· C i n c o ·

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—¿Qué se supone que estás haciendo? —Exigí mientras avanzaba por los pasillos con el brazo de Jax todavía sobre mis hombros

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—¿Qué se supone que estás haciendo? —Exigí mientras avanzaba por los pasillos con el brazo de Jax todavía sobre mis hombros.

Desde aquella distancia podía oler su perfume y, francamente, jamás pensé que un chico como él usara perfume. Eso era algo que imaginaba en Ezra Johnson, o quizás en Mateo, pero no en chicos como él.

Suponía que si se echaba algo por las mañanas, eso era esencia de problemas.

—Acompañarte a clase —contestó, como si fuese obvio.

Antes de que pudiera arrepentirme, coloqué un pie frente al suyo al siguiente paso que dimos. Todo sucedió bastante rápido, aunque yo también tuve reflejos para actuar.

Jax se tropezó con mi pie, perdiendo el equilibrio, y su cuerpo se vio impulsado contra el suelo. Mientras trataba de mantenerse erguido me soltó, y yo aproveché para alejarme de él.

Finalmente consiguió estirar un brazo y agarrarse a la pared, lo que hizo que no se rompiese la cabeza contra el suelo. Qué pena...

—¡Oye! —Exclamó, llevando los ojos hacia mí—. ¿A qué ha venido eso? ¿Quieres matarme o qué?

Fue mi turno de poner una sonrisa juguetona. Me lo había dejado en bandeja.

—Obviamente —respondí con burla, dando un paso hacia atrás, lejos de él—. ¿O todavía no te has enterado?

Durante unos breves segundos Jax me observó como si no pudiese creerlo... pero fueron extremadamente breves. En seguida elevó la comisura de los labios y, con un matiz increíble de advertencia en su mirada, dijo:

—¿Tú, y cuantos más, piojosa?

No lo pensé dos veces.

Me di la vuelta y eché a correr por el pasillo hasta la clase, sin molestarme lo más mínimo en girarme para ver si me seguía o no.

Por suerte no lo hizo, y llegué al aula justo a tiempo, antes de que la señora Anderson cerrara la puerta. Tomé asiento al lado de Isabella, saludando con la cabeza a Mateo, que de alguna forma había llegado antes que yo.

Mi amiga me miró intranquila.

—¿Todo bien? —Preguntó.

Asentí. Más tarde le contaría.

Saqué las cosas de la mochila, que había llevado colgada al hombro, y la profesora de historia comenzó a encender de nuevo el proyector. Unos segundos después, Jax DeLuca entró por la puerta, nuevamente tarde.

Sus ojos se clavaron en los míos durante unos segundos, hasta que la profesora volvió a llamarle la atención por llegar fuera de hora. A mi lado, Isa me miró como si se hubiese dado cuenta de que había una conexión entre él llegando tarde y yo acalorada.

—Apaga la luz y entra, Jax —suspiró nuevamente la señora Anderson.

Jax obedeció y se sentó en el mismo sitio que el día anterior: detrás de mí. La verdad es que no entendía muchas cosas. Como por ejemplo, por qué la señora Anderson era tan benevolente con él si siempre llegaba tarde. Como mínimo se merecía un castigo, ¿no? El resto teníamos que llegar a la hora.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASKde žijí příběhy. Začni objevovat