· T r e i n t a ·

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· NARRA JAX ·

Olivia olía a flores

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Olivia olía a flores. A flores silvestres. Y su pelo suelto me hacía cosquillas en la nariz, pero nada de eso importaba.

Lo único que lo hacía era la forma en la que sus brazos se habían apretado alrededor de mi cintura. Importaba que no me había alejado cuando la abracé, cuando la acerqué tanto a mí porque la necesitaba.

Había rodeado su cuello, agachándome para estar a su altura, y era consciente de que la sujetaba con tanta fuerza que, de por sí sola, no se hubiese librado de mí.

Pero igual que no intentó apartarme, hizo algo más. Me devolvía el abrazo, con toda la fuerza que su pequeño cuerpo podía aportar.

Y estuvimos así por lo menos dos minutos.

Había escuchado decir que para que un abrazo fuera real e hiciese efecto, tenía que durar por lo menos veinte segundos. Pero yo necesité más.

Y cuando me alejé de ella tras dos minutos, sentía que todavía hubiese necesitado más.

Sus ojos marrones y grandes, que me recordaban a Bambi, observaban intranquilos.

—¿Y si nos vamos a algún sitio? —Pregunté.

En aquel momento solamente quería escapar de allí. Acabaría teniendo que enfrentar a mi padre, lo sabía... pero no en ese momento. Y por increíble que suene, la única persona con la que quería estar era...

Ella.

Olivia apretó los labios con duda, y mis ojos se fueron inmediatamente a ellos.

En realidad era un idiota por preguntar. Teníamos instituto al día siguiente, y ya me había acompañado a hacer el tatuaje. Estaría cansada.

—Claro, ¿qué tienes en mente? —Fue su respuesta.

Sonreí vagamente. Ella siempre me sacaba sonrisas con demasiada facilidad, incluso en momentos como aquel, en los que solo quería gritar.

Di un paso hacia atrás, y señalé con mis manos hacia el coche antes de decir:

—Detrás de usted, piojosa.

Una pequeña risa cantarina salió de sus labios. Ya ni siquiera se enfadaba por aquel absurdo mote que le había puesto, pero seguía gustándome llamarla así. Se había convertido como en una especie de broma privada. Solo nuestra.

—Se dice señorita —comentó, pasando delante de mí.

A pesar de la oscuridad, mis ojos bajaron automática a su trasero. Los subí antes de que se volviera y me atrapara.

—Nah, creo que me gusta mucho más piojosa —me burlé.

Nos montamos en el coche y yo conduje hasta el descampado. Cuando Olivia se percató de dónde íbamos sus mejillas adquirieron un bonito tono rojo. Se sonrojaba con demasiada facilidad, pero sabía que estaba recordando cómo semanas atrás le había propuesto ir a allí a hacer... cosas.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now