· V e i n t i c i n c o ·

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Miré el reloj con impaciencia

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Miré el reloj con impaciencia. El repartidor de pizza había dicho que tardaría treinta minutos, pero eso fue una completa mentira.

Mi tía había quedado con sus amigas, y en recompensa llamó para pedir una pizza y que así tuviera la cena. Yo me había metido en la ducha de mientras, pero a ella se le hizo tarde y se tenía que ir, porque el repartidor no cumplió con el tiempo prometido. Me avisó con un grito que dejaría el dinero en la mesa de la sala, y se fue.

Traté a toda prisa de terminar de enjabonarme, pero escuché el sonido del timbre poco después de cortar el agua, mientras me peinaba el pelo mojado.

Maldiciendo, dejé el peine sobre el lavabo, me agarré fuerte la toalla y salí a recoger mi cena.

—¿Extra de queso y piña? —Preguntó un chico bastante joven cuando abrí.

Fruncí el ceño mientras sus ojos pasaban de la caja de pizza que tenía en la mano hacia mí. Sus mejillas se encendieron.

—Esa no es la mía —negué.

Jamás pondría piña, aunque el extra de queso sonaba bastante bien. Él sacudió la cabeza y volvió a mirar la caja, así que agregué:

—La mía era con jalapeños picantes.

Con el rostro todavía más rojo, una bombilla pareció encenderse en su cabeza. Dio un paso hacia atrás, apurado, con la caja todavía en las manos, y murmuró:

—Me confundí. Dame un minuto que bajo a por tu pizza y vuelvo.

Suspirando observé como corría escaleras abajo. Salí un poco al descansillo, deseando que regresara de una vez. Con el pelo húmedo y solamente una toalla, me enfriaría rápido.

Asomé la cabeza por las escaleras, y al cabo de unos veinte segundos él volvió. Jadeaba, pero traía la pizza correcta.

Le di el dinero y desapareció de nuevo, bastante rápido y avergonzado. En fin, al menos tendría pizza para la cena.

Me di la vuelta un poco más feliz y...

La puerta de mi casa estaba cerrada.

Todo bien, no habría problema... si yo no hubiese sido lo suficientemente estúpida como para no sacar las llaves conmigo cuando salí a por la pizza.

—Mierda —susurré a la nada.

Pensé en las ventanas y donde se situaban. La única accesible, la de la sala, estaba cerrada. Y mi habitación... Escalar en toalla hasta un segundo no lo veía como una opción fiable.

A menos que quisiera quedarme un par de horas así en el descansillo del edificio, solo tenía una opción: llamar a los vecinos y pedir ayuda.

Lo valoré unos segundos más. Al menos tenía la cena conmigo. Pero era una idea muy imprudente.

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now