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-Tenemos que ir a comprar una casa pronto, pato -dijo papá, entrando de lleno en el tema, como Jane iba a descubrir que era su costumbre.
Jane le dio vueltas al asunto.
-¿Es "pronto" hoy? -preguntó.
Papá se rió.
-Bien podría serlo. Resulta que es uno de los días en los que me encuentro razonablemente bien. Empezaremos en cuanto Jed traiga el coche.
Jed no trajo el coche hasta el mediodía, así que almorzaron antes de ponerse en marcha, y la señora Meade le dio a Jane una bolsa de galletas de mantequilla para que mantuvieran el estómago hasta la hora de la cena.
-Me gusta la señora Meade -le dijo Jane a papá, y un agradable calor le llenó el alma al darse cuenta de que había alguien que le gustaba.
-Es la sal de la tierra -convino papá-, aunque piense que el rayo violeta es una niña.
El rayo violeta podría haber sido una niña, por lo que Jane sabía que no era así... o le importara. Bastaba con saber que papá y ella se habían ido en un coche con el que Frank hubiera tenido un ataque de nervios al verlo, recorriendo caminos rojos, amistosos y secretos a la vez, por bosques tan alegres y nupciales con cerezos silvestres salpicados y por colinas en las que las sombras aterciopeladas de las nubes rodaban hasta parecer desvanecerse en pequeñas hondonadas llenas de azul.
Había casas por todas partes en aquella agradable tierra y ellos iban a
comprar una. . . . "Vamos a comprar una casa, Jane". . . así, como uno podría haber dicho, "Vamos a comprar una cesta". ¡Delicioso!
-En cuanto supe que venías empecé a preguntar por posibles casas.
He oído hablar de varias. Las veremos todas antes de decidirnos. ¿Qué tipo de de casa te gustaría, Jane?
-¿Qué tipo de casa te puedes permitir? -dijo Jane con gravedad.
Papá se rió.
-Tiene algo del poco sentido común que aún queda en el mundo -le dijo al
cielo-. No podemos pagar un precio elevado, Jane. No soy un plutócrata. Por otra parte, tampoco estoy en apoyos. Vendí bastantes cosas el invierno pasado.
-Ajuste pacífico de las dificultades internacionales -murmuró Jane.
-¿Qué es eso?
Jane le contó cómo le había gustado el cuadro de Kenneth Howard y que la había recortado. Pero no le dijo que la abuela lo había roto, ni sobre la mirada de mamá.
-Saturday Evening es un buen cliente mío. Pero volvamos a nuestros
chuchos. A reserva de las fluctuaciones del mercado, ¿qué tipo de casa te gustaría, mi Jane?
-No una grande -dijo Jane, pensando en el enorme 60 Gay-. Una casa pequeña... con algunos árboles a su alrededor... árboles jóvenes.
-¿Abedules blancos? -dijo papá. "Me apetece un abedul blanco o dos. Y unos cuantos abetos verdes oscuros para contrastar. Y la casa debe ser verde y blanca para que haga juego con los árboles. Siempre he querido una casa verde y blanca.
-¿No podríamos pintarla? -preguntó Jane.
-Podríamos. Qué inteligente eres al pensar en eso, Jane. Podría haber rechazado nuestra casa predestinada sólo porque era de color barro. Y debemos tener al menos una ventana donde podamos ver el golfo.
-¿Estará cerca del golfo?
-Debe estarlo. Vamos a subir al distrito de Queen's Shore. Todas las casas de las que he oído hablar están allí arriba. -Me gustaría que estuviera en una colina -dijo Jane con nostalgia. -Resumamos... una casita, blanca y verde o que se haga así... con árboles, preferiblemente abedules y piceas... una ventana que mire al mar... en una colina. Eso suena muy posible... pero hay otro requisito. Debe haber magia, Jane. ...un montón de magia... y las casas mágicas son escasas, incluso en la isla. ¿Tienes alguna idea de lo que quiero decir, Jane?
Jane reflexionó.
-Quieres sentir que la casa es tuya antes de comprarla -dijo.
-Jane -dijo papá-, eres demasiado buena para ser verdad.
La miraba atentamente mientras subían una colina después de cruzar un río tan azul que Jane había exclamado embelesada... un río que desembocaba en un puerto más azul. Y cuando llegaron a la cima de la colina, ante ellos se extendía algo más grande y más azul aún que Jane sabía que debía ser el golfo.
-¡Oh! -dijo. Y de nuevo-, ¡Oh!
-Aquí es donde comienza el mar. ¿Te gusta, Jane?
Jane asintió. No podía hablar. Había visto el lago Ontario, azul pálido y brillante, pero esto... ¿esto? Siguió mirándolo como si nunca tuviera suficiente.
-Nunca pensé que algo pudiera ser tan azul -susurró.
-Lo has visto antes -dijo papá en voz baja-. Puede que no lo sepas, pero lo llevas en la sangre. Naciste junto a él, una dulce y embrujada noche de abril... viviste junto a él durante tres años. Una vez te llevé y te sumergí en ella, para horror de... de varias personas. Fuiste bautizada correctamente antes de eso en la iglesia anglicana de Charlottetown... pero ese fue tu verdadero bautismo. Eres el hijo del mar y has vuelto a casa. -Pero yo no te gustaba -dijo Jane, antes de pensar.
-¡No me gustas! ¿Quién te lo ha dicho?
-La abuela.
No le habían prohibido mencionarle el nombre de la abuela.
-La vieja... -se controló papá.
Una máscara pareció caer sobre su rostro.
-No olvidemos que estamos buscando casa, Jane -dijo fríamente.
Durante un rato, Jane no sintió ningún interés por buscar casa. No sabía qué creer ni a quién creer. Pensaba que a papá le gustaba ahora... pero ¿le gustaba? Quizás sólo estaba fingiendo. Entonces recordó cómo la había besado.
-"Ahora sí le gusto", pensó. "Quizá no le gustaba cuando nací, pero sé que ahora sí".
Y volvió a ser feliz.

JANE DE LANTERN HILLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora