· S e i s ·

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El viernes fue un poco mejor

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El viernes fue un poco mejor. Mis compañeros seguían riéndose y cuchicheando, pero Mateo me saludó con una sonrisa al pasar a su lado en los pasillos, y no vi ni rastro de Jax en todo el día.

Lo único malo de los viernes, era lo tarde que acababan para mí. De cinco a nueve tenía que ir a trabajar a "Alitas Picantes". Cuando decidí probar suerte allí el curso pasado, estaba emocionada. Mi tía y yo solíamos ir de vez en cuando y nos encantaba. El día que dejó a su último novio incluso nos acabamos dos cubos enteros de alitas de pollo extra picantes y yo me bebí dos litros de coca cola.

Terminé vomitando todo nada más llegar a casa, pero el recuerdo hasta ese momento fue bonito.

Una vez empecé a trabajar allí, a volver con la ropa oliendo a comida frita, a tratar con clientes presuntuosos y maleducados y a tener pesadillas con la freidora sucia y el encargado idiota que teníamos, empecé a detestar el lugar.

Ya ni siquiera el pollo me sabía a pollo y, por lo que tenía entendido, es que probablemente ni lo fuese.

Dejé mi bici aparcada como pude a una entrada del centro comercial y até la cadena antes de lanzarme a la carrera. Llegaba tarde, y al encargado eso no le gustaba nada, lo mismo que al profesor de inglés.

Conseguí apañármelas para cambiarme al horrible uniforme amarillo con delantal negro que no le quedaba bien a nadie y aparecer frente al mostrador justo en mi turno. Pude ver la cara de alivio en el rostro de la compañera a la que relevaba. Ni siquiera a ella, con lo atractiva que era, le favorecía aquel uniforme.

Era amplio en las piernas y en el pecho, pero ceñido por el estómago y trasero. O, al menos, así lo notaba yo. Las mangas llegaban por encima del codo, dando sensación de ser una talla por encima de la tuya, y el delantal no ayudaba nada, arrugándose en la parte delantera.

Por no hablar de aquel maldito olor a comida frita...

Tomé mi lugar y comencé a rellenar todos los contenedores de verduras que se habían terminado para después pasar a los botes de salsas. En media hora aquel lugar comenzaría a llenarse de familias pidiendo su cena del viernes.

Poco antes de que llegase la hora punta, mientras terminaba de verter salsa barbacoa en un bote de plástico y lo cerraba, llegó el encargado.

—¡Olivia! —Exclamó, asustándome—. ¡Ven un momento!

Apreté con fuerza el bote de plástico a causa del susto, y buena parte de la salsa fue a parar a mi cara, pelo y uniforme. Genial.

Simplemente genial.

Tomé unas servilletas de papel del mostrador y me dirigí hacia la parte de atrás, desde donde me había llamado, mientras comenzaba quitando aquella sustancia pegajosa de los ojos. Seguro que si entraba en contacto escocería como mil demonios.

—Voy a presentarte a tu nuevo compañero —continuó hablando a pesar de que no había llegado a su lado—. A partir de hoy trabajaréis juntos los viernes y sábados.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now