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Aquellos últimos días fueron un cúmulo de felicidad y miseria para Jane. Ella hizo muchas cosas que le encantaban y que no volvería a hacer hasta el próximo verano... y el próximo verano parecía estar a cien años de distancia. Era curioso. Ella no quería venir y ahora no quería irse. Limpiaba todo, lavó todos los platos de la casa,  pulió toda la plata y fregó a Mr.
Muffet y compañía hasta que sus caras brillaron. Se sentía sola y abandonada cuando oía a los Jimmy Johns y a los Snowbeams hablar de la cosecha de arándanos en octubre, y cuando papá decía: "Ojalá pudieras ver esos arces
allá contra esa colina de abetos dentro de dos semanas", y se dio cuenta de que dentro de dos semanas habría mil millas entre ellos... le parecía que no podría soportarlo.
La tía Irene llegó un día en que Jane estaba limpiando furiosamente la casa.
-¿Aún no te has cansado de jugar a las tareas domésticas, cariño?
Pero ese verdadero toque de tía Irene no pudo perturbar a Jane.
-Volveré el próximo verano -dijo Jane triunfalmente.
La tía Irene suspiró.
-Supongo que eso estaría bien... en cierto modo. Pero muchas cosas pueden suceder antes de eso. Es un capricho de tu padre vivir aquí ahora, pero no sabemos cuándo tomará otro. Aun así, siempre podemos esperar lo mejor, no?
Llegó el último día. Jane empacó su baúl, sin olvidar un frasco de mermelada de fresas silvestres muy especial que iba a llevar a casa para su madre y dos docenas de manzanas rojas que Polly Snowbeam le había dado para su consumo y el de Jody.
Polly sabía todo sobre Jody y le envió su cariño.
Cenaron pollo: las gemelas Ella y George habían traído las aves con los saludos de Miranda.
George habían traído las aves con los cumplidos de Miranda, y Jane se preguntaba cuándo volvería a comer un trozo de pechuga. Por la tarde bajó sola a despedirse de la costa. Apenas podía soportar la soledad de las olas
que golpeaban la playa. El sonido, el sabor y el movimiento del mar no la dejaban ir. Sabía que los campos y la orilla dorada y ventosa formaban parte de ella. Ella y su isla se entendían.
-Yo pertenezco aquí -dijo Jane.
-Vuelve pronto. La Isla P. E. te necesita -dijo Timothy Salt, ofreciéndole el
cuarto de manzana en la punta de su cuchillo-. Lo harás, -añadió-. La
Isla se ha metido en tu sangre. A algunos les hace eso.
Jane y papá esperaban una última noche tranquila juntos, pero en su lugar hubo una fiesta sorpresa. Todos los amigos particulares de Jane, viejos y jóvenes, vinieron, incluso Mary
Millicent, que se quedó sentada en un rincón toda la noche, mirando a Jane, y no dijo ni una palabra. Vinieron Step-a-yard, Timothy Salt, Min, la madre de Min, Ding-dong Bell, los Big Donalds, los Little Donalds y gente de las Corners que Jane no sabía que la conocían.
Todos le trajeron un regalo de despedida. Los Snowbeams se unieron y le trajeron una placa de yeso blanco para colgar en la pared de su habitación. Costaba veinticinco centavos y tenía una imagen de Moisés y Aarón con turbantes azules y vestidos rojos... ¡y Jane vio a la abuela mirándola!
La pequeña tía Em no pudo venir, pero le dijo a Jane Stuart que le guardaría algunas semillas de malvarrosa para ella.
Pasaron una velada muy alegre, aunque todas las chicas lloraron después de haber cantado: "Porque es un buen compañero".
Shingle Snowbeam lloró tanto en el paño de cocina con el que ayudaba a Polly a secar los platos que Jane tuvo que sacar uno seco.
Jane no lloraba, pero pensaba: "Es el último buen rato que voy a pasar en mucho tiempo. Y todo el mundo ha sido tan encantador conmigo".
-No sabes cuánto siento esto, Jane, aquí en mi corazón -dijo Step-a-yard acariciando su estómago.
Papá y Jane se sentaron un rato después de que los amigos se hubieran ido.
-Aquí te quieren, Jane.
-Polly, Shingle y Min van a escribirme todas las semanas -dijo Jane.
-Entonces recibirás las noticias de la Colina y de las Esquinas -dijo papá con suavidad-. Tú sabes que no puedo escribirte, Jane.. no mientras vivas en esa casa.
-Y la abuela no me deja escribirte -dijo Jane con tristeza.
-Pero mientras tú sepas que hay un padre y yo sepa que hay una Jane, no
importa demasiado, ¿verdad? Llevaré un diario, Jane, y podrás leerlo cuando
vengas el próximo verano. Será como recibir un paquete de cartas de una vez. Y mientras pensamos el uno en el otro en general bastante a menudo, vamos a arreglar un momento particular para ello. Las siete de la tarde aquí son las seis en Toronto. A las siete de la noche de cada sábado pensaré en ti y a las seis tú pensarás en mí.
Era propio de papá planear algo así.
-Y, papá, ¿sembrarías algunas semillas de flores para mí la próxima primavera? No estaré aquí a tiempo para hacerlo. Capuchinas y cosmos y phlox y caléndulas... oh, la señora
Jimmy John te dirá lo que tienes que conseguir, y me gustaría un pequeño parcela de verduras también.
-Considéralo hecho, Reina Jane.
-¿Y puedo tener unas cuantas gallinas el próximo verano, papá?
-Esas gallinas ya están empolladas -dijo papá.
Le apretó la mano.
-Lo hemos pasado bien, ¿verdad, Jane?
-Nos hemos reído mucho juntos -dijo Jane, pensando en 60 Gay donde no había risas. 
-No te olvidarás de mandar a buscarme la próxima primavera, ¿verdad, papá?
-No -fue todo lo que dijo papá.
"No" es a veces una palabra horrible, pero hay veces en que es hermosa.
Tuvieron que levantarse temprano a la mañana siguiente porque papá iba a llevar a Jane a la ciudad para coger el tren-barco y encontrarse con una tal Sra. Wesley que iba a Toronto. Jane pensaba que podía viajar muy bien sola, pero por una vez, papá se mostró inflexible.
El cielo de la mañana era rojo y los árboles se ennegrecían. La vieja luna
era visible, como una luna nueva girada al revés, por encima de los abedules de la colina de Donald. Todavía había niebla en las hondonadas. Jane se despidió de todas las habitaciones y justo antes de salir papá paró el reloj.
-Lo pondremos en marcha de nuevo cuando vuelvas, Janekin. Mi reloj me servirá para el invierno.
Hubo que despedirse de los Peters ronroneantes, pero Happy se fue a la ciudad con ellos. La tía Irene estaba en la estación y también Lilian Morrow, esta última toda perfume y pelo ondulado. Papá parecía alegrarse de verla; caminó arriba y abajo del andén con ella.
Ella le llamaba "'Drew". Se podía oír el apóstrofe antes, como un arrullo o un beso. Jane podría haber estado muy bien sin que la Srta. Morrow la despidiera.
La tía Irene la besó dos veces y lloró.
-Recuerda que siempre tienes una amiga en mí, cariño... -como si pensara que Jane no tenía ninguna otra.
-No parezcas tan abatida, querida -sonrió Lilian Morrow-. Recuerda que vas a casa.
¡A casa! "El hogar es donde está el corazón". Jane había oído o leído eso. Y ella sabía que estaba dejando su corazón en la isla con papá, a quien en ese momento se despidió con toda la angustia de todas las despedidas que se han dicho en su voz.
Jane observó las rojas orillas de la isla desde el barco hasta que sólo eran una
una tenue línea azul contra el cielo. ¡Y ahora a ser Victoria de nuevo!
Cuando Jane atravesó las puertas de la estación de Toronto, escuchó una risa
que habría reconocido en cualquier lugar. Sólo había una risa así en el mundo.
Y allí estaba su madre, con un precioso abrigo nuevo de terciopelo carmesí con un cuello de piel blanca y debajo un vestido de gasa blanca bordada con brillantes.
Jane sabía que esto significaba que mamá iba a salir a cenar... y sabía que la abuela no había permitido que su madre rompiera su compromiso para
pasar la primera noche de Jane en casa con ella. Pero madre, oliendo a violetas, la abrazaba con fuerza, riendo y llorando.
-Mi querida... mi propia niña. Estás en casa de nuevo. Oh, cariño, te he echado tanto de menos.
Jane abrazó a su madre con fuerza, madre tan hermosa como siempre, sus ojos tan azules como siempre, aunque, como Jane vio al instante, un poco más delgada de lo que había estado en
junio.
-¿Estás contenta de haber vuelto, cariño?
-Me alegro mucho de volver a estar contigo, mami -dijo Jane.
-Has crecido... por qué, cariño, me llegas al hombro... y un bronceado tan bonito. Pero no puedo dejar que te vayas de nuevo... nunca.
Jane mantuvo su propio consejo al respecto. Se sintió curiosamente cambiada y crecida cuando atravesó la gran estación iluminada con su madre. Frank estaba esperando con la limusina y volvieron a casa a través de las concurridas calles hasta el 60 de Gay.
El 60 de Gay no estaba ni ocupado ni abarrotado. El tintineo de las puertas de hierro detrás de ella parecía una señal de muerte. Estaba entrando de nuevo en la cárcel.
La gran casa, fría y silenciosa, le provocó un escalofrío. Mamá había ido a la cena y la abuela y la tía Gertrudis
se reunían con ella. Besó el rostro blanco y estrecho de la tía Gertrude y la suave y arrugada de la abuela.
-Has crecido, Victoria -dijo la abuela con frialdad. No le gustaba que Jane la mirara a los ojos de frente. Y la abuela vio de un vistazo que Jane había aprendido de algún modo qué hacer con los brazos y las piernas y parecía demasiado dueña de sí misma-. No sonrías con los labios cerrados, por favor. Nunca he podido ver el encanto de 'La Gioconda'.
Cenaron. Eran las seis. En casa serían las siete. Papá estaría... Jane sintió que no podía tragar un bocado.
-¿Serás tan buena como para prestar atención cuando te hablo, Victoria?
-Te pido perdón, abuela.
-Te estoy preguntando qué te has puesto este verano. He mirado en tu baúl y la ropa que te llevaste no parece haber sido usada en absoluto.
-Sólo el traje de jersey de lino verde -dijo Jane-. Me lo puse para ir a la iglesia y a la fiesta del helado. Tenía vestidos de guinga para usar en casa. Yo cuidaba la casa de mi padre,
ya sabes.
La abuela se limpió delicadamente los labios con la servilleta. Parecía como si estuviera limpiando algún sabor desagradable de ellos.
-No estoy preguntando por sus actividades rurales... -Jane vio a la abuela mirando sus manos-...Será prudente que las olvides.
-Pero voy a volver el próximo verano, abuela...
-Ten la amabilidad de no interrumpirme, Victoria. Y como debes estar cansada después de tu viaje, te aconsejo que te vayas a la cama enseguida. Mary ha preparado un
baño para ti. Supongo que estarás contenta de meterte en una bañera de verdad una vez más.
¡Cuando había tenido todo el golfo como bañera todo el verano!
-Debo ir a ver a Jody primero -dijo Jane... y se fue.
No podía olvidar su nueva libertad tan rápidamente. La abuela la vio partir con los labios apretados. Tal vez se dio cuenta de que Jane no volvería a ser
la Victoria mansa y apabullada de los viejos tiempos. Había crecido tanto en mente como en cuerpo.
Jane y Jody tuvieron un reencuentro arrebatador. Jody también había crecido. Estaba más delgada y más alta y sus ojos estaban más tristes que nunca.
-Oh, Jane, estoy tan contenta de que hayas vuelto. Ha pasado tanto tiempo.
-Me alegro mucho de que sigas aquí, Jody. Temía que la Srta. West te hubiera enviado al orfanato.
-Siempre dice que lo hará... Supongo que lo hará. ¿Realmente te gustó tanto la Isla, Jane?
-Simplemente me encantó -dijo Jane, contenta de que al menos hubiera una persona con la que podía hablar libremente de su Isla y de su padre.
Jane sintió una horrible nostalgia mientras subía la suave alfombra de la escalera hacia la cama.
¡Si estuviera subiendo los peldaños desnudos y pintados de Lantern Hill! Su antigua habitación no se había vuelto más acogedora. Corrió hacia la ventana, la abrió, pero no a las colinas estrelladas ni a la luna que brillaba en los campos del bosque.
El clamor de la calle Bloor asaltó sus oídos. Los enormes y viejos árboles alrededor de 60 Gay se bastaban a sí mismos... no eran sus amables abedules y abetos. Un viento intentaba soplar... Jane se compadecía de él... frenado aquí, frustrado allí. Pero soplaba del oeste. ¿Soplaría hasta la Isla... a la aterciopelada noche negra estrellada con las luces del puerto más allá de Lantern Hill? Jane se asomó a la ventana y envió un beso a papá en ella.
-Y ahora -comentó Jane a Victoria-, sólo habrá que esperar nueve meses.

JANE DE LANTERN HILLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora