· V e i n t i s i e t e ·

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—¿Me acompañarías a hacerme un tatuaje?

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—¿Me acompañarías a hacerme un tatuaje?

Cerré la app donde estaba mirando libros a mitad de precio para mirar a Jax con las cejas unidas por la confusión. En realidad, hacía tiempo que me había dicho que quería hacerse un tatuaje, pero no pensé que fuese tan en serio.

—Supongo —respondí.

Estábamos tirados en el sofá de mi casa. Me había pedido ayuda con los deberes de historia, porque lo cierto es que si aprobaba el instituto, era de milagro. O gracias a los profesores. Todos sabían de su historia familiar, y también que no tenía intención de ir a la universidad, así que le daban facilidades para pasar el curso.

Pero una cosa eran facilidades y otra aprobar solamente por pasarse por clase.

Después de una hora de sufrimiento habíamos dejado los libros a un lado y nos habíamos dejado caer en el sofá, con un batido de chocolate frente a nosotros y la intranquilidad que daba el procrastinar.

Aunque, en realidad, Jax parecía bastante relajado. Su espalda estaba apoyada en el reposabrazos del lado contrario, y sus piernas chocaban contra las mías en un nervioso juego que no dejaba de mandarme escalofríos.

—Había pensado en ir antes de que acabe el mes, o principios del que viene —continuó, apartando el móvil de la cara para mirarme—. Quiero que cure bien antes del viaje a Italia. No me gustaría no poder meterme en el mar por miedo a que se me infecte.

Asentí, y yo también dejé el teléfono a un lado.

—¿Ya sabes qué te tatuarás?

Me arrepentí al instante de haberlo preguntado, y explicaré por qué.

Primero, Jax asintió. Hasta ahí todo bien.

Después apartó las piernas de las mías, dejando atrás el inocente juego de roces que habíamos tenido antes. También todo bien.

Se puso de pies y... comenzó a subirse la camiseta.

Ahí todo dejó de estar bien.

Tragué saliva de forma pesada, observando las líneas de su estómago que se perdían dentro de sus pantalones, junto a una pequeña hilera de vello. Pensé en mis dedos al rozarlo, apenas unos segundos, la otra noche.

Subí los ojos despacio, pasando por el piercing de su pezón. El pulso entre mis piernas se hizo un poco más fuerte.

Finalmente clavé los ojos en la superficie de piel que él me mostraba con los dedos.

—Aquí —dijo.

Señalaba la parte izquierda de su cuerpo, justo debajo de su pecho, y recorriendo un camino que se perdía en el costado, bajo la axila.

De pronto, se me hizo increíblemente sexy la idea de ver un tatuaje en esa zona. La yema de mis dedos hormigueó ante el pensamiento de poder pasarlos por allí.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now