· T r e i n t a & O c h o ·

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Probablemente jamás echaría de menos trabajar en "alitas picantes". Una vez terminara el curso dejaría el trabajo. Mi tía me había convencido de que intentara disfrutar de mi último verano antes de la universidad, y lo cierto es que el padre de Jax me había prometido un buen trabajo como camarera en su restaurante, con un buen sueldo, y que pudiese compaginar con los estudios.

Todavía tenía la idea de ir a la universidad que había cerca de casa y seguir viviendo con mi tía. Teníamos una buena dinámica familiar y, además, eso me ahorraría mucho dinero. Además, optar a becas que pagasen poco más que mi matrícula y luego tuviese que devolver, no me entusiasmaba...

—Y con esto serían diecisiete dólares.

La pareja que tenía en frente me pasó veinte y me dijo que podía quedarme con el cambio. Bueno, jamás lograría alcanzar a Jax y su insana cantidad de propinas, pero había aprendido que con una sonrisa te dejaban más.

Guardé el dinero la caja a tiempo de ver aparecer a los relevos a mi lado. Con un suspiro de alivio agité la mano hacia mi compañera y me alejé a la parte trasera mientras más personas aparecían. Jax me esperaba apoyado contra la pared.

—¿Un día duro, piojosa? —Se burló.

Veamos... El examen de historia no me había salido tan bien como esperaba, probablemente no sacara más de un siete. Tuve que ducharme con agua fría por la mañana porque el calentador se había estropeado y, cuando mi tía llamó, le dijeron que tardarían unas horas en poder ir a arreglarlo. Y encima era viernes y tocaba trabajar.

Me acerqué a él, poniéndome de puntillas para poder llegar a su rostro y besarlo.

—Como cualquier viernes —fue mi respuesta.

Sus labios se curvaron en una sonrisa poco antes de que yo los rozara con los míos, pero nada más hacer contacto se entreabrieron, convirtiendo un beso sencillo en otro más ardiente.

Fui a quejarme, pero sus manos pasaron por mi cadera, tirando de la camiseta amarillo pollo y acercándome más a él. Mi estómago chocó contra el suyo, y cerré los ojos, sumergiéndome en el beso.

—No dejo de preguntarme por qué narices no puedo mantener las manos quietas cuando estoy contigo —susurró contra mi boca.

Llevé las manos hacia su cuello, sosteniéndome más cerca de él, y pudiendo así enterrar los dedos en sus rizos castaños. Después de haber usado su champú aquel día en la ducha y pasar un día oliendo a él, estuve tentada a buscar la marca en el supermercado y comprarme el mismo.

Mierda, me estaba convirtiendo en una acosadora.

—¿Sabes? Yo también me hago la misma pregunta —me burlé, mordiendo su labio inferior—. Qué curioso.

Jax gimió, y sus dedos subieron un poco más, a mi cintura, apretándome con fuerza.

—Realmente curioso...

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now