Por fin había llegado el día de entrar a nuestra casa. La primera que habíamos comprado los dos juntos y que había hecho explotar a todas las revistas de cotilleos estadounidenses.
No estaba embarazada y no estábamos casados. Estábamos prometidos y con una boda en el futuro en cuanto toda la pandemia terminara.
Mi corazón estaba tan alegre que parecía que no me cabía en el pecho.
Saqué mi teléfono para grabar el gigante jardín que teníamos ya que quería mandárselo a mi madre para que pudiera verlo, pero Seb apareció en medio de mi vídeo.
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Puse mi teléfono de vuelta en mi bolsillo trasero con una risa.
- Supongo que puedo grabar luego.
Abrí mis brazos y él me abrazó mientras reía y me movía de un lado al otro.
- ¡Lo conseguimos! -gritó.
Yo reí aún más y le besé.
- ¡Por fin! -dije mientras daba pequeñas vueltas sobre mi misma.
Él se tumbó en el césped.
- Este es nuestro hogar -dijo suavemente.
Me tumbé a su lado y le miré.
- ¿Te gusta?
Su sonrisa estaba de oreja a oreja.
- Es perfecto. Es nuestro.
Giré hasta quedarme en mi costado y besé su pecho.
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Se cuanto miedo te daba tomar este paso.
Él frunció el ceño.
- Siempre le he tenido miedo al compromiso, pero no contigo. Contigo siento que las cosas pasan cuando y como te tienen que pasar.
Paró un segundo para pensar.
- Creo que tienes mi destino escrito sobre ti. Contigo las cosas pasan natural.
Me miró.
- Nunca he tenido miedo a hacer cosas que me acerquen mas a ti. -finalizó mientras acariciaba mi mejilla- hacen que mi vida sea menos triste. Así que las gracias tienen que ser para ti, no para mi.
Sonreí enternecida.
- Bueno, en ese caso, ¿creen que deberíamos adoptar un perro? El jardín es grande.
