había cuatro y la pobre gata vieja y delgada estaba muy orgullosa y feliz. Jane eligió uno negro con una cara de pansy - una cara realmente pansy, tan oscura y aterciopelada, con ojos redondos y dorados. Le puso el nombre de Peter en el acto. Entonces los Jimmy Johns, para no ser menos, trajeron también un gatito. Pero este gatito ya se llamaba Peter y la gemela Ella lloraba frenéticamente ante la idea de que alguien lo cambiara. Así que papá sugirió llamarlos Primer Peter y Segundo Peter, lo que a la señora Snowbeam le pareció un sacrilegio. Segundo Peter era una cosa delicada en negro y plata, con un suave pecho blanco. Los dos Peter dormían a los pies de la cama de Jane y se arremolinaban sobre papá en cuanto se sentaba.
-¿Qué es el hogar sin un perro? -dijo papá, y consiguió uno del viejo Timothy Salt en la bocana del puerto. Lo llamaron Happy. Era un perro blanco y delgado con una mancha redonda marrón en la raíz de la cola, un collar marrón y orejas marrones. Mantenía a los Peters en su sitio y Jane lo quería tanto que le dolía.
-Me gustan las cosas vivas a mi alrededor, papá.
Papá trajo a casa el reloj de barco con el perro. A Jane le resultaba útil para medir el tiempo de las comidas, pero en cuanto a todo lo demás no existía realmente el tiempo en Lantern Hill.
Al cabo de una semana, Jane conocía perfectamente la geografía y la gente de Lantern Hill y Lantern Corners. Cada colina parecía pertenecer a alguien... La colina del Gran Donald... La colina del Pequeño Donald. . . La colina del viejo Cooper. Podía distinguir la granja del Gran Donald Martin y la del Pequeño Donald Martin. Cada luz doméstica que podía ver desde la cima de la colina tenía su propio significado especial. Sabía dónde mirar para ver la luz de la madre de Min brillar todas las noches desde la pequeña casa blanca en un pliegue nebuloso de las colinas. La propia Min, una gitana de ojos de búho, llena de jengibre, era ya una amiga íntima de Jane. Jane sabía que la incolora mamá de Min carecía por completo de importancia, salvo como fondo para ella. Min nunca se ponía zapatos ni medias en verano y sus pies descalzos titilaban sobre los caminos rojos de Lantern Hill todos los días. A veces la acompañaba Elmer Bell, más conocido como Ding-dong.
Ding-dong era pecoso y tenía las orejas de soplillo, pero era popular, aunque perseguido por la vida por alguna historia escandalosa de haberse sentado en su papilla cuando era un bebé.
Cuando el joven John quería ser especialmente molesto, le gritaba a Ding-dong: "¡Te has sentado en tus gachas!".
Elmer, Min, Polly Garland, Shingle y Jane eran todos niños del mismo año y todos se gustaban, se despreciaban, se ofendían y se defendían mutuamente contra los alevines mayores y menores. Jane renunció a intentar creer que no había sido siempre amiga de ellos. Recordó a la mujer que había dado por muerta la calle Gay. Bueno, la casa de la tía Matilda Jollie no estaba muerta. Estaba viva, cada centímetro de ella. Los amigos de Jane pululaban por ella.
-Eres tan simpática que deberías haber nacido en P. E. Island -le dijo Ding-dong.
-Lo fui -dijo Jane triunfante.

JANE DE LANTERN HILLOnde histórias criam vida. Descubra agora