· V e i n t i n u e v e ·

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No volvimos a tocar el tema del beso durante los siguientes días

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No volvimos a tocar el tema del beso durante los siguientes días. En realidad, actuamos como si nunca hubiese pasado. Solamente mis amigas y mi tía me molestaban constantemente con ello. Isabella seguía en sus trece de que debería dejarme llevar y disfrutar del momento

Cuando le dije que acompañaría a Jax a hacerse un tatuaje la tarde del lunes siguiente, incluso soltó un pequeño grito de emoción y me perdonó al instante que la dejara plantada con el trabajo de historia. Estaba más interesada en mi supuesta e inexistente vida amorosa ella que yo.

Estaba en el coche con Jax camino al local, cuando me llegó un mensaje de su parte.

ISABELLA: os morreáis en el sofá de tu casa, vas en su coche, le acompañas a hacerse un tatuaje... ¿Estás segura de que no hay nada más entre vosotros?

Bloqueé la pantalla y pasé de seguir mirándolo. Lancé una mirada hacia Jax. Llevaba las gafas de sol, como casi siempre que conducía, y tenía la ventanilla medio bajada. Me había dicho que el tatuador era amigo suyo. También le había hecho los piercing que tenía.

—Venga, va. Sería mi regalo de cumple para ti, piojosa.

Estaba intentando convencerme de que yo también me hiciese uno. Me reí y sacudí la cabeza. Habíamos llegado al punto en el que ya ni me importaba que me llamase piojosa. De hecho, casi podía decir que empezaba a encontrarlo... bonito.

—Gracias, pero no estoy muy convencida de querer un tatuaje.

Él se encogió de hombros, y me lanzó una de esas sonrisas juguetonas que me revolvían el estómago.

—Pues yo creo que estarías muy sexy con un tatuaje.

Sentí que se me calentaban las mejillas. A pesar de su constante ligoteo, todavía no me había terminado de acostumbrar, y él continuaba consiguiendo que me sintiera sofocada.

—Pues yo creo que eso me da igual —repliqué.

Su sonrisa se amplió, y continuó el camino hasta el centro de nuestra pequeña ciudad.

Dejamos el coche en un parking, y le seguí hacia una pequeña tienda con cristaleras enromes y un letrero rojo manchado de letras negras. Al pasar sonó una campanita y unos pasos se escucharon desde lejos.

El local era bastante más grande por dentro de lo que parecía. Habíamos entrado a un pequeño recibidor, con las paredes pintadas en rojo y blanco, y muchísimas fotografías de tatuajes pegadas a ella. Enmarcaban unos cuantos títulos, suponía que del dueño.

Los pasos comenzaron a escucharse más fuerte. Provenían de un pequeño pasillo que comunicaba con el recibidor.

Entonces, la figura de una mujer menuda, con un pelo rubio larguísimo y envidiable, apareció por él. Miró directamente hacia Jax y sonrió:

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora