Abrí los ojos ante la tenue luz del sol que entraba por la ventana.
Me estiré en la cama y giré sobre mi misma para buscar la adormecida cara de mi marido. Pero la cama estaba vacía.
Sonreí y comprendí que no me había despertado en toda la noche, lo que significaba que Chris había estado cuidando del pequeño Mateo toda la noche.
Con una sonrisa y en pijama, salí en busca de mis hombres. Fui hasta las escaleras, para observar como mi marido estaba frente al ventanal, cantando suavemente a nuestro bebé.
Noté mi corazón crecer por el amor que les tenía.
Mateo observaba las australianas playas mientras escuchaba la voz de su padre cantarle una canción de cuna.
- Buenos días -murmuré con una sonrisa.
Chris se giró.
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Y luego miró a Mateo de nuevo.
- Mamá ha despertado, bieeen -canturreó.
Bajé las escaleras y me acerqué a ellos.
- Buenos días -dije cogiendo a mi pequeño de los brazos de mi marido y llenándole la cara de besos.
Vi a Chris mirarme e hice lo mismo.
- Buenos días -dijo con voz ronca mientras me daba un profundo beso - ¿has dormido bien?
Le di otro beso.
- Si, aunque te he echado de menos al despertar. ¿Te has ocupado de él toda la noche?
Él asintió.
- Chris, no hacía falta.
- ¿Por qué? Es de los dos, mereces descansar mientras cambio pañales.
- Acabo de recordar porque me casé contigo.
Él me dio otro beso.
- Si, estoy seguro de que por nada más...
Reímos mientras caminábamos a la cocina.
- Quizá tú cuerpo tuviera algo que ver...
- Claro, claro -dijo divertido.
Mateo comenzó a llorar, por lo que le di el pecho mientras Chris nos miraba.
- No se como pude vivir sin esto.
Aparté la mirada de Mateo para mirarle.
- ¿A qué te refieres?
- A ti, sentada ahí con el mar que me vio nacer de fondo. Con nuestro hijo en tus brazos.
Le miré enternecida.
- No sabes lo mucho que te quiero -repliqué.
Él se acercó y besó donde descansaba mi anillo de matrimonio con él.
