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Cuando Jane marcó el mes de marzo, susurró: "Sólo dos meses y medio más". La vida seguía exteriormente igual en 60 Gay y St Agatha's. Llegó la Pascua y la tía Gertrude, que había rechazado el azúcar en su té durante toda la Cuaresma, volvió a tomarlo. La abuela estaba comprando la más hermosa ropa de primavera para mamá, que parecía más bien indiferente a ella. Y Jane empezaba a oír que su Isla la llamaba por la noche.
Una mañana húmeda y salvaje de finales de abril llegó la carta. Jane, que llevaba semanas esperándola y empezaba a sentirse un poco preocupada, se la llevó a mamá con cara de al que se le envían noticias alegres desde el lejano país de su hogar después de un largo destierro. La madre estaba pálida cuando la cogió y la abuela se sonrojó de repente.
-¿Otra carta de Andrew Stuart? -dijo la abuela, como si el nombre le hiciera ampollas en los labios.
-Sí -dijo madre débilmente-. Dice que Jane Victoria debe volver con él durante el verano... si quiere ir. Ella debe tomar su propia decisión. -Entonces -dijo la abuela- no irá.
-¿Por supuesto que no irás, cariño?
-¿No iré? ¡Pero debo ir! Prometí que volvería -gritó Jane.
-Tu... tu padre no te hará cumplir esa promesa. Dice expresamente que puedes elegir lo que quieras.
-Quiero volver -dijo Jane-. Voy a volver. -Querida -dijo mamá implorando-, no te vayas. El verano pasado te alejaste de mí. Si te vas otra vez, perderé más de ti.
Jane bajó la mirada hacia la alfombra y sus labios formaron una línea que tenía un extraño parecido con los de la abuela.
La abuela cogió la carta de mamá, le echó un vistazo y miró a Jane.
-Victoria -dijo, de forma bastante agradable para ella-, creo que no has reflexionado lo suficiente sobre el asunto. No digo nada por mí... Nunca he esperado gratitud... pero los deseos de tu madre deberían tener algún peso para ti. Victoria -la voz de la abuela se hizo más aguda-, hazme el favor de mirarme mientras te hablo.
Jane miró a la abuela... la miró directamente a los ojos, sin inmutarse, sin ceder. La abuela parecía poner cierta contención inusual en sí misma. Sin embargo, hablaba agradablemente. -No lo he mencionado antes, Victoria, pero hace algún tiempo decidí que os llevaría a ti y a tu madre de viaje a Inglaterra este verano. Pasaremos allí julio y agosto. Sé que lo disfrutarás. Creo que entre un verano en Inglaterra y un verano en una cabaña en un asentamiento rural en la isla P. E. incluso tú no podrías dudar.
Jane no dudó.
-Gracias, abuela. Es muy amable de tu parte ofrecerme un viaje tan bonito. Espero que usted y madre lo disfruten. Pero prefiero ir a la Isla.
Incluso la Sra. Robert Kennedy sabía cuando estaba derrotada. Pero no podía aceptar la derrota con gracia. -Esa obstinada voluntad tuya la heredaste de tu padre -dijo, con el rostro retorcido por la ira.
Por el momento parecía simplemente una vieja arpía muy astuta.
-Te pareces más a él cada día de tu vida... tienes su misma barbilla.
Jane estaba agradecida de haber conseguido heredarla de alguien. Se alegró de parecerse a papá... de que su barbilla fuera como la de él. Pero deseaba que su madre no llorara.
-No desperdicies tus lágrimas, Robin -dijo la abuela, apartándose con desprecio de Jane-. Es la Stuart que sale en ella... no podías esperar otra cosa. Si ella prefiere a sus amigos de pacotilla allá abajo antes que a ti, no hay nada que puedas hacer al respecto. Ya he dicho todo lo que pensaba decir al respecto.
Mamá se levantó y se secó las lágrimas con un pañuelo lleno de telarañas. -Muy bien, querida -dijo con viveza y dificultad-. Has tomado tu decisión. Estoy de acuerdo con tu abuela en que no hay nada más que decir.
Salió, dejando a Jane con el corazón casi roto. Nunca en su vida su madre le había hablado en ese tono tan duro y quebradizo. Se sintió como si de repente la hubieran empujado lejos, muy lejos de ella. Pero no se arrepentía de su elección. En realidad, no tenía elección. Tenía que volver con papá. Si tenía que elegir entre él y su madre...

Jane corrió a su habitación, se tiró en la gran piel de oso blanco y se retorció en una agonía sin lágrimas que ningún niño debería sufrir.
Pasó una semana antes de que Jane volviera a ser ella misma, aunque mamá, después de aquel pequeño y amargo arrebato, había sido tan dulce y cariñosa como siempre. Cuando había entrado a darle las buenas noches, había abrazado a Jane con mucha fuerza y en silencio.
Jane abrazó a su madre más cerca de ella.
-Tengo que ir, madre... Tengo que ir... pero te quiero...
-Oh, Jane, espero que lo hagas... pero a veces pareces estar tan lejos de mí que bien podrías estar más allá de Sirius. No... no dejes que nadie se interponga entre nosotros. Es todo lo que pido. -Nadie puede... nadie quiere, madre.
En cierto modo, se le ocurrió a Jane, eso no era estrictamente cierto. Hacía tiempo que sabía que a la abuela le gustaría mucho interponerse entre ellas si pudiera conseguirlo. Pero Jane también sabía que con "nadie" la madre se refería a papá, y por eso su respuesta era cierta.
El último día de abril llegó una carta de Polly Garland... una Polly jubilosa. -Estamos muy contentos de que vuelvas este verano, Jane. Oh, Jane, me gustaría que pudieras ver los sauces en nuestro pantano. Jane también lo deseaba. Y había otras noticias fascinantes en la carta de Polly.
La vaca de la madre de Min estaba agotada y ésta iba a comprar una nueva.
Polly tenía una gallina que ponía nueve huevos... Jane pudo ver nueve pollitos vivos corriendo. Bueno, papá le había prometido algunas gallinas este verano.Step-a-yard le había dicho a Polly que era una gran primavera y que hasta los gallos estaban poniendo; el bebé había sido bautizado como William Charles y estaba dando vueltas por todas partes y adelgazando; el perro de Big Donald había sido envenenado, había tenido seis convulsiones, pero se había recuperado.
-Sólo seis semanas más.
Ahora eran semanas donde habían sido meses. En casa los petirrojos se pavoneaban alrededor de Lantern Hill y la niebla llegaba desde el mar. Jane marcó el mes de abril.

JANE DE LANTERN HILLWhere stories live. Discover now